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EN BUENOS AIRES, EL NOTABLE VITTORIO
GASSMAN CONFIRMO QUE SE RETIRA DEL TEATRO
“Ha llegado la hora de tomarme un descanso”

El actor italiano está desde ayer en esta ciudad, donde mañana abrirá la segunda edición del Festival Internacional de Teatro, Música y Danza presentando su espectáculo “L’addio del mattatore”.

Gassman llegó temprano a Ezeiza y se quejó por el cambio de escenario, del Teatro Colón al Opera.
“Cuando estoy de buen humor me gusta decir que tuve que luchar contra mi inteligencia, que es enorme.”

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) Superando el cansancio del largo viaje que lo trajo ayer desde Roma, el actor Vittorio Gassman dialogó sin darse tregua con los periodistas que ya antes de las 7 de la mañana lo esperaban en uno de los salones VIP del Aeropuerto de Ezeiza. Una indisimulable fatiga marcó la charla generosa y sencilla de este artista nacido en Génova en 1922, famoso en la cinematografía mundial e intensamente vinculado al teatro de su país. Sus 77 años constituyen una biografía completa y una muestra de tozuda desobediencia a la biología. Atento a las preguntas y con la mirada llena de tiempos pasados, Gassman habló de la vida y del trabajo, de su espectáculo L’addio del mattatore, que en italiano (la parte más histriónica) y en español ofrecerá mañana y el viernes en el Teatro Opera, acompañado por los jóvenes Emmanuel Salce y Marina Lorenzi.
El teatro fue su amor de toda la vida y con tan importantes hitos como los que protagonizó en el cine. Entre 1945 y 1949 trabajó con el gran Luchino Visconti en La máquina de escribir, de Jean Cocteau, Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams, y Troilo y Cresida, de Shakespeare. Poco después fundó su propia compañía, y en 1950 debutó como director con Peer Gynt, de Henrik Ibsen. Nunca abandonó la escena, que alternó con el cine y la literatura. Escribió poesías, relatos y autobiografías. Ahora, su expectativa respecto de L’addio... lo retrotrae a su debut en Buenos Aires. Fue en 1951, cuando presentó Oreste, de Alfieri, en el demolido Teatro Odeón. “No quiero que este adiós sea una cosa mortuoria, sino un acercamiento sincero”, dice en el salón VIP de Ezeiza, al tiempo que confiesa tener “problemas respiratorios”. No parece prestarle a esto demasiada atención, puesto que pide un cigarrillo. Lamenta que las funciones no se concreten en el Teatro Colón, como se le había anunciado, sino en el Opera: “Vamos a tener que organizarnos. Esto es un poco una aventura. Voy a concentrar toda mi energía para poder cumplir con el público.”
Se lo ve intelectualmente sólido. Gassman, nadie va a descubrirle ahora, tiene carisma. Lo demostró en su anterior visita a Buenos Aires, en 1992, cuando presentó Ulises y la ballena blanca, su versión sobre la novela Moby Dick, de Herman Melville. La historia del capitán Achab era allí la de todos aquellos que han sufrido un desgarramiento. A Gassman se le acepta que hoy diga en forma desembozada que las estadísticas que se hacen sobre grandes actores y actrices demuestran que entre éstos hay una mayoría de imbéciles. “Con esto quiero expresar que la inteligencia no es lo específico del arte teatral. Por eso cuando estoy de buen humor me gusta decir que tuve que luchar mucho contra mi inteligencia, que es enorme.”
Respecto de su adiós a la escena, considera que se encuentra en el momento justo y que esa retirada no le genera culpa. “Tengo muchos defectos, pero nadie me puede llamar holgazán. Hice unos ciento sesenta espectáculos teatrales, y otras tantas películas; escribí guiones, libros y me dediqué a la docencia (actualmente da clases en la Academia Silvio D’Amico de Roma). Creo que es tiempo de descansar.” No sabe decir dónde se siente más creativo como actor, si en el cine o en el teatro. Uno y otro son ramas de un mismo árbol. “Tienen algo en común, pero mientras el cine es, como la literatura, un arte fundamentalmente narrativo, porque cuentan la vida y el mundo tal como son, el teatro es ante todo un arte simbólico y transformador.”
Ante una pregunta de Página/12 sobre su acercamiento a la poesía, responde entusiasmado: “Me avergüenza un poco decirlo, pero la poesía ha sido mi primer amor, y espero seguir trabajando en ella. Hace cuatro años preparé un programa para la televisión italiana con poemas de Dante Alighieri. De joven pensaba que mi destino estaba ahí y no en la actuación. No soy hipócrita. Admito que he sido un actor con suceso, lo que me gratifica, pero en mi interior sigo creyendo que nací para amar la poesía y admirar a los poetas. Escribo, pero lo mío es sencillo. Lo que pasa es que tengo gran facilidad para versificar.”
