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Por Cecilia Hopkins A comienzos de los 80, aún en plena dictadura de Augusto Pinochet, el chileno Andrés Pérez lideró el primer grupo de teatro callejero que hubo en la ciudad de Santiago, modalidad teatral que hizo escuela y que terminó imponiendo su estilo contestatario y festivo. Ya para entonces, Pérez viajó a Francia por una beca de perfeccionamiento, pero terminó quedándose durante seis años en París, en el Teatre du Soleil de Arianne Mnouchkine. Ya de vuelta a su país, las disciplinas aprendidas junto al célebre conjunto francés se integraron a las viejas tradiciones circenses chilenas: Pérez concretó la puesta de La Negra Ester, sobre textos de Roberto Parra y fundó la compañía Gran Circo Teatro. Aun cuando ese espectáculo significó un éxito resonante, ésta es la primera vez que Pérez y su grupo llegan a Buenos Aires. En diálogo con Página/12, el director habla de su teatro, en el marco