Por Mario Wainfeld Una frase de
William Shakespeare parangonaba la historia con el relato de un loco, lleno de sonido y de
furia, sin sentido. No hay tal, aunque a veces parece. A menudo, vistos de cerca, minuto a
minuto, los hechos parecen inasibles, contradictorios, zigzagueantes. Pero, si se los mira
tomándose un respiro o alejándose un metro para tener perspectiva, cobran cuerpo y
sentido. La historia propende a tener una lógica que las anécdotas, antes que
contradecir, esconden.
Sin ir más lejos, si la Alianza gana las elecciones, confirmando lo que predicen los
sondeos, más de un editor titulará haciendo cliché lo que en Gabriel García
Márquez fue genialidad acerca de la muerte anunciada del gobierno peronista. Al fin
y al cabo la Alianza viene doblegando al PJ desde su propia creación, hace dos años: lo
derrotó aún en la provincia de Buenos Aires. Si se alivia el relato histórico de
contingencias fascinantes como las sucesivas candidaturas virtuales de menguante peso
específico paridas por el menemismo (la de Menem mismo, la de Ramón Ortega, la de la
bizarra fórmula Adolfo Rodríguez Saá-Jorge Asís), de picos de euforia del PJ y de
momentos de letargo de la coalición opositora la victoria aliancista tenía las
mejores posibilidades de acontecer desde 1997..., chance que ahora, sencillamente, se
consolida.
A esta altura, la mejor fantasía de las huestes del gobernador Eduardo Duhalde es llegar
al ballottage, como reconocieron en estos días el cada vez más lacónico Ramón
Palito Ortega y el encuestador pejotista Julio Aurelio. También en círculos
más recoletos lo asumió el creativo José Eduardo Cavalcanti de Mendonça
(Duda), quien sugirió a Duhalde que para alcanzar ese por ahora
esquivo objetivo de mínima es necesario que perviva la tercera vía electoral,
encarnada en la fornida silueta del ex ministro de Economía y sedicente padre del modelo
Domingo Cavallo. Duda Mendonça maquina, viendo que el techo del PJ se obstina en ser
inelástico, que el mejor modo posible de lijar a De la Rúa es que haya algunos votitos
para Cavallo. Decisión fácil de pensar en un laboratorio pero peliaguda de implementar
en el hiperquinético universo de las campañas. Sobre todo, porque la propia existencia
de Cavallo se nutre en la crítica a los otros dos candidatos y su eventual pegoteo a
Duhalde puede restarle votos, riesgo que Cavallo tiene muy en cuenta y que buena parte de
su séquito (empezando por su cónyuge Sonia) le recuerda con frecuencia.
La dificultad se acentúa porque es difícil tener acuerdos implícitos (y no solo esos,
podría testimoniar Gustavo Beliz) con el ex ministro de Economía. Cavallo parece haber
asumido con regocijo el lado entre lúdico y materialista en cualquier caso siempre
excitante de la política: armary desarmar acuerdos, hacer listas, repartir porotos,
roscar, en fin. Disciplinas en las que el ex ministro pretende graduarse en tiempo record,
que no se aprenden en Harvard sino mayormente en la University of the Street. Impelido por
su potencia y su ambición, Cavallo se ha acercado y alejado de Duhalde en un intercambio
que como el modelo propende a la desigualdad. Acción por la
República ganó un diputado en un hiperventajoso contrato que hizo en Mendoza con el
gobernador peronista Arturo Lafalla. Y en el agitado fin de semana pasado estuvo a un tris
de hacer otro canje leonino poniendo un par de candidatos a diputados nacionales en la
lista del PJ bonaerense a cambio de bajar a su inexistente candidato a gobernador
Guillermo Francos.
Otro pacto rondaron Cavallo y Duhalde al cierre de las listas: consensuar en Capital una
boleta de diputados conjunta encabezada por León Arslanian, quien sería seguido del
cavallista José Luis Fernández Valoni. Para eso Duhalde debía concretar una jugada que
tenía in mente desde hace mucho tiempo: intervenir el PJ Capital y bajar la nómina de
diputados encabezada por el secretario de Seguridad Miguel Angel Toma. A la hora de la
verdad, no osó hacerlo aunque los costos no parecían ser altos, sobre todo si se enviaba
alguna señal tranquilizadora (léase una guiñada sobre el acuerdo para su pliego de
senador) al ministro del Interior Carlos Corach, superior directo de los principales
candidatos metropolitanos justicialistas a diputado.
Duhalde ofertó, sin éxito, al León herido colocarlo al frente de la boleta de PAIS, el
sello de goma que conduce José Octavio Bordón y en definitiva terminó impulsando en la
Capital un haz de boletas para diputados, con mínimas posibilidades. Dos de ellas (la
duhaldista de ley que encabeza su vocero Jorge Telerman y la bellista de ley que encabeza
la secretaria de la Función Pública Claudia Bello) representan a dos agrupaciones que
Toma ya venció en la interna y que arriesgan cometer el milagro de escoltarlo nuevamente.
El fracaso de la candidatura de Arslanian patentiza dos datos. El primero, la falta de
timing de las últimas jugadas de Duhalde, agravada -o promovida por su renuencia en
este tramo de la campaña para enfrentar al menemismo, aun en sus versiones más opacas y
débiles. El segundo, la versatilidad de Cavallo que estuvo a un tris de ser aliado de dos
peronistas que se odian a muerte: Arslanian y el candidato a gobernador Carlos Ruckauf.
