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OPINION

La Argentina que no se ve

Por Julio Nudler

Según mediciones de Friedrich Schneider, de la Universidad Johannes Kepler de Linz, la economía negra genera anualmente en todo el mundo un valor agregado de 9 billones de dólares, o 30 veces largas el PBI argentino, o aproximadamente el PBI (registrado) de los Estados Unidos.

Por tanto, los 39 billones computados por el FMI para 1998 como PBI global subirían a 48 billones.

Este profesor austríaco, cuyo cálculo fue adoptado por The Economist, estimó que en el caso de la Argentina la economía no registrada equivale a un 22 por ciento de la medición oficial del PBI. Sorprendentemente, esta proporción es inferior a la de algunos países de la Unión Europea (de menor porcentaje a mayor, Bélgica, España, Italia y Grecia). También están en peor situación Brasil y México, además de Sudcorea y Rusia, entre otros. De todas formas, el número que resulta es impactante: más de 60 mil millones anuales de Ingreso que escapan a todo control.

Según Schneider, en las naciones desarrolladas la economía negra representa, en promedio, un 15 por ciento del total, mientras que en las subdesarrolladas o emergentes trepa a un tercio del sistema, de modo que la Argentina estaría en esto más cerca del mundo rico que del pobre, aunque ello contradiga la percepción local. En realidad, este economista utiliza dos métodos diferentes para estimar el tamaño de la economía no registrada. En el Primer Mundo se vale de la demanda monetaria. Como se supone que las transacciones en negro se realizan en billetes, toma la demanda de éstos como indicador de la economía sumergida.

En países atrasados, de baja bancarización, donde este parámetro es poco útil, lo sustituye por el método del insumo físico. En este caso, en lugar de medir el exceso de demanda de metálico (respecto de la que sería normal para el tamaño registrado de la economía), computa como indicador el exceso de demanda de electricidad y otros elementos intervinientes en la producción de bienes y servicios. Quizá con cierto prejuicio primermundista, Schneider supone que en los países ricos se negrea ante todo para evadir impuestos, que suelen ser altísimos, mientras que en los pobres el propósito primordial es eludir la ley, de modo que los grandes focos de economía subterránea son en ellos el narcotráfico, el juego clandestino y la prostitución.

Un tamaño relativamente modesto de economía sommersa, como el que presenta la Argentina, indica que la política fiscal puede actuar sobre el grueso del sistema económico, lo cual es bueno, pero también relativiza la ilusión de resolver todos los problemas presupuestarios reduciendo la evasión.

 

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