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Publicó Sexo y carácter en 1902 y el libro se convirtió en un extraño best-seller de la época. Tuvo lectores prestigiosos y aun entusiastas: Kafka, Musil, Wittgenstein, Joyce, Italo Svevo, Apollinaire, Canetti, entre otros. Karl Kraus lo defendió contra los patógrafos como Max Nordau, que pretendieron que ciertas ideas sólo podían tener un origen patológico (la locura en Nietzsche, etc.). El gran dramaturgo y gran misógino August Strindberg lo admiraba sin reservas. Pero Otto Weininger no gozó de su fama: se suicidó al año siguiente de aparecer la obra. Tenía 23 de edad.No es fácil entender hoy la boga de ese texto violentamente antisemita y acerbamente antifemenino. Su autor, hijo de un próspero artesano judío, se convirtió al catolicismo en 1901 y parece vocear los estereotipos racistas de la época: propone que el judío es un camaleón desarraigado, distante de toda noción de caballerosidad, heroísmo y virilidad, y esencialmente materialista, una imagen irreal creada para oponerla a los valores masculinos arios entonces predominantes. Bajo la dinastía de los Habsburgo, Viena fue la ciudad de Europa donde se registraba la tasa más alta de conversiones de judíos al cristianismo. La presión institucional a esos efectos no era pequeña. Mahler nunca hubiera llegado a ser director de la Opera de Viena si hubiera insistido en su judaísmo.Tal crisis de la identidad judía en la cultura centroeuropea del XIX abrevaba en teorías como las del filósofo británico, pero germanófilo, Houston Steward Chamberlain -.el siglo XX, profetizó, se vería dominado por la batalla entre fuerzas germánicas y fuerzas judías y también la padeció ese brillante polígrafo vienés que se llamó Karl Kraus. Convertido al catolicismo en 1899, sufrió como Weininger el llamado reflejo de autorrepulsión del judío. Con diferencias, sin embargo: el último consideraba que la presunta inmoralidad del judío era irremontable y el primero adoptó la concepción de Herder del judío puramente humano que renuncia a su religión y condición en aras de un ideal humanista. Por otra parte, Kraus se manejaba asimismo con estereotipos. La preponderancia de judíos -.para quienes muchas profesiones estaban cerradas en el comercio y la Bolsa de Viena le hizo pensar que la identidad judía estaba contaminada de oportunismo mercantil. Ese concepto planeaba -.y planea desde hace siglos en el Occidente cristiano. Shakespeare lo desechó en El mercader de Venecia: cuando Porcia, disfrazada, entra al juzgado veneciano donde se dirime la famosa cuestión de la libra de carne, pregunta ¿Quién es el mercader y quién es el judío?. Claro que el bardo inglés presentaba algo más siniestro aún: que un judío esgrimiera un cuchillo contra un cristiano evocaba una vasta serie de leyendas medievales, desde la que quiso que los varones judíos menstruaban hasta la que afirmó que los judíos practicaban el asesinato ritual de niños.Weininger creía que la esencia humana era un producto biológicamente prefijado de la herencia, el género y el tipo físico. El carácter, como el genio, una prerrogativa del hombre; la mujer no lo poseía por definición. Homologaba las figuras de la Madre y la Prostituta en tanto que dos fuerzas igualmente funestas. Percepciones semejantes se agitan desde el fondo de los siglos en el cristiano Occidente .-léase San Pablo, pero en la Viena finisecular alcanzó su temperatura culminante la imagen de la mujer diabólica, destructora y esclavizadora de varones, y la relación entre los sexos entendida como un conflicto irresoluble. Como oposición autodestructiva de Macho y Hembra en Weininger. O como guerra a muerte en los textos de Kokoschka. O como vínculo entre sexualidad y sadismo en las obras de Musil. Y, en general, como afinidad fundamental entre Amor y Muerte en Schnitzler y Freud.Sexo y carácter fue muy leído por los nazis, especialmente porque su odio antijudío procedía de un judío y en él encontraban pasto para suracismo. El propio Hitler, en un discurso pronunciado en 1941, señaló que Weininger era un judío decente que se había suicidado cuando se dio cuenta de que la judería vivía parasitariamente de la destrucción de otros pueblos. Rosenberg usó al vienés con abundancia en la propaganda del Tercer Reich. Pero el costado misógino de Weininger era intragable para los nazis, que lo acusaron de despojar a las madres de su dignidad y de reducir a la mujer al papel de una máquina sin alma. Interesados en propagar la raza aria destinada a dominar el mundo, los acólitos del Führer no comulgaban con la conminación weiningeriana de que los hombres y las mujeres verdaderamente morales debían renunciar al sexo y cesar la raza humana. En esta materia, el judío decente se transformaba en peligroso intelectual judío.El ataque a mujeres y judíos formaba parte en Weininger de su contienda más amplia contra las culturas de la modernidad. Fue consecuente con sus ideas sobre la necesaria extinción de la humanidad y se pegó un tiro. Fue sincero en su pretensión apocalíptica de ser el redentor de un mundo corrupto y el heraldo de una ética salvacionista que atrajo a muchos jóvenes intelectuales, escritores y artistas de entonces. Es muy probable que nunca haya imaginado que sus diatribas antisemitas iban a convertirse en otra contribución a las cámaras de gas de la Shoah. La discriminación, cualquiera fuere, es un pensamiento en acto. |