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OPINION

Cuando volvió la esperanza

Por Eduardo Tagliaferro

Aunque la noche del terror no distinguía horarios ni lugares, cada vez que la voz de Roberto Carlos imploraba “te agradezco señor por un día más, nuevamente te agradezco señor por la esperanza”, no sólo terminaba la transmisión de la propaladora del penal, sino que comenzaban las horas más temidas. No por nada la noche y la oscuridad eran sinónimos de impunidad castrense, y si bien se afirma que Dios está en todas partes, es sabido que el infierno le es un territorio vedado. De noche un comando del Ejército fusiló a los presos a quienes, en la localidad salteña Cabeza de Buey, les aplicaron la “ley de fuga”. De noche fue la matanza de presos detenidos en la U 7 de Resistencia, en Margarita Belén. De noche mataron a Dardo Cabo a la salida de la U 9 de La Plata. De noche los esbirros del terror sacaban patente de guapos y derramaban su crueldad sobre La Perla, La Ribera, la ESMA, Devoto, Rawson y todo el inmenso campo de concentración llamado Argentina.Sin desplazar al temor, la noche del 6 de setiembre de 1979 la oscuridad, con cierto nerviosismo, abrió las puertas a la esperanza. Esperanza acotada. Esperanza ambigua. Esperanza terrenal. Esperanza al fin. A la mañana siguiente, los miembros de la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos de la OEA comenzarían su inspección a cárceles y campos de concentración. Venían también a entrevistarse con políticos democráticos y de facto, colaboracionistas y opositores; religiosos complacientes la mayoría, y críticos algunos pocos; gremialistas que apoyaban al Proceso y también con los que lo padecían. Pero fundamentalmente se entrevistarían con los familiares de los detenidos y desaparecidos por razones políticas, gremiales y sociales. Familiares que armados de paciencia formaron fila frente a las oficinas de la calle Avenida de Mayo al 600. Familiares que debieron soportar a la provocadora multitud de hinchas que convocados por el relator de fútbol José María Muñoz, concurrieron a gritarle a los hombres de la OEA la consigna creada por el staff de colaboradores que el almirante Emilio Eduardo Massera había logrado reclutar en los sótanos de la ESMA. “Somos derechos y humanos”, fue algo más que un slogan de ocasión. En manos de la dictadura fue un arma publicitaria para prolongar la noche. Noche que comenzó a quedar atrás cuando Edmundo Vargas Carreño, y los demás integrantes de la comitiva humanitaria, desocultaron el genocidio que estaba realizando la dictadura. Luego del informe de la OEA el mundo supo la verdad. Verdad que hoy ni los más destacados ideólogos de la Internacional del Terror se esfuerzan en ocultar. “Pinochet es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, reconoció con más desparpajo que honestidad, el pasado domingo, el ex hombre fuerte de la CIA, Vernon Walters.Aunque la tortura y la muerte continuaron, algo cambió luego de la presencia de la OEA. Exactamente hace veinte años nuevas melodías comenzaron a sonar. El olvido sería el lugar destinado a “La Montaña” que Roberto Carlos invitaba a escalar todas las noches, y nuevos hijos de puta llevarían la voz cantante. Inútil es matar ya que, como años más tarde cantaría Litto Nebbia, la muerte sólo prueba que la vida existe.

 

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