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LA CULTURA DEL ENCUENTRO
Por Osvaldo Bayer

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t.gif (862 bytes) Ya estarán por llegar a Resistencia. Salieron ayer desde Ituzaingó, aquí nomás, en el Gran Buenos Aires. Van en micro: 32 alumnos de cuarto y quinto año del colegio secundario, el director del mismo don Oscar Gutiérrez, tres docentes, tres ex alumnos y una madre en representación de los padres de los estudiantes. Van hacia Las Palmas del Chaco Austral. Nombre cargado para mí de nostalgias y recuerdos. Allí llegábamos con el vapor “Madrid” casi ya en la mitad del viaje. Trabajaba yo de aprendiz timonel en los primeros meses del cincuenta. Río arriba, después de dejar Rosario, Diamante, Paraná, Santa Fe, Pueblo General San Martín, Santa Elena, La Paz, Esquina, Reconquista, Goya, Bella Vista, Empedrado, Corrientes y Barranqueras, arribábamos a la madrugada a Las Palmas con una luna siempre presente y el coro de grillos. Ya estaban los estibadores esperando. La primera vez que llegué al pontón de Las Palmas se gastaron una broma pesada conmigo. Yo tenía que llevar el parte de llegada a la prefectura. Era el primero en desembarcar y debía atravesar un puentecito. En mi camino vi que una yarará enorme me estaba esperando en medio del puente, extendida, bloqueando el paso. Me quedé duro, ni yo ni ella nos movimos. No quería volver al barco porque hubiera pasado como un cobarde, cosa imperdonable para la tripulación casi toda correntina y paraguaya. Pero lo hice. En la planchada estaba el propio capitán Almirón quien, divertido, me preguntó por qué volvía. No supe qué contestarle y me salió la peor imagen que jamás produjo mi sesera: “Me olvidé el pañuelo, señor”, le dije. “¿El pañuelo? Pero m’hijo si aquí no se va a resfriar con cuarenta grados”, me contestó jodón. Y los que lo rodeaban estallaron en carcajadas. “Vaya sin pañuelo no más –agregó– y pase por el puente, que la yarará ya está muerta.” No le creí pero no había pretexto que valiera y me dispuse a todo, a riesgo de tener que trenzarme con la representante bíblica de la manzana. Me siguió la patota y sí, comprobé que estaba muerta, ante los sapucays exultantes de correntinos y paraguayos. Sí, ahí en Las Palmas del Chaco Austral traíamos bolichería y cargábamos tanino, azúcar, alcohol, algodón. En el ingenio trabajaban cuatro mil obreros. Hasta que vino el consabido vaciamiento globalizado. Galpones vacíos y gente de brazos caídos. Wasmosy se llevó al Paraguay las maquinarias a precios regalados. La gente se fue. Hoy sólo quedan jubilados, algunos kioskeros y remiseros. Y mucha gente vive de la caza y de la pesca. Pero no en sentido figurado, no. Las Palmas es un modelo claro del neoliberalismo en el tercer mundo logrado por los voraces y crueles de los poderes financieros y sus lansquenetes debidos y finales tipo Patti, Rico, Bussi, todos de dos sílabas. O de tres: Videla, Massera, Menéndez. O de cuatro, Harguindeguy, Suárez Mason. O de una, Camps. Ellos allanaron el camino.
Pero no pudieron vencer definitivamente. Esa delegación de docentes y alumnos de Ituzaingó llevan consigo un semirremolque de once metros de largo con 700 cajas de ropa, mil y pico de pares de zapatillas, útiles, libros, juguetes y también, ¿por qué no?, alfajores. Antes de partir me encontré con ellos. Esteban, un pibe de diecisiete años, me explica todo con una sabiduría de pueblo que me deja boquiabierto y me hace comprobar qué pocas palabras académicas se necesitan para expresar la verdad y la nobleza de los sentimientos. “No lo hacemos por asistencialismo –me dice-, lo hacemos porque obtenemos unos beneficios incalculables: nos agradecen con humildad porque hay una honda sabiduría en ellos, la gente de la tierra con sus experiencias, su amor por la naturaleza, su capacidad de interpretar lo que es la pobreza extrema sin traicionar sus principios heredados de siglos.” “Lo más hermoso –agrega Esteban– es a la noche: nos sentamos en ronda y cada uno dice lo que siente, ahí somos todos iguales, tenemos la misma capacidad de sentir. Sí, ellos, los chicos, los grandes, los viejos nos enseñan un montón de cosas que en la gran ciudad nos pasan desapercibidas.”
