Por Raúl García Hacia fines de la década del
70, el sociólogo Jean Baudrillard debutaba en las grandes ligas de la polémica con la
publicación de Olvidar a Foucault, un libro que era un ataque directo a una vertiente del
pensamiento filosófico que influía sensiblemente en las ciencias sociales. El libro fue
un caballito de batalla de todos aquellos que, fuese por el supuesto antimarxismo, por el
nihilismo nietzscheano de su pensamiento, o inclusive por sus preferencias sexuales,
rechazaban a Michel Foucault. Si bien es cierto que las modas intelectuales tienen su
ciclo, lo que marca la consistencia de una teoría es que el modo en que interroga los
fenómenos siga poseyendo actualidad. En ese sentido, las ideas difundidas por Foucault
hace veinte años aún se revelan como herramientas eficaces. He ahí, podría decirse, su
victoria contra el olvido.Los estudiosos dividen la obra de Foucault en tres períodos,
cada uno de los cuales gira sobre un problema: un primer período denominado
arqueológico, cuyo eje lo constituye el tema del saber; un segundo genealógico, dedicado
al problema del poder, y un tercero llamado de la ética, en que investigó las
modalidades de producción. A 15 años de su muerte, siguiendo ese criterio, la editorial
Paidós publicará este año tres volúmenes que contienen conferencias, artículos y
entrevistas en su mayoría inéditos en castellano. Ya han aparecido los dos primeros.Si
bien los factores que hacen posible la actualidad de Foucault son múltiples, la potencia
crítica que su pensamiento posee está apoyada por lo menos en dos pilares. El primero es
su manera singular de conducir el pensamiento hasta sus propios límites, pensar lo que no
fue pensado, vaciando de supuestos previos y reformulando radicalmente viejos problemas.
El segundo está relacionado con su estrategia de politizar todo objeto analizado,
constituyendo así una inédita filosofía política. La de Foucault es una maquinaria
política de interrogación.Después de la Segunda Guerra, al igual que muchos
intelectuales franceses, Foucault se afilió al Partido Comunista. El filósofo más
importante de la época era Sartre, el “intelectual comprometido” que desde el
marxismo criticaba al propio Partido Comunista Francés. Al comenzar su trabajo de
análisis, Foucault sostuvo que Marx había explicado los conflictos sociales
exclusivamente desde el nivel económico, sin que ese criterio pudiese considerarse
excluyente. Su primer libro fue claro al respecto: dedicado al análisis de la locura, su
enfoque transforma la enfermedad mental en un fenómeno político. Historia de la locura
expone el modo en que se constituye en Occidente la sociedad moderna, confinando en
instituciones especiales a aquellos sujetos cuyas conductas difieren de las de la
mayoría. Los procedimientos similares que utilizó para el análisis de la sexualidad, la
prisión, la ética y las minorías sociales, poco a poco lo fueron convirtiendo en un
referente cada vez más polémico. Entre filosofía y literatura, el primero de los tres
que se editarán este año, es una recopilación de documentos correspondientes a la
primera etapa. El prólogo, la compilación y la traducción estuvieron a cargo de Miguel
Morey, profesor de filosofía francesa. Son 22 artículos -.fechados entre los años 1954
y 1970– que trabajan sobre temas como la locura, el lenguaje, los sueños, la
sociedad y la transgresión. Durante ese período Foucault desarrolló una crítica
violenta sobre el saber occidental, desarrollando una hipótesis que hoy es de uso
corriente: el saber siempre produce poder. Algunos conocimientos han perdurado porque han
vencido a otros, y eso fue posible porque sirvieron a fuerzas políticas que los
impusieron socialmente, posición que echa por tierra el mito de la apoliticidad del
conocimiento científico. Estrategias de poder es el segundo, acaba de aparecer, e incluye
textos del segundo período de la obra. La traducción y selección estuvo a cargode los
sociólogos españoles Julia Varela y Fernando Alvarez Uría, quienes señalan: “Los
textos podrían leerse como propuestas para comprender las bases en las que reposa el
capitalismo, y sobre todo como un antídoto para hacer a la versión más brutal del
capitalismo: el fascismo”. Estética, ética y hermenéutica, en preparación, está
a cargo de Angel Gabilondo y recopila textos de los años 1978-1984. Esos textos
constituyen documentos para comprender el último giro del pensamiento de Foucault que, al
momento de morir, estaba ocupado en explicar de modo adecuado las modalidades de
producción en distintas épocas históricas. La colección constituye, en el fondo, una
antología de un pensamiento que puede considerarse uno de los más originales de la
segunda mitad del siglo XX. Su tono no pretende apuntalar una ortodoxia interpretativa
-.nada más alejado de Foucault– sino reflejar los recorridos de un pensamiento
aventurado que pide ser continuado y profundizado.
“No me considero filósofo
“La constitución de la locura como enfermedad mental, a fines del siglo
XVIII, establece la constatación de un diálogo roto, da la separación como ya
realizada, y hunde en el olvido a todas esas palabras imperfectas, sin sintaxis fija,
balbuceantes, en las que tenía lugar el intercambio entre locura y razón. El lenguaje de
la psiquiatría, que es monólogo de la razón sobre la locura, no ha podido establecerse
sino sobre ese silencio.” (1961)
“No me considero un filósofo. No es falsa modestia. Se trata más bien de una de las
características fundamentales de la cultura occidental desde hace 150 años: la
filosofía, en tanto actividad autónoma, ha desaparecido. A este respecto, hay un
síntoma sociológico que merece señalarse: la filosofía ya no es hoy más que un oficio
de profesor de universidad. Desde Hegel, la filosofía es enseñada por unos
universitarios cuya función consiste menos en practicar la filosofía que en
enseñarla.” (1970)
“Matar a Dios para liberar a la existencia de esa existencia que la limita, pero
también para conducirla a los límites que borra esa existencia ilimitada (el
sacrificio). Matar a Dios para conducirlo a esa nada que es y para manifestar su
existencia en el corazón de una luz que la hace flamear como una presencia (es el
éxtasis).” (1963)
“El lenguaje de la literatura no se define por lo que se dice, ni por las estructuras
que lo hacen significante. Tiene un ser, y es este ser lo que hay que interrogar. ¿Qué
es este ser actualmente? Sin duda algo que tiene que ver con la autoimplicación, con el
doble y el vacío que se abre en él. En este sentido, el ser de la literatura alcanza la
región donde, desde Freud, tiene lugar la experiencia de la locura.” (1964)
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