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El País de Madrid Por Luis Matías López Desde Moscú Un hueco limpio, como cortado con una navaja de afeitar, de nueve pisos de alto y 30 metros de ancho, y un enorme montón de escombros que sepulta aún a unas 150 personas, condenadas en su gran mayoría a ser cadáveres, es lo que queda de lo que anteayer era la sección central de un enorme edificio de apartamentos de la periferia de Moscú. La medianoche del miércoles, ese conjunto de cemento, ladrillos, muebles, enseres y vidas se vino abajo por efecto de una explosión devastadora. Al caer la noche se habían recuperado 40 cuerpos y los heridos eran ya 145. A medida que avanzaban las complicadas operaciones de rescate, la catástrofe cobraba el perfil de un brutal atentado, relacionado directamente con la guerra en la república caucásica de Daguestán. Tanto el ministro del Interior, Vladimir Rushailo, como el alcalde de Moscú, el presidenciable Yuri Luzhkov, se unían a media tarde al coro de opiniones que se inclinaban por la hipótesis de un atentado. Sería el más brutal ocurrido jamás en la capital rusa y dejaría en ridículo la pretensión del Kremlin de presentar el conflicto de Daguestán como un simple problema de bandidismo. Oficialmente, se prefiere esperar al resultado de la investigación, que dirigen en el terreno agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB, heredero del KGB soviético) y prosigue en laboratorios especializados. El Ministerio para las Situaciones de Emergencia, cuya existencia se justifica más que sobradamente en Rusia, dio a entender que se había tratado de una explosión de gas, pero esa versión no encajaba con las declaraciones de algunos testigos que señalaban la ausencia del olor característico en ese tipo de deflagraciones y la presencia, por el contrario, de un intenso olor a pólvora y azufre. Además, los cristales de las ventanas saltaron hacia dentro de las habitaciones, y los incendios no fueron inmediatos, sino que se produjeron unos 20 minutos después de la explosión. La propia compañía del gas descartaba un accidente provocado por un problema en su red de suministro principal. Luzhkov, que apuesta a que se trata de una represalia terrorista relacionada con la crisis del Cáucaso, señalaba, no obstante, un punto débil: que el edificio destruido, ocupado en su mayoría por familias de escasos recursos y sin ninguna relación con organismos oficiales o las fuerzas de seguridad, está muy lejos de constituir un objetivo clásico del terrorismo caucásico. El pasado sábado, por ejemplo, los activistas islámicos eligieron en la localidad daguestaní de Buinaksk un blanco mucho más significativo: un bloque de viviendas militares. El saldo de víctimas fue brutal: más de 70 muertos y 100 heridos. La explosión de Moscú promete superar ampliamente esa cifra, ya que se calcula que hay cerca de 150 cuerpos (vivos, o más probablemente muertos) sepultados bajo una montaña de escombros. Las pruebas sobre el origen de la explosión se encuentran con toda seguridad en el estrato más bajo, en lo que una vez debieron ser la planta baja y el primer piso. Pero se puede tardar días en llegar hasta allí. Un portavoz del FSB aseguraba a la agencia Tass que la explosión fue provocada, o por un explosivo industrial equivalente a más de 200 kilos de trilita o por una gran cantidad (que no concretó) de artefactos pirotécnicos. Poco después, se identificaba supuestamente a algunos sospechosos, aunque no se practicó, que se supiera, ninguna detención. En cuestión de horas, se montó en la gran explanada situada frente al lugar de la catástrofe, el número 19 de la calle Gurianov (en honor de un guerrillero de la II Guerra Mundial), un enorme dispositivo que incluía desde decenas de ambulancias a helicópteros para evacuaciones deemergencia y tiendas de campaña con equipos médicos, entre ellos uno para prestar ayuda psicológica a las víctimas. Los más de 300 miembros de los equipos de rescate detenían sus trabajos de vez en cuando para oír los posibles gritos de auxilio de los sepultados. Pero del montón de cascotes, secciones enteras prefabricadas de suelos o paredes y hierros retorcidos les llegaba tan sólo el eco de su propio silencio. Eso desvanecía las penúltimas esperanzas de hallar supervivientes.
LA ZONA PUEDE CONVERTIRSE EN UN NUEVO
AFGANISTAN Por Rodrigo Fernández Desde Moscú El Kremlin reconoció ayer haber perdido su primer avión de combate en Daguestán, donde los militares rusos continúan tratando de aplastar a los integristas musulmanes. Se trata de un caza Su-25, que fue derribado en el distrito de Buinaksk, que queda en el corazón de esa república norcaucásica que forma parte de Federación Rusa. El piloto logró saltar a tiempo y salvar su vida. En ese distrito precisamente se encuentran Karamají y Chabanmají, las aldeas que son centro del wahabismo y donde los integristas están oponiendo una feroz resistencia a las tropas federales. El piloto del caza logró desviar el avión de los poblados y de las posiciones de las tropas rusas, después de lo cual procedió a catapultarse. Un equipo de rescate encontró al poco tiempo al piloto, cuyo estado es satisfactorio, según los médicos. Los rusos afirman que desde principios de agosto, cuando estallaron los primeros enfrentamientos contra los islamistas que pretendían crear un Estado islámico independiente en las montañas de Daguestán, ésta es la primera pérdida de un avión de combate. Los guerrilleros aseguran haber derribado varios aparatos en agosto, pero esas informaciones nunca fueron confirmadas. Lo que sí han reconocido los militares es que algunos aviones fueron alcanzados por el fuego de los rebeldes, pero que pudieron regresar a sus bases y ser reparados. En la zona de Buinaksk las fuerzas federales han tenido sólo pequeños progresos: lograron tomar el cerro Chabán, que domina las aldeas, y avanzaron 300 metros en Karamají, pero se encontraron con fuertes focos de resistencia, por lo que decidieron detenerse y dejar que la aviación y la artillería continúe bombardeando las posiciones de los wahabíes. Los aviones cumplieron 12 misiones y los helicópteros seis contra la citada aldea. La otra región de combates queda en la frontera con Chechenia, en el distrito de Novolak, donde los guerrilleros ya controlarían nueve localidades y estarían a sólo cinco kilómetros de Jasaviurt, una ciudad estratégica ubicada a 83 kilómetros al suroeste de Majachkalá, la capital daguestana. Los wahabíes pretenden tomar Jasaviurt, en la que, por cierto, habitan numerosos chechenos, para convertirla en capital del Estado islámico que desean crear. Los guerrilleros han organizado un buen sistema de comunicación y abastecimiento con sus bases de retaguardia en Chechenia: sólo ayer, según los rusos, a Novolak llegaron cerca de 800 combatientes musulmanes en 47 camiones. Desde comienzos de agosto, las bajas de las fuerzas federales son 149 muertos, una veintena de desaparecidos y 522 heridos. Estas cifras no incluyen las bajas de las fuerzas del ministerio del Interior de Daguestán ni de las milicias de voluntarios. Las autoridades chechenas, por su parte, han denunciado que los bombardeos rusos contra su territorio han causado desde el domingo 128 muertos.
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