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EL GOLPE


Por David Viñas

“Las fechas clave de cualquier país generalmente aparecen rodeadas de una constelación de datos que se convierten en símbolos.” H. G. Wells, Autobiografía, 1934.

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t.gif (862 bytes) Scalabrini Ortiz con su libro sobre el negocio de los ferrocarriles, así como los hermanos Irazusta mediante su denuncia del imperialista británico en el Río de la Plata, desde distintas perspectivas se convirtieron, después de 1930 y del golpe de Uriburu, en los voceros más sagaces que cuestionaron los mitos de la belle époque argentina. Notorio. Lo era, al menos. Incluso esas dos señales se transformaron en el réquiem desabrido del período de las vacas gordas. Llegando, por alguno de sus bordes a poner en evidencia las grandes ventajas que “la república de conciencias” obtuvo, por ejemplo, con la venta de caballos señoriales al ejército inglés durante la guerra de los boers, allá por el 1900. Para no abundar con los bifes pampeanos destinados al Canning Club y a otros recintos canonizados de Londres. El siglo XX se había inaugurado así corroborando la inserción en un mercado suculento donde los argentinos, de ida, producían lo que no consumían y, de vuelta, consumían lo que no producían.1930 significó, por esas razones, el fin de fiesta de lo fundamental del “progreso” postulado por el liberalismo más clásico durante el predominio de la ecuación agroexportadora. El 6 de setiembre –evaluado en una duración larga– cierra el itinerario triunfalista abierto en 1880. Desde ya que con el contratiempo de 1890, el pacto de 1912, su etapa conservadora y su momento radical, y otros incidentes más o menos retumbantes. En este rubro es posible trazar el mapa de Buenos Aires subrayando con rojo la zona de los Corrales, el bajo de Callao, el gueto en el cruce de Lavalle y Junín y, cierta esquina de Rioja, hasta llegar a la calle Brasil y a la confitería del Molino. Un diseño inquietante de nuestra ciudad. Por cierto, hay signos, mucho más próximos, que ensombrecen hasta la náusea a “la reina del Plata”.Aunque hacia 1930, además de Scalabrini y los Irazusta, vibraron otras señales: las de Roberto Arlt respondían, mediatamente, a través de sus locos, a esa misma ciudad que se presentía invivible en el último acto del liberalismo clásico cuyos “éxitos” se habían evaporado. También: la visión montañosa, panóptica del crepuscular Lugones quien desde los solterones y las grandezas, Mussolinis de cuarta, rimas, perfiles, Casandras y metales áureos, había encallado, al final, como escriba del general Justo con su folleto, melancólicamente titulado: “El único candidato”. Superpuesto, de manera orográfica, con el Roca inconcluso que en su envés preanunciaba ya el predominio del partido militar.

“1880/1930”
Se podría sugerir, quizá, que el comentario de Jauretche pudiera servir de blasón a semejante circuito:
–Los intelectuales argentinos

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