Solo se escribía con acento solo cuando significaba solamente y
ahora solo se escribe con acento solo cuando hay posibilidades de confundirlo con el solo
que significa solamente, en cambio este, ese y aquel, que se escribían con acento solo
cuando eran sustantivos, ahora pueden llevar o no acento y quien escribe lo decide solo,
decidió la Real Academia Española, que lleva como divisa “limpia, fija y da
esplendor”, como si se tratara de un producto para hacer brillar los metales o un
shampoo revitalizante. La Academia Española nunca está a la vanguardia: hace dos años
hubo una reforma ortográfica en Francia y el año pasado una, muy drástica, en Alemania
por ley federal (que incluso fue plebiscitada en el estado de Schleswig-Holstein, donde
fue rechazada en elecciones generales). El movimiento de renovación ortográfica tampoco
es una novedad: el Premio Nobel de literatura español Juan Ramón Jiménez, autor del
escolarísimo Platero y yo y de miles de poesías que hoy casi no se leen (y que, en
verdad, no son demasiado buenas), había establecido una reforma de facto al escribir todo
con j, empezando por su propio apellido, y en 1988, otro Premio Nobel, Gabriel García
Márquez, propuso terminar con las normas de ortografía, a las que calificó de
“terror del ser humano desde la cuna”... Por más que lo diga García Márquez,
hay que reconocer que no es para tanto: las reglas de ortografía, por lo menos en
castellano, no son tan terribles ni complicadas como, por ejemplo, en inglés, donde los
distintos diccionarios dan ortografías distintas (harbour, puerto, aparece como harbor en
los diccionarios norteamericanos y como harbour en los ingleses), la relación entre
pronunciación y escritura no siempre es muy coherente y la enseñanza de la
lectoescritura es harto más difícil que en castellano. No obstante lo cual, la Academia
Española acaba de introducir cambios en la ortografía oficial, suprimiendo acentos:
“solo” se puede escribir sin acento aunque signifique solamente (antes el acento
era obligatorio en esos casos), se suprimen los acentos de muchas palabras como
“guion”. También se autoriza el cambio de “bs” por “s” (en
palabras como “oscuro” o “sustancia”, aunque no se permite
“ostinado” por “obstinado”).Es interesante, porque dejando de lado
opiniones extremas como la de García Márquez (que consideran que la ortografía es un
conjunto de reglas y normativas prepotentes que hay que desterrar para siempre del
horizonte de la lengua), inevitablemente, cada modificación de este tipo enfrenta una
postura conservadora (la ortografía debe dejarse tal como está y lo manda la costumbre)
y una reformista, que da su bienvenida a los cambios. Los argumentos conservadores en
materia de ortografía implican un apego a la etimología (o a la costumbre antigua), en
algunos casos a la claridad y en otros, a una literalidad excesiva, y los argumentos
reformistas, que en este caso utiliza la Academia (lo cual no es raro: al fin de cuentas
siempre que se implementa una reforma se esgrimen argumentos reformistas), es que la
normativa de la lengua debe aproximarse todo lo posible a la oralidad y sobre todo a crear
una ortografía panhispánica. Sin suscribir el maligno comentario de Juan Forn
(“tratan de ajustar las reglas ortográficas a lo que ellos –los
españoles– no pueden pronunciar”), la idea de una ortografía que se ajuste a
las distintas formas en que se habla el castellano es un tanto utópica; no deja de ser
interesante que en una época en la que es casi un lugar común hablar de la muerte de las
utopías, la Academia acuda a una de ellas: las variaciones de la lengua oral entre ambos
lados del Atlántico, y las que van del Río Bravo a Ushuauaia (¿Husuauaia, Gushuauaia,
Usuauaia?), aun sin contar las de lapropia España, son tan grandes que conseguir
verdaderamente una ortografía ajustada a la lengua oral parece una meta bastante lejana.
Al fin y al cabo, la ortografía es solamente un conjunto de convenciones, y como todo
conjunto de convenciones formado históricamente tiene normas razonables, otras que fueron
razonables alguna vez y dejaron de serlo y algunas reglas arbitrarias. Las decisiones de
la Academia conservan el molde: en algunos casos convalidan normas ya aceptadas (el caso
de “oscuro”), pero se mantiene –un tanto arbitrariamente– la
“p” de psicología y psicoanálisis. La supresión de acentos a veces confirma
las famosas –y sensatas, si se compara, por ejemplo, con el francés– reglas
fonéticas, y otras veces las viola. También la hache recibe lo suyo (en palabras como
huemul, se puede sustituir por güemul, aunque no güevo por huevo ni güeco por hueco).
Pero tanto en unos como en otros casos, la Academia Española, como siempre, es tibia. La
verdad es que las reformas ortográficas no son para tanto y hay un conjunto de razones
suficiente tanto para estar de acuerdo como en contra (situación más frecuente de lo que
se cree, por otra parte). En principio, las medidas son razonables, y aunque se pueden
discutir, la discusión no sería muy interesante. Lo que también vale la pena notar es
que, probablemente, estas reformas, y la urgencia por simplificar la ortografía registran
la presencia y la presión creciente del inglés (como muestran algunas decisiones
relativas a las siglas) y de las redes informáticas. No solo es más fácil escribir solo
que sólo en una computadora sino que fácil será más fácil sólo cuando se escriba
facil.

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