Los aliados que no fueron
Mientras, Gustavo Beliz espera que terminen las elecciones y piensa que tras ellas habrá
muchos peronistas desencantados del menemismo y del duhaldismo dispuestos a sumársele en
pro de una renovación sui generis. Espera aglutinarlos para competir en el 2000 contra el
frepasista Aníbal Ibarra por la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires. No son sus
palabras, pero más que en volver al peronismo piensa que cierto peronismo
volverá a él.
El eléctrico subcomisario Luis Patti sigue firme en las encuestas, aunque habrá que ver
qué hace la gente el día de la verdad ante un enjambre de boletas y sin tijera en la
mano.
Cavallo, Patti y Beliz son los principales aliados que no fueron de Duhalde, un testimonio
vivo de que la historia tiene tendencias pero no es inexorable. El candidato del PJ
intentó sumarlos de arrebato en el momento de su caída. Para tentar a Beliz le ofreció
la cabeza de Corach, para sumar a Patti algunos de sus hombres (tal vez el propio Carlos
Ruckauf) le pusieron en bandeja la de Felipe Solá, para tentar a Cavallo se bartoleó la
de Palito. Ningún arreglo cuajó pero todos dejaron secuelas, resquemores en la tropa
propia o en poderosos como Corach. Vistas en perspectiva esas tratativas se hicieron mal,
por haberse hecho tarde. Muchos de los operadores de Duhalde (entre ellos, pero no solos,
los del grupo Calafate) rezongan que debieron gestionarse durante el mejor cuarto de hora,
aquel de su triunfo en la interna bonaerense, del tren de la victoria, del definitivo KO a
Menem 99, ahí por abril o mayo, cuando la tendencia parecía revertirse. Duhalde
leyó ese momento como estructural y le faltó la sagacidad dicho sea de paso, bien
propia de la cultura peronista de sumar cuando hay olor a victoria, momento en que
todos están más dispuestos a oír ofertas y a hacer contrapropuestas moderadas.
La historia tiene tendencias pero también pliegues, treguas, oportunidades. Duhalde
traspapeló la oportunidad de plasmar bien su frente de centroderecha. Ahora le quedan 42
días para lograr lo que los encuestadores coinciden en señalar como un milagro. Queda
claro que no escatimará recursos para hacerlo. Habrá que ver si hay imaginación, dinero
sobra.
Duhalde no es el único que no repara en gastos. Patti y Cavallo usan como yudokas la
fuerza de los otros pero las dos principales fuerzas han hecho y seguirán haciendo un
despliegue insolente de dinero en sus campañas y se esmeran en evitar informar detalles
sobre el particular. En la semana que se inicia mañana Poder Ciudadano dará a conocer
algunos datos que darán escalofrío sobre los gastos electorales del PJ y la Alianza que
tienen un nivel similar en valores absolutos al de una campaña presidencial en Estados
Unidos. Dadas las diferencias ostensibles de población, producto bruto y riqueza de ambos
países, los guarismos resultan insultantes.
Dinero, política y abismos
El escritor norteamericano William Faulkner usó la frase shakespeareana El sonido y
la furia para titular una novela, uno de cuyos primeros capítulos contiene la
narración de un partido de golf, en boca de un débil mental, incapaz de percibir lo que
ocurre. Describe minuciosamente cada movimiento pero no comprende qué está viendo.
A menudo mujeres y hombres más inteligentes, comunidades enteras, padecen un bloqueo
similar. No perciben la coherencia de los hechos, no porque no la tengan sino porque sus
circunstancias le vedan comprender lo ostensible. Algo así debe ocurrir en quienes hacen
campaña contra el menemismo gastando fortunas en la política, recibiendo aportes
desmesurados y poco controlados de los dueños del poder económico sin asumir lo
paradojal y riesgoso de su opción. Su justificación, obvia, es que no es sensato
desarmarse unilateralmente frente al antagonista, que también gasta lo suyo. El problema
del argumento es que sobredetermina a hacer más de lo mismo en la próxima campaña que,
costumbre nacional, largará medio minuto después de conocerse los cómputos de la
elección del 99.
En los bunkers de campaña parece pulular la convicción de que el crédito popular es
ilimitado y renovable en cada elección. Pero todo indica que cada vez está más mellado
y que sólo se restaurará haciendo algo muy distante de las propuestas y, lo que es más
serio, de las conductas de los posibles ganadores: cuestionar el maridaje entre poder
económico, partidos políticos y desigualdad creciente que el menemismo encarna pero no
monopoliza. Claro que eso exigiría poner algún coto a los más ricos, esto es,
malquistar a quienes son, en parte al menos, los mecenas de campañas de primer mundo.
Nadie parece muy interesado por esto en los bunkers, pero esa falta de percepción
como la del espectador del partido de golf no invalida la realidad: la
desigualdad y la falta de distancia entre poder político y económico no se derogan con
la alternancia, antes bien la ponen en riesgoa futuro. A la vuelta de la esquina, sepan
verlo o no, está el liderazgo plebiscitario del venezolano Hugo Chávez construido sobre
las ruinas de un sistema político de dos partidos que creyeron en su propia eternidad.
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