–Sin embargo, publicó libros...
–Sí, pero no es verdadera poesía. Cuando era joven me preguntaban qué deseaba ser en la vida, y yo respondía: escribir. Pero después, la voluntad de mi madre, que era una criatura muy fuerte, casi me obligó a ser actor, y a decidirme de la forma más impúdica y atrevida, contraria a mi naturaleza.
–Podría pensarse que nació para actor...
–No, y eso significó una batalla interior que, creo, explica mis períodos depresivos, que fueron bastante duros. Ahora mi ansiedad es otra, y se relaciona con mi presentación ante el público de Buenos Aires, que sabe de teatro. Espero comportarme decorosamente en la escena. Economizaré los movimientos, porque si me muevo mucho pierdo el aliento. Traigo un texto de Pirandello, un fragmento de Hamlet, de Shakespeare, Mentiras verdaderas, un libro que publiqué sobre el gran actor inglés Edmund Kean. Creo ser un experto en Kean. Para mí, el primer actor moderno, y todavía más que eso, el primer actor demoníaco.
Sobre sus trabajos para la escena, cree haberlo hecho todo, pero le gustaría probar nuevamente con las obras “misteriosas”. Menciona a Edipo, de Sófocles, que protagonizó cuatro veces, pero “nunca entendió nada”. Ahora el impedimento es la edad: “Soy viejo para hacer Edipo, porque me haría falta una Yocasta de 200 años, que además sea bonita, y ese es un milagro que no puedo realizar”. Cuenta que protagonizó Otelo en dos ocasiones, y que en la segunda se acercó bastante a su esencia. “Para mí es la tragedia de un hombre viejo –puntualiza–. Otelo pronuncia más de diez veces la palabra viejo. Su soledad es la de un hombre de edad y con una visión pesimista de la vida. Eso acrecienta su soledad. No se puede reducir la figura de Otelo a los conceptos de negritud y celos.”
En cuanto a Hamlet, otra obra “misteriosa”, cree que su protagonista sólo puede ser interpretado por un actor no mayor de 35 años, “porque la tragedia de este personaje es la de un intelectual joven”. De su paso por Hollywood rescata sus encuentros con el actor Charles Laughton: “En Hollywood hice films horrorosos, y mi consuelo era hablar con él sobre Hamlet, en su piscina, tomando champagne.”
Gassman no se olvida de sus compañeros en L’addio..., y hace las presentaciones. Marina Lorenzi ha hecho una Ifigenia destacable –dice– y Emmanuel Salce hará un film. Hijo del fallecido cineasta Luciano Salce y de la actual esposa de Gassman, Diletta D’Andrea, Emmanuel participó de otro espectáculo armado por el actor: Cuerpo y alma: el talk show del adiós, de 1996. “En su pasada depresión se acercaba a Dios como si éste fuera un doctor más sabio”, comentó poco después este director en un aparte con Página/12. De ahí que Gassman incluyera en aquel espectáculo una singular carta a Dios. “Ellos están conmigo en este adiós al escenario”, había puntualizado antes el actor al nombrar a Salce y Lorenzi, comparándose de paso, por las reiteradas despedidas, con su admirado Edmund Kean: “El hizo doce adioses, pero era más bravo que yo”.
Cómo salir de la depresión es un “secreto” que dice no poseer, pero sí capaz de reconocer inmediatamente quién o quiénes la padecen. De todas formas aconseja “hacer cosas nuevas y mantener viva la mente hasta el momento de salir”. Le resulta injurioso que lo llamen maestro: “Cuando alguien me llama maestro le respondo “dícelo a tu hermana”. Cree que dentro de la gran literatura no hay vencedores ni vencidos, pero que el gran match final se juega entre Shakespeare y Dante. En su opinión, el teatro se nutre de la vida y es su espejo. “Hacer teatro es más que una profesión, es una manera de ser que abarca a todos los hombres. Todos tenemos algo histriónico. Ionesco lo dice simpáticamente: ‘Todos los hombres actúan a excepción de algunos actores’.”
Esta es la octava temporada de Gassman en Buenos Aires, una ciudad de la que dice quiere sentir periódicamente “su pulso teatral”. Está convencidode que es “una ciudad estupendamente loca”, y confiesa su admiración por algunos escritores. “Borges no puede ser sino argentino”, apunta. “Esta es una ciudad ambigua, en el mejor sentido, donde no me extrañaría ver pasar por la avenida Corrientes a uno de los tigres de Borges. Buenos Aires es tan misteriosa como la belleza de sus mujeres. Tengo buenos recuerdos de esta ciudad... Me pregunto si me estará escuchando mi mujer, con la que estoy felizmente casado desde hace 33 años”, apuntó divertido, antes de excusarse nuevamente por su fatiga y despedirse con un “gracias a todos”.