Así habla Esteban, 17 años, de Ituzaingó, un barrio del Gran Buenos Aires con alto porcentaje de desocupados y la violencia característica de la Argentina 2000. El director del colegio, Oscar Gutiérrez, define el sentido del viaje como un medio para aprovechar “la cultura del encuentro”. La amistad por la amistad misma con la solidaridad como la expresión máxima de la cultura.
(7-7-76 “En ocasión de una requisa general del pabellón Nº 6, donde se encontraba Raúl Augusto Bauducco, a disposición del P.E.N., todos los internos fueron trasladados a un patio interior y puestos contra la pared con las manos en alto. En ese estado los reclusos fueron golpeados con bastones de goma. El cabo primero del Ejército Miguel Angel Pérez aplicó entonces fuertes golpes a Bauducco, haciéndolo caer. Le ordenó levantarse y al no hacerlo lo amenazó con pegarle un tiro. El militar solicitó al teniente Enrique Pedro Mones Ruiz, a cargo del procedimiento de requisa, autorización para proceder. Ante el asentimiento del oficial vuelve al lado del detenido y le reitera ‘levantate o te mato’ procediendo a accionar el gatillo de la pistola que apuntaba a la frente del detenido dándole muerte.” “El médico José Renee Moukarzel fue sacado el mismo día del pabellón por el teniente Gustavo Adolfo Alsina, estaqueado en uno de los patios desde el mediodía hasta medianoche, permanentemente golpeado y le echaban agua, como no respiraba lo llevan a la enfermería, donde el enfermero Fonseca constata un paro cardíaco. El teniente Alsina le prohíbe toda atención, siendo el desenlace la muerte del médico Moukarzel.” (De la acusación presentada por el doctor Rubén Arroyo en el juicio por la verdad real contra el genocida general Luciano Benjamín Menéndez.)
(31-3-77 Relato de María Cristina Brea, hermana de la psicóloga Martha María Brea, desaparecida en el campo de concentración El Vesubio, a cargo del teniente coronel Durán Sáenz y el general Suárez Mason: “Mi hermana Martha fue secuestrada del hospital Aráoz Alfaro de Lanús, en pleno día, en presencia de pacientes, médicos y personal del hospital. Martha, de profesión psicóloga, trabajaba en el servicio de psicopatología. Me baso en los testimonios de los doctores Pablo Abadie, Ricardo Meabe y Horacio Vommaro, quienes en esa época trabajaban en el hospital y fueron testigos de su secuestro. Ese martes se había reunido el Consejo de Psicopatología integrado por los coordinadores de los equipos médicos; allí se encontraba mi hermana. Esta fue requerida desde la guardia en forma urgente, hecho insólito ya que había médicos de guardia. Fue una estratagema para detenerla. Dos o tres personas irrumpieron en la sala de reunión y arrastraron en forma violenta a mi hermana, a la que tomaron de los cabellos. A la vez, dos uniformados con metralletas entraron en la sala de espera ocupada en su mayor parte por niños y adolescentes con el fin de inmovilizarlos. En el patio había un auto al que subieron a Martha. El domicilio de mi hermana fue violado y saqueado en la madrugada posterior a su secuestro”. Martha Brea fue llevada al campo de concentración El Vesubio. Allí se le aplicó la muerte argentina: torturada, se la humilló hasta el hartazgo y luego “desaparecida”. Los viles autores fueron premiados por los legisladores que levantaron la mano para “obediencia debida” y “punto final”, casi todos los cuales son candidatos en las próximas elecciones.
Pero no pudieron matar para siempre la palabra solidaridad. Un micro alquilado con alumnos de un colegio secundario viajan hacia Las Palmas del Chaco Austral. Los sigue un semirremolque con juguetes y alfajores. Sueñan con construir un mundo solidario.

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