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Por Alejandra Dandan Tuvo que caerse este avión para que empiecen a pensar que las cosas tienen que cambiar, dice Jorgelina Bire, azafata de LAPA. Una colega, que pide que se reserve su nombre, agrega: Lamentablemente tengo que decir que todo lo que está diciendo Deutsch (el presidente de LAPA), son puras mentiras. Por los pasajeros, se presiona a los comandantes para que los vuelos salgan igual. Página/12 se reunió con un grupo de seis azafatas de la aerolínea cuestionada desde el accidente del martes, que hablaron por primera vez de lo que ven en sus vuelos cotidianos. En el accidente murió la comisario de a bordo Verónica Tantos. Hoy esas azafatas aseguran: Nosotras decimos que a Verónica la mató LAPA. Una puerta clausura el murmullo de las seis mujeres. Está cerrada. La puerta las mantiene aisladas. Están en la Asociación de Aeronavegantes. Ellas no trabajan desde el martes. En la mesa, la más grande tiene 30, la menor 20. Como la mayoría de los chicos que reparan los aviones, dice una. Antes de despegar, un montón de veces tenés que andar sirviendo café a los pasajeros para que no protesten, cuentan. Es porque todavía están haciendo reparaciones al avión.La que habla tiene el pelo negro, atado en rodete. La cara limpia y la cinta, negra. Sigue:Cuando la tripulación sube al avión, se supone que está todo okey, pero no. Por ahí si viene de volar con un problema que se arrastra del vuelo anterior, aparecen presiones por la competencia entre las líneas: la empresa quiere que saqués el vuelo a horario. Por eso el comandante lo manda para el embarque como está y es común que se arregle con los pasajeros arriba.En la mesa negra, nadie atiende las dos bandejas de medialunas. Nadie come. La azafata mayor se apura con una aclaración:Es que sí... los mecánicos son chicos. Tienen 20 años. Los toman apenas terminan de estudiar...¿Dónde se preparan?En la Escuela Técnica de Aviación y los hacen trabajar 12 horas por día en la plataforma, sin comida. En verano están doce horas bajo el sol; en invierno, doce al frío.Se calla. Ahora continúa aquélla de rodete oscuro:El otro día salíamos de un curso y uno de los pibes (mecánico) me dijo, textual y no me lo olvido: A mí me presionan para que cierre el vuelo y yo tengo que cumplir.Ahora hablan de los informes que cada tripulación hace después de los vuelos. Explican que los arreglos técnicos deberían hacerse durante la noche, cuando no se vuela y la nave está parada.Si a los mecánicos les faltan repuestos da cuenta una después te dicen no tengo o por ahí nunca te revisó la cabina.Silvia Morales establece un marco: el crecimiento desmesurado de LAPA en los últimos años. Y... los desbordó. Y agrega, levantando el tono: no alcanzan los empleados por avión y la mayoría de las azafatas entraron con 19 años. Al lado, Marta corrige: Ahora creo que exigen 22.Ninguna lleva la camisa, saco y pollera azul reglamentarios. El uniforme de luto es ese cuerpo que ahora muestran sin el distintivo de LAPA. Al final de la gran mesa, una de ellas tiene las uñas coloreadas, tal vez indicio LAPA: las azafatas estudian en un manual sus obligaciones estéticas, que incluyen uñas pintadas, aros perla, pelo recogido. Tomaron un curso en el Bauen, parte de la capacitación de un oficio que aprendieron en seis días. El tiempo de instrucción es muy corto se suelta ahora otra. Las chicas se marean cuando cambian de un modelo de avión a otro. Siempre se ve que no hay capacitación. Ahora cambiaron, pero los cursos de instrucción eran muy cortos y no tenés tiempo de aprender todo. Hay pocos vuelos de instrucción y a las chicas les tocaba volar en tres aviones de distinto tipo y se marean. Vos las escuchás decir: ¿Y cuál era éste?. Ese período de entrenamiento se extendió hace