 


 

“GUARDAMI”, DE DAVIDE FERRARIO
Venecia se llenó de sexo

t.gif (862 bytes) Una película protagonizada por el británico Michael Caine y otra sobre la vida de una estrella del cine porno italiano de la década del ‘80 fueron los puntos más atrayentes en el Festival Internacional de Cine que se realiza en Venecia desde el miércoles. Con más de 80 películas en su haber, Caine participa en la sección oficial de la Mostra con Las reglas de la casa de la sidra, dirigida por el sueco Lasse Halstrom y basada en una novela homónima de John Irving, y en la que interpreta a un médico que regentea un orfanato en 1945. En el film, el director plantea una relación paterno-filial que establece entre el rector del orfanato y los chicos que recoge en la institución, que provocó que a muchos de los espectadores se les llenaran los ojos de lágrimas. “Hice la película porque me gustó el guión y además conocía otras películas de Halstrom, como El año del arco iris”, explicó Caine en su encuentro con la prensa. “Cuando sos joven –explicó el ganador de un Oscar por Hannah y sus hermanas— te fijás en quién va a ser la chica de la película y si la vas a conseguir, pero cuando sos un poco más viejo sólo te interesa cuál va a ser tu papel.”
Por otra parte, el director italiano Davide Ferrario presentó Guardami, que centra su trama en la vida de Moana Pozzi, estrella porno del cine italiano de la década de los ‘80 que falleció hace cinco años, aunque no se sabe si a causa de un cáncer o de sida. Si bien el Festival se anunciaba como “fuerte” en cuanto a films eróticos, pocos esperaban el nivel alcanzado por la película de Ferrario. Colocada en la sección “Sueños y visiones” y anunciada como una de las películas “más crudas” del Festival en cuanto a imágenes narrativas, Guardami supera, para la prensa, el límite del cine pornográfico, un género al que, sin duda, no pertenece.
La película, interpretada por Elisabetta Cavalotti, ofrece un panorama de órganos genitales femeninos y masculinos en primer plano y secuencias sexuales de distinto tipo. Según los periodistas que cubren el evento, Guardami podría definirse como “cine erótico de autor”, pero Ferrario va mucho más allá, y no sólo porque incluye en la historia la guerra en Bosnia, sino porque la actriz que protagoniza el film es una estrella porno. Los críticos no dudaron en decir que la enfermedad de la protagonista se mezcla con escenas vulgares y desconcertantes hasta para los habitués del cine porno, y la “realidad cruda” de las escenas de sexo deja lugar a una edulcorada visión de la quimioterapia y de la condición de los enfermos terminales.

 

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