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Por Martín Pérez Sentado en un bote en medio del lago, el alguacil Keough dice su verdad. Lo que haga un animal en el bosque es cosa suya, a menos que se lo haga a un hombre, sentencia ante el buzo que va a sumergirse en las quietas aguas del lago de su jurisdicción para perseguir y censar mapaches. A pesar de representar a la Ley en esa sección del territorio de Maine, el malhumorado Keough no parece encarnar la imagen de la autoridad. En particular ante los agentes de Caza y Pesca del condado, quienes (como el buzo) están por sobre su jurisdicción. Son todos comediantes sarcásticos, murmura para sí mismo ante cada respuesta cáustica que lo saca de las casillas. Y es precisamente entre su malhumor y el sarcasmo generalizado de quienes lo rodean que se ubica cómodamente la gracia de El Cocodrilo, un cínico y desquiciado film de aventuras que comienza precisamente cuando el buzo que va en busca de mapaches, con la boca llena de respuestas ingeniosas, regresa partido al medio por una boca aún más grande.Film desconcertante pero disfrutable, El Cocodrilo es en realidad más allá de los nombres de las estrellas que encabezan el reparto y las responsabilidades de su director el hijo pródigo del multipremiado productor, guionista y realizador televisivo David E. Kelley. Responsable de series como L.A. Law, Chicago Hope y Ally McBeal, el toque de Kelley guionista y productor de este film firmado por Steve Miner, responsable de la decepcionante Halloween: H20 es fácilmente reconocible en cada ocurrencia absurda que ayude a darle personalidad a una historia y a un género tantas veces transitado: el habitado por esos monstruos hambrientos que desde Tiburón a Anaconda suelen aparecer para robarse la película. Y, si es posible, almorzarse a más de un protagonista en el camino. Las particularidades de este film, en cambio, aparecen desde el título original: Lake Placid (traducible como Lago Apacible), que no es el nombre del lago donde transcurre la historia, que se llama Black (Negro). Quisieron llamarlo Placid, pero no pudieron porque alguien ya lo había elegido antes, aclara uno de los protagonistas de un film basado en premisas tan repetidas que las mejores opciones ya han sido escogidas. Lo que queda entonces son los toques absurdos: una vaca viajando en helicóptero, un cocodrilo como la mascota faldera ideal, una abuela capaz de hablar con epítetos dignos del peor obrero portuario y siguen las firmas. Y, claro, los personajes. Porque El Cocodrilo no es una historia de monstruos y acción, sino de personajes. Por un lado está la paleontóloga Kelly Scott de pésimo carácter pese a su aspecto de pollo mojado encarnada por la encantadora Bridget Fonda. Su galán es el oficial de Caza y Pesca Jack Wells (Bill Pullman), de pocas palabras pero miradas discursivas, y la diversión absurda queda a cargo del mencionado alguacil Keough (encarnado por el irlandés Brendan Gleeson) y su némesis: el extravagante millonario Héctor Cyr (Oliver Platt), un hombre que con sus millones no hace más que venerar a los cocodrilos alrededor del mundo. Con una escenografía de cabezas cortadas, dedos perdidos (y podridos) y vocaciones suicidas varias, El Cocodrilo parece preocuparse sólo por cómo es que Scott comienza la película siendo abandonada por su novio y la termina con un nuevo interés romántico entre ceja y ceja. El resto es tan sólo correr detrás (y huir de) un inmenso cocodrilo para entretener a un público desconcertado por tanto sinsentido, pero que bien puede agradecer el hecho que la aburrida lógica de Hollywood se haya tomado vacaciones sin permiso. Y así todo sea posible entre respuestas sarcásticas y viejecitas generosas y maldicientes.
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