un mes y medio. Ahora LAPA entrena durante un mes a sus azafatas: intenta así adecuarse a las normas de seguridad exigidas para ingresar al proyecto Cielos Abiertos. Pero casi todas las azafatas de LAPA siguen en sus puestos con la instrucción anterior. Las que están ahora sentadas en el salón, para entrar a la empresa leyeron un aviso en el diario y se presentaron. Sabían inglés.Rosario dice: Antes, ser azafata parecía un sueño imposible. Tenías que ser alta, linda y ahora no. Cualquiera puede, es como esas cosas típicas que querés de chica: o querés ser maestra, monja o azafata.Está molesta. Entre otras cosas por las horas excesivas de vuelo. Por convenio de trabajo y reglamentos de la Fuerza Aérea, ellas tienen un límite de 15 horas de vuelo seguido. Después, deben bajar. Rosario sigue:Muchas veces no calculás y la comisario tampoco habla. Si preguntás, por ahí te responden que vas a llegar a 15 horas 30 y que después te vas. El tema es que no les conviene que vuelvas: si lo hacés tienen que mandar a otra tripulante. A veces puede haber demoras entre vuelo y vuelo y las horas todavía se hacen más.Esa prolongación está prohibida. Esa mención vuelve a poner a la comisario muerta en la mesa. Verónica era sumamente estricta con estas cosas, dice Jorgelina. Al lado, una de ellas fue su auxiliar: El otro día me decía que no quería trabajar más así, que tenía miedo de que la echaran por las cosas que denunciaba. Ahora Marta insiste:La cuestión para la empresa es sacarse las papas calientes. Dejan subir a pasajeras embarazadas. Yo pido los certificados, pero en la empresa me dicen que lo deje así. Si pido papeles de los enfermos que vuelan, me dicen no hay y suben igual. Y controlar esto es obligación mía.Hay tres en la mesa que en estos días hablaron con María Lía Antolín y Cristina Iglesias, que fueron quienes abrieron el martes la puerta del Boeing 737. Desprendieron los toboganes y dejaron a más de veinte personas escapar del fuego. Ahora sus compañeras eligen no volver a hablar de aquella noche. La referencia admitida es una: Cumplieron con su rol.Por atrás, aparece una delegada. Mira a las azafatas. Pobrecitas. Lo repite. Y explica que unas están mal porque murió Verónica. Otras se sienten culpables porque ese día pidieron franco y tendrían que haber volado. Otras porque hoy podrían estar muertas. En la mesa, una responde: Ahora todas somos sobrevivientes.Marta revisa otra denuncia del gremio a la Dirección Nacional de Aeronavegabilidad. Dice en voz alta: Esto se hizo sigue porque el mes pasado en ningún avión había hojas foliadas. En esas hojas las azafatas reportan, al final del vuelo, las fallas de la cabina de pasajeros. El informe es por triplicado: uno va a la empresa, otro a mantenimiento y el tercero queda en el libro para que la tripulación siguiente constate los arreglos.La empresa nos dijo que no tenía presupuesto para comprar y estuvimos todo el mes volando sin los libros.La auxiliar más grande detalla que la cabina de pasajeros es territorio propio, pero que fuera de allí son extranjeras. El resto del avión no nos corresponde. A veces vemos que las cosas andan mal pero no tenemos acceso a la información. La decisión es del comandante. Una vez salimos a volar sin radares y los pilotos no lo denunciaron.¿Por qué cree que no lo hacen, no es suicida?Para mí es omnipotencia, se sienten un poco así y también por presión. Pero también hay tipos que se plantan y no salen. No se acuerda el nombre del avión sin radar. Entre los papeles y las auxiliares queda la mesa negra, excesiva. Y el pedido por el Boeing 737 WRZ. Reparar radar operativo que cumplió vuelo 3408 con adversas condiciones meteorológicas. Fue en noviembre del 97. Ese Boeing se estrelló el martes en Aeroparque.
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