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OPINION
Dos, tres,muchos
Por Alfredo Grieco y Bavio

Desde que el 78,5 por ciento de la población de Timor Oriental votó la semana pasada a favor de independizarse de Indonesia, las comparaciones con Kosovo abrumaron a todos los medios. En líneas generales, la situación parecía la misma. Un enclave culturalmente irreductible quería autonomizarse de un país que lo dominaba y oprimía. Timor Oriental (mitad este de la isla de Timor) fue durante cuatro siglos una colonia de Portugal. El portugués fue el primero en establecerse de los imperios coloniales europeos, y el último en desmantelarse. Cuando la revolución de los claveles triunfó en 1974 y depuso a la dictadura derechista de Salazar, llegó el principio del fin para Timor. En 1975 sufrió una cruenta invasión indonesia, con apoyo norteamericano. En los primeros años de ocupación, uno de cada cuatro timorenses fue asesinado. Timor Oriental se convirtió en la provincia número 27 de Indonesia. Pero la asimilación nunca iba a hacerse efectiva. En 400 años, los timorenses habían construido una identidad cultural. Eran católicos frente a los indonesios musulmanes, hablaban un dialecto diferente, muchos conservaban apellidos y aun la lengua portuguesa. Una guerrilla independentista se convirtió en el brazo armado del sentimiento nacionalista local. En esta historia fue fácil reconocer una versión ecuatorial de Kosovo, enclave musulmán por herencia del imperio turco, pero étnica y lingüísticamente albanés, en una Serbia eslava y cristiana ortodoxa. El Ejército de Liberación de Kosovo parece el hermano distante de la guerrilla timorense. Y los métodos para favorecer a la minoría proindonesia por el gobierno de Jakarta anticipaban los de Belgrado: organizar escuadrones de la muerte. En esta última semana los paramilitares impulsaron en Timor una “limpieza étnica” (eufemismo para un genocidio de baja intensidad) con asesinatos, incendios y deportaciones. Las minorías que se quieren autonomizar claman por la presencia internacional; los gobiernos centrales, indonesio o yugoslavo, invocan el derecho internacional y el principio de no intervención. La Realpolitik norteamericana de los años 70, impulsada por el secretario de Estado Henry Kissinger, fue la causa del apoyo a Suharto en Indonesia, a Pinochet, o al shah de Irán. La impasse del ex dictador chileno en Londres, el dudoso éxito atlantista en Kosovo, y la catástrofe de Timor invitan a pensar que las “guerras justas” de la internacional socialdemócrata de los 90, que prometen multiplicarse, son solo la continuación por otros medios de los errores de un cuarto de siglo atrás.

 

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