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El relato de un loco, pleno de sonido y de furia

Duhalde apuesta todo al ballottage. Qué espera Duda Mendonça de Cavallo. La incoherencia de campañas electorales con costos primermundistas en una desencantada sociedad del tercero.

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Todavía faltan 42 días en una campaña que ya puede aspirar, por su extensión, al libro Guinness.Y todo indica que la próxima comenzará no bien se cierre el escrutinio el 24 de octubre.

Por Mario Wainfeld

t.gif (862 bytes)  Una frase de William Shakespeare parangonaba la historia con el relato de un loco, lleno de sonido y de furia, sin sentido. No hay tal, aunque a veces parece. A menudo, vistos de cerca, minuto a minuto, los hechos parecen inasibles, contradictorios, zigzagueantes. Pero, si se los mira tomándose un respiro o alejándose un metro para tener perspectiva, cobran cuerpo y sentido. La historia propende a tener una lógica que las anécdotas, antes que contradecir, esconden.
Sin ir más lejos, si la Alianza gana las elecciones, confirmando lo que predicen los sondeos, más de un editor titulará –haciendo cliché lo que en Gabriel García Márquez fue genialidad– acerca de la muerte anunciada del gobierno peronista. Al fin y al cabo la Alianza viene doblegando al PJ desde su propia creación, hace dos años: lo derrotó aún en la provincia de Buenos Aires. Si se alivia el relato histórico de contingencias fascinantes como las sucesivas candidaturas virtuales de menguante peso específico paridas por el menemismo (la de Menem mismo, la de Ramón Ortega, la de la bizarra fórmula Adolfo Rodríguez Saá-Jorge Asís), de picos de euforia del PJ y de momentos de letargo de la coalición opositora– la victoria aliancista tenía las mejores posibilidades de acontecer desde 1997..., chance que ahora, sencillamente, se consolida.
A esta altura, la mejor fantasía de las huestes del gobernador Eduardo Duhalde es llegar al ballottage, como reconocieron en estos días el cada vez más lacónico Ramón “Palito” Ortega y el encuestador pejotista Julio Aurelio. También en círculos más recoletos lo asumió el creativo José Eduardo Cavalcanti de Mendonça (“Duda”), quien sugirió a Duhalde que para alcanzar ese –por ahora esquivo– objetivo de mínima es necesario que perviva la tercera vía electoral, encarnada en la fornida silueta del ex ministro de Economía y sedicente padre del modelo Domingo Cavallo. Duda Mendonça maquina, viendo que el techo del PJ se obstina en ser inelástico, que el mejor modo posible de lijar a De la Rúa es que haya algunos votitos para Cavallo. Decisión fácil de pensar en un laboratorio pero peliaguda de implementar en el hiperquinético universo de las campañas. Sobre todo, porque la propia existencia de Cavallo se nutre en la crítica a los otros dos candidatos y su eventual pegoteo a Duhalde puede restarle votos, riesgo que Cavallo tiene muy en cuenta y que buena parte de su séquito (empezando por su cónyuge Sonia) le recuerda con frecuencia.
La dificultad se acentúa porque es difícil tener acuerdos implícitos (y no solo esos, podría testimoniar Gustavo Beliz) con el ex ministro de Economía. Cavallo parece haber asumido con regocijo el lado entre lúdico y materialista –en cualquier caso siempre excitante– de la política: armary desarmar acuerdos, hacer listas, repartir porotos, roscar, en fin. Disciplinas en las que el ex ministro pretende graduarse en tiempo record, que no se aprenden en Harvard sino mayormente en la University of the Street. Impelido por su potencia y su ambición, Cavallo se ha acercado y alejado de Duhalde en un intercambio que –como “el modelo”– propende a la desigualdad. Acción por la República ganó un diputado en un hiperventajoso contrato que hizo en Mendoza con el gobernador peronista Arturo Lafalla. Y en el agitado fin de semana pasado estuvo a un tris de hacer otro canje leonino poniendo un par de candidatos a diputados nacionales en la lista del PJ bonaerense a cambio de bajar a su inexistente candidato a gobernador Guillermo Francos.
Otro pacto rondaron Cavallo y Duhalde al cierre de las listas: consensuar en Capital una boleta de diputados conjunta encabezada por León Arslanian, quien sería seguido del cavallista José Luis Fernández Valoni. Para eso Duhalde debía concretar una jugada que tenía in mente desde hace mucho tiempo: intervenir el PJ Capital y bajar la nómina de diputados encabezada por el secretario de Seguridad Miguel Angel Toma. A la hora de la verdad, no osó hacerlo aunque los costos no parecían ser altos, sobre todo si se enviaba alguna señal tranquilizadora (léase una guiñada sobre el acuerdo para su pliego de senador) al ministro del Interior Carlos Corach, superior directo de los principales candidatos metropolitanos justicialistas a diputado.
Duhalde ofertó, sin éxito, al León herido colocarlo al frente de la boleta de PAIS, el sello de goma que conduce José Octavio Bordón y en definitiva terminó impulsando en la Capital un haz de boletas para diputados, con mínimas posibilidades. Dos de ellas (la duhaldista de ley que encabeza su vocero Jorge Telerman y la bellista de ley que encabeza la secretaria de la Función Pública Claudia Bello) representan a dos agrupaciones que Toma ya venció en la interna y que arriesgan cometer el milagro de escoltarlo nuevamente.
