Scalabrini Ortiz con su
libro sobre el negocio de los ferrocarriles, así como los hermanos Irazusta mediante su
denuncia del imperialista británico en el Río de la Plata, desde distintas perspectivas
se convirtieron, después de 1930 y del golpe de Uriburu, en los voceros más sagaces que
cuestionaron los mitos de la belle époque argentina. Notorio. Lo era, al menos. Incluso
esas dos señales se transformaron en el réquiem desabrido del período de las vacas
gordas. Llegando, por alguno de sus bordes a poner en evidencia las grandes ventajas que
la república de conciencias obtuvo, por ejemplo, con la venta de caballos
señoriales al ejército inglés durante la guerra de los boers, allá por el 1900. Para
no abundar con los bifes pampeanos destinados al Canning Club y a otros recintos
canonizados de Londres. El siglo XX se había inaugurado así corroborando la inserción
en un mercado suculento donde los argentinos, de ida, producían lo que no consumían y,
de vuelta, consumían lo que no producían.1930 significó, por esas razones, el fin de
fiesta de lo fundamental del progreso postulado por el liberalismo más
clásico durante el predominio de la ecuación agroexportadora. El 6 de setiembre
evaluado en una duración larga cierra el itinerario triunfalista abierto en
1880. Desde ya que con el contratiempo de 1890, el pacto de 1912, su etapa conservadora y
su momento radical, y otros incidentes más o menos retumbantes. En este rubro es posible
trazar el mapa de Buenos Aires subrayando con rojo la zona de los Corrales, el bajo de
Callao, el gueto en el cruce de Lavalle y Junín y, cierta esquina de Rioja, hasta llegar
a la calle Brasil y a la confitería del Molino. Un diseño inquietante de nuestra ciudad.
Por cierto, hay signos, mucho más próximos, que ensombrecen hasta la náusea a la
reina del Plata.Aunque hacia 1930, además de Scalabrini y los Irazusta, vibraron
otras señales: las de Roberto Arlt respondían, mediatamente, a través de sus locos, a
esa misma ciudad que se presentía invivible en el último acto del liberalismo clásico
cuyos éxitos se habían evaporado. También: la visión montañosa,
panóptica del crepuscular Lugones quien desde los solterones y las grandezas, Mussolinis
de cuarta, rimas, perfiles, Casandras y metales áureos, había encallado, al final, como
escriba del general Justo con su folleto, melancólicamente titulado: El único
candidato. Superpuesto, de manera orográfica, con el Roca inconcluso que en su
envés preanunciaba ya el predominio del partido militar.
1880/1930
Se podría sugerir, quizá, que el comentario de Jauretche pudiera servir de blasón a
semejante circuito:
Los intelectuales argentinos
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