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OPINION

Clinton, el corruptor

Por Claudio Uriarte

Lo que ha empezado en Rusia, Estados Unidos y Suiza como la investigación de estafas, sobornos y desvíos de fondos a favor del presidente Boris Yeltsin, su familia, su entourage y la oligarquía mafiosa en que consiste en verdad la clase dominante rusa, va más allá del escándalo de un país en descomposición, para convertirse en vivo testimonio del fracaso de una política donde el principal corruptor fue la administración norteamericana de Bill Clinton. En efecto, Estados Unidos supo siempre que Rusia estaba lejos de encarar una verdadera reforma económica, y que la vieja nomenklatura comunista simplemente se había nombrado a sí misma como heredera de los bienes del Estado, para convertirse en un archipiélago de grupos oligopólicos. Pero los asesores de política exterior de Clinton temían a las cabezas nucleares de la ex URSS, y pensaron que el mejor modo de despreocuparse del asunto era sedar a Rusia con créditos blandos, mientras hacían la vista gorda a lo que ocurría adentro. Esa política está mostrando sus primeros resultados: el capitalismo ruso es un chiste peligroso, y la Federación Rusa –donde las heridas mal cerradas de la guerra de Chechenia han vuelto a abrirse– puede seguir el mismo camino de desintegración de su predecesora soviética.El primer afectado por las revelaciones es el vicepresidente y precandidato demócrata Al Gore, quien deliberadamente ignoró advertencias de la CIA de que el dinero estaba siendo mal usado. Pero los responsables finales son los arquitectos más altos de la política exterior (Madeleine Albright, Strobe Talbott y Sandy Berger, entre otros), que forzaron la mano del FMI para que tirara dólares en un barril sin fondo. Esa influencia corruptora sobre la incipiente democracia rusa resulta más que evidente de cara a las elecciones parlamentarias de diciembre, donde la oferta al público incluye el archicorrupto alcalde moscovita Yuri Luzkhov, los ex jefes de la KGB Yevgeni Primakov y Vladimir Putin y el oligarca del gas Viktor Chernomyrdin. Las elecciones son una prueba peligrosa, por las amenazas de los grupos emergentes a hacer pública la corrupción del equipo saliente, con vistas a las presidenciales del 2000: Boris Yeltsin y los suyos hace tiempo que son una fuerza gastada, pero el dinero y los intereses que están en juego vuelven temiblemente posible que la disputa final sea a los tiros, o bien en distintas combinaciones de autogolpe con arreglo detrás de las bambalinas. Eso es todo lo que Occidente puede mostrar como resultado de su política rusa, y recién comienza.

 

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