El fracaso de la candidatura de Arslanian patentiza dos datos. El primero, la falta de timing de las últimas jugadas de Duhalde, agravada -o promovida– por su renuencia en este tramo de la campaña para enfrentar al menemismo, aun en sus versiones más opacas y débiles. El segundo, la versatilidad de Cavallo que estuvo a un tris de ser aliado de dos peronistas que se odian a muerte: Arslanian y el candidato a gobernador Carlos Ruckauf.
Los aliados que no fueron
Mientras, Gustavo Beliz espera que terminen las elecciones y piensa que tras ellas habrá muchos peronistas desencantados del menemismo y del duhaldismo dispuestos a sumársele en pro de una renovación sui generis. Espera aglutinarlos para competir en el 2000 contra el frepasista Aníbal Ibarra por la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires. No son sus palabras, pero más que en volver al peronismo piensa que –cierto– peronismo volverá a él.
El eléctrico subcomisario Luis Patti sigue firme en las encuestas, aunque habrá que ver qué hace la gente el día de la verdad ante un enjambre de boletas y sin tijera en la mano.
Cavallo, Patti y Beliz son los principales aliados que no fueron de Duhalde, un testimonio vivo de que la historia tiene tendencias pero no es inexorable. El candidato del PJ intentó sumarlos de arrebato en el momento de su caída. Para tentar a Beliz le ofreció la cabeza de Corach, para sumar a Patti algunos de sus hombres (tal vez el propio Carlos Ruckauf) le pusieron en bandeja la de Felipe Solá, para tentar a Cavallo se bartoleó la de Palito. Ningún arreglo cuajó pero todos dejaron secuelas, resquemores en la tropa propia o en poderosos como Corach. Vistas en perspectiva esas tratativas se hicieron mal, por haberse hecho tarde. Muchos de los operadores de Duhalde (entre ellos, pero no solos, los del grupo Calafate) rezongan que debieron gestionarse durante el mejor cuarto de hora, aquel de su triunfo en la interna bonaerense, del tren de la victoria, del definitivo KO a Menem ‘99, ahí por abril o mayo, cuando la tendencia parecía revertirse. Duhalde leyó ese momento como estructural y le faltó la sagacidad –dicho sea de paso, bien propia de la cultura peronista– de sumar cuando hay olor a victoria, momento en que todos están más dispuestos a oír ofertas y a hacer contrapropuestas moderadas.
La historia tiene tendencias pero también pliegues, treguas, oportunidades. Duhalde traspapeló la oportunidad de plasmar bien su frente de centroderecha. Ahora le quedan 42 días para lograr lo que los encuestadores coinciden en señalar como un milagro. Queda claro que no escatimará recursos para hacerlo. Habrá que ver si hay imaginación, dinero sobra.
Duhalde no es el único que no repara en gastos. Patti y Cavallo usan como yudokas la fuerza de los otros pero las dos principales fuerzas han hecho y seguirán haciendo un despliegue insolente de dinero en sus campañas y se esmeran en evitar informar detalles sobre el particular. En la semana que se inicia mañana Poder Ciudadano dará a conocer algunos datos que darán escalofrío sobre los gastos electorales del PJ y la Alianza que tienen un nivel similar en valores absolutos al de una campaña presidencial en Estados Unidos. Dadas las diferencias ostensibles de población, producto bruto y riqueza de ambos países, los guarismos resultan insultantes.
Dinero, política y abismos
El escritor norteamericano William Faulkner usó la frase shakespeareana “El sonido y la furia” para titular una novela, uno de cuyos primeros capítulos contiene la narración de un partido de golf, en boca de un débil mental, incapaz de percibir lo que ocurre. Describe minuciosamente cada movimiento pero no comprende qué está viendo.
A menudo mujeres y hombres más inteligentes, comunidades enteras, padecen un bloqueo similar. No perciben la coherencia de los hechos, no porque no la tengan sino porque sus circunstancias le vedan comprender lo ostensible. Algo así debe ocurrir en quienes hacen campaña contra el menemismo gastando fortunas en la política, recibiendo aportes desmesurados y poco controlados de los dueños del poder económico sin asumir lo paradojal y riesgoso de su opción. Su justificación, obvia, es que no es sensato desarmarse unilateralmente frente al antagonista, que también gasta lo suyo. El problema del argumento es que sobredetermina a hacer más de lo mismo en la próxima campaña que, costumbre nacional, largará medio minuto después de conocerse los cómputos de la elección del ‘99.
En los bunkers de campaña parece pulular la convicción de que el crédito popular es ilimitado y renovable en cada elección. Pero todo indica que cada vez está más mellado y que sólo se restaurará haciendo algo muy distante de las propuestas y, lo que es más serio, de las conductas de los posibles ganadores: cuestionar el maridaje entre poder económico, partidos políticos y desigualdad creciente que el menemismo encarna pero no monopoliza. Claro que eso exigiría poner algún coto a los más ricos, esto es, malquistar a quienes son, en parte al menos, los mecenas de campañas de primer mundo.
Nadie parece muy interesado por esto en los bunkers, pero esa falta de percepción –como la del espectador del partido de golf– no invalida la realidad: la desigualdad y la falta de distancia entre poder político y económico no se derogan con la alternancia, antes bien la ponen en riesgoa futuro. A la vuelta de la esquina, sepan verlo o no, está el liderazgo plebiscitario del venezolano Hugo Chávez construido sobre las ruinas de un sistema político de dos partidos que creyeron en su propia eternidad.

 

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