Por Horacio Cecchi ¡Que se vayan todos los
ratis!. Desde la ventana del primer piso de los Bauer asomaban el dueño de casa y
dos de sus hijos. Aferrándolos por el cuello, por detrás, aparecían en escena dos de
los cuatro menores de entre 15 y 17 años, que a las 11 de la noche del lunes tomaron por
asalto el chalet de Rioja y Las Calandrias, de Villa Adelina, y a la familia Bauer en
pleno como rehén. El que gritaba era uno de los líderes del grupo, apodado Cristian,
mientras esgrimía una pistola con un gesto entre frívolo y desairado frente a las
cámaras de tevé. Abajo trataban de poner calma tres oficiales de la policía, mientras
una de las tres familiares de los asaltantes presentes, desde la esquina les gritaba:
¡No entregués los rehenes que te van a quemar!. Durante más de cuatro
horas, el barrio Parque Cisneros y el resto del país siguió las tensas negociaciones de
un nuevo asalto mediático. Los cuatro menores finalmente desistieron, arrojaron su
arsenal y se entregaron. También fueron detenidas las tres mujeres: nadie sabe cómo,
pero en el trayecto desde el umbral hasta el patrullero ya se habían hecho de las joyas
robadas, que fueron descubiertas colgando inocentemente de sus muñecas.
El Parque Cisneros es un barrio con perfiles típicos de la clase media adinerada de la
Zona Norte: ladrillos a la vista, techos a dos aguas, amplios espacios, estrechas rejas y
vigilancia privada. El lunes pasado, a las 11 de la noche, el ingeniero químico Gustavo
Bauer, de regreso del trabajo abrió la puerta del garaje de su casa ubicada sobre la
esquina de Rioja y Las Calandrias y entró el auto. Junto con él también lo hicieron
cuatro jóvenes con un arsenal encima: una escopeta Itaka, y tres pistolas. Dentro de la
vivienda, además de Bauer, y los cuatro asaltantes, se encontraban su esposa María
Esther, y dos de sus hijos. Minutos después, el mayor de los hijos se sumó como el
quinto rehén.
Enseguida empezó una odisea, una secuencia de golpes a cada uno de nosotros para
sacarnos la plata dijo Bauer a Página/12 (ver aparte). Les dimos todo lo que
había, y como no era mucho, decían que era poco y comenzaron a desvalijar todo.
Media hora después la novia de uno de los hijos, que había sido atendida primero por un
contestador telefónico y después por el silencio, se acercó a la casa, vio las luces
del piso superior encendidas y un auto desconocido un Ford Escort robado junto
a la puerta. Muy desconfiada, la joven llamó a la policía.
Somos de la policía, ¿está todo bien?, preguntó el uniformado después de
pulsar el timbre de la puerta principal. El destino de los Bauer giró después del ring.
En ese momento iban camino a ser encerrados en el baño, pero los asaltantes encañonaron
al ingeniero obligándolo a responder por la ventana. Está todo bien,
aseguró Bauer al policía, poco creíble porque el patrullero pidió refuerzos. Un
ejército de GEO, Halcones, y uniformados de Vicente López y Villa Adelina rodearon la
manzana. Junto a ellos, el fiscal Martín Etchegoyen Lynch y su adjunto Martín Petersen
Victorica, coordinaban las acciones desde la sombra.
¡Queremos un auto para volvernos a casa, un juez, periodistas y nuestra familia!
¡No quiero ir en cana y de acá no me muevo gritó Cristian, después de que los
cuatro se supieron descubiertos. Arrancaron el marco de la ventana ubicada sobre Las
Calandrias y comenzaron las negociaciones. Desde el hueco, rodeando los cuellos de los
rehenes, agitando la Itaka sobre la nariz del ingeniero, esgrimiendo una pistola como si
fuera un abanico, Cristian y sus amigos trataban de obtener una salida ventajosa. Que no
obtuvieron. No íbamos a entrar en ese juego por nada del mundo. Petersen fue
contundente: la fuga en marzo pasado de un grupo de asaltantes, negociada con la jueza de
San Isidro María Piva de Argüelles para salvar la vida de una rehén, fue una evocación
inevitable. Durante tres horas la ventana de los Bauer quedó abierta al mundo.
Lo único que tenés que hacer es dejar las armas ahí abajo. No le pegaste a nadie,
no mataste a nadie, no hiciste nada. Esto fue un error -trataba de convencer el comisario
Daniel Aguilar, de la DDI de San Isidro, de pie en el jardín de la entrada, junto a los
subcomisarios Pablo Bressi, de los Halcones, y José Balvolín, de la 8ª de San Isidro.
A las 3.20 se selló el acuerdo y los cuatro jóvenes se entregaron. Abajo los esperaban
Rosa Barrera, María Teresa Becerro y Claudia Beatriz Toro, las tres familiares que
abrazaron a sus críos. En el abrazo, parte del botín quedó colgando de las muñecas de
las mujeres, finalmente detenidas. Durante seis horas, Piva de Argüelles indagó a los
cuatro menores. Algunos pertenecerían a la Banda de los Bananitas, que opera en San
Isidro. Uno está sospechado de homicidio reveló a este diario uno de los
negociadores y un quinto resultó herido en un tiroteo con la policía.
Camiseta reconocida
Por H.C.¡Son los
mismos! ¡Son los mismos! A las siete de la mañana de ayer, el llamado de un amigo
alertó a R.C. Estaban pasando por televisión las imágenes del asalto de los Bananitas
en lo de los Bauer, a una cuadra y media de su casa. R.C. y su esposa no podían creer que
los cuatro se hubieran animado a asaltar en la misma zona. El sábado 28 de agosto las
mismas cuatro caras habían aparecido pero en vivo y en directo en su propia casa para
desvalijarlos. ¡Mirá, mirá!, dijo R.C. a su esposa, exaltado. Tienen
mi camiseta de la Fiorentina.
No era lo único que reconocieron. Estuvieron una hora por reloj, mirá si no los
voy a reconocer, aseguró a este diario la mujer. Un anillo del abuelo de mi
marido, su campera, un buzo deportivo (además de la remera de la Fiore). La mujer
estaba en la ducha, a R.C. lo agarraron abajo, se portaron bien, dijo el
dueño de la camiseta de la Fiore. Pero menos los dos televisores, se llevaron todo,
dinero, joyas, zapatos, se probaban la ropa, se pesaban. Estaban muy tranquilos. Hasta les
pedimos que no nos ataran por la beba y fueron complacientes.
Once días después de la visita de los Bananitas, R.C. y señora se enteraron de que no
habían sido los únicos: ayer, en la comisaría 8ª desfilaron otras 14 víctimas de la
banda, sin contar a los Bauer. |
Gustavo Bauer, el dueño de la casa copada por los
ladrones
Les dije que los íbamos a ayudar
El
tema es cómo a estos chicos se los reinserta en la sociedad. No creo en la pena de
muerte, ni en los castigos corporales, ni en la justicia por mano propia. Creo que la
verdadera justicia es la que debe resolver estas situaciones, dice preocupado
Gustavo Bauer, decano de la Universidad de Campana, desde el living de su casa durante la
charla que mantuvo con Página/12 en la tarde de ayer, para contar lo que vivió junto a
su familia, la madrugada del martes último, cuando en un intento de robo fueron tomados
como rehenes por cuatro menores.
¿Cómo reaccionó cuando vio a los ladrones?
Intenté no perder la calma y lo mismo le dije a mi familia y a ellos. Les aseguré
que los íbamos a ayudar para terminar rápido y no perjudicarlos. Sólo les pedía que no
se equivocaran, que estuvieran tranquilos si no, la cosa iba a ser peor.
¿Buscaban algo específico?
En un principio sólo pedían plata. Les dimos todo lo que había en la casa, pero
pedían más. Como no teníamos, uno de ellos se enojó, me golpeó con el caño de la
escopeta que llevaba y nos separaron. Ahí fue cuando empezaron a recorrer los distintos
ambientes de la casa, acompañados por uno de nosotros, revolviendo y agarrando todo lo
que veían a mano. Hasta que llegó la policía tuvieron tiempo de dar vuelta toda la
casa. ¿Cómo avisaron a la policía?
En el ínterin mientras recorrían y revisaban todo sonó varias veces el teléfono
y no contestaron. Era la novia de mi hijo mayor que quería comunicarse con él para
avisarle que venía para acá. Después levantaron dos veces el teléfono, pero cortaron
sin contestar. Esto la hizo sospechar y llamó a la policía.
¿Cuál fue la actitud de los chicos cuando llegó la policía?
La llegada de la policía los puso muy nerviosos. También los alteró la demora de
la jueza y cuando la madre de uno de ellos empezó a exaltarlos desde la vereda de
enfrente. No se entreguen que los están engañando les ordenó en un momento.
¿Lo habían asaltado antes?
Sí dos veces. Una vez rompieron la ventana del living y se llevaron algunas cosas.
Y otra me asaltaron a mí. En cambio, ayer a los que apuntaban con una 45 y una Itaka,
gatillada y amartillada en la cabeza, era a mi esposa y a mis hijos. Tuve miedo.
Existe un debate sobre qué hacer con los adolescentes que roban. ¿Usted qué
opina?
No sé, no soy yo quién debe dar la solución. Sé que si los chicos están mañana
en la calle vuelven a robar, de eso no tengo ninguna duda. Por lo que pude observar,
tenían experiencia. El problema es cómo se reinsertan en la sociedad.
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