Por Martín Pérez Cielo azul, mucho verde y
niños correteando. La felicidad es un parque lleno de enamorados. Dos chicos que caminan
de la mano, una pareja de ancianos sentada en un banco, una familia en pleno haciendo un
picnic. Con la misma sonrisa satisfecha de quienes lo rodean dibujada en el rostro, Bill
Mapplewood camina por el parque... con un rifle de repetición en la mano. Y, sin detener
su caminata, comienza a disparar. Los cuerpos caen aquí y allá, la mayoría huye
aterrorizada, otros quedan congelados junto al cuerpo inerte de sus parejas. Mapplewood
rodeado de gritos de dolor o agonía se detiene, rifle en mano, sonrisa
satisfecha en el rostro. La felicidad es una ametralladora caliente. Lo único que
ha cambiado en mi sueño es que esta vez no me suicido al final, explica Mapplewood.
¿Y piensa que eso es algo positivo?, le pregunta el psiquiatra. Sí, al
menos me despierto feliz, es la respuesta de su paciente. Claro que después
me deprimo, porque me doy cuenta de que he vuelto a la realidad. Obra polémica y
transgresora sin estridencias, la Felicidad de Todd Solondz supo ser el film del año
pasado dentro del mundo independiente del cine estadounidense. Fresco familiar y suburbano
de una Norteamérica satisfecha pero vacía, cuando Universal se negó a distribuir
Felicidad por su temática, este hecho desnudó los verdaderos límites de la
independencia del cine alternativo vendido a las grandes cinematográficas. Nada raro, en
particular cuando se piensa que, en su cuidadosa reconstrucción cinematográfica de lo
bizarro en el día a día de los suburbios, Felicidad también termina desnudando el
límite del cinismo costumbrista dentro del ámbito del cine independiente estadounidense.
Suerte de relectura de Hannah y sus hermanas, pero en Nueva Jersey y con personajes sin
tanta autoconciencia como para poder hablar y razonar respecto de sus traumas, Felicidad
se centra en la historia de tres hermanas: Joy, Helen y Trish. Joy es una fracasada que de
tanto buscar lo esencial de la vida ha terminado por no comprenderla. La vanidosa Helen
está sola como Joy, pero ella es una escritora de éxito y una amante muy reclamada, que
dice vivir en Nueva Jersey en un estado de ironía. Trish, mientras tanto, es
la única de las tres que ha seguido sin complejos el camino del suburbio: ella se ha
casado y tiene su casa, su jardincito, sus hijos y su perro. Lo tengo todo, se
enorgullece con pasmosa seguridad, sin saber que efectivamente lo tiene todo,
incluso un marido abusador de menores: el desequilibrado, sufriente pero de apariencia
perfectamente normal Bill Mapplewood. Entrecruzando con todo el tiempo del mundo las
historias de las hijas con las de sus padres, sus hombres y el mundo que los espera ahí
afuera, Solondz se dedica a retratar minuciosamente el patético sinsentido y los deseos
atrapados en la tan transitada falsa felicidad de suburbio. Si Tim Burton descubrió otro
mundo disfrutable dentro de ese mundo, y John Waters se dedicó a destruirlo sin ninguna
piedad y con todo entusiasmo, lo quehace Solondz es apenas retratarlo con fondo de música
de ascensor. Cinismo de qualité, Felicidad es una comedia con ritmo de drama y sin risas
grabadas, llena de una feroz ironía en permanente conflicto con el desgarrador vacío que
todo el tiempo ocupa la pantalla. Además de las tres hermanas, el mundo del detallista
film de Solondz está habitado por un patético acosador telefónico que capitula al ser
acosado a su vez, por un ruso taxista y ladrón que le exprime todo lo que puede al sueño
americano, y por los padres de las chicas, en particular por papá Lenny (interpretado por
el formidable y hoy tan indie Ben Gazzara). Y por todo tipo de antifrases de poster.
Crees que sólo soy un gordo barrigón sin nada de onda, pero soy champagne. Vos sos
una mierda y lo serás hasta el día que te mueras, le espeta un formidable y
efímero Jon Lovitz a Joy apenas iniciado el film. Soy un fraude. Si por lo menos
hubiera sido violada a los diez años, se escucha quejarse a la seudopoeta Helen.
Tunnisssiahhh, articula con voz de cabaret la seductora Mona que tiene a
Lenny entre ceja y ceja al hablar de Túnez.Mientras tanto, en el centro de la
paradoja esencial del film su conflicto entre la comedia y el drama descansa
Bill Mapplewood, el personaje más indefendible del lote, pero el único en el que Solondz
parece encontrar algún tipo de interés más allá de la vivisección irónica. Los
aleccionadores diálogos con su hijo, su relación con el pequeño Johnny Grasso (filmado
por Solondz como si fuera la mejor Lolita) y su capitulación final a los reclamos de su
prohibida obsesión son las claves de un film implacable con toda superficialidad,
fascinado por la vocación suicida de papá Lenny. Y atravesado por una sorda
insatisfacción encarnada en las obsesivas preguntas sexuales del tan inocente Bill
Mapplewood, el único que terminará consiguiendo lo que tanto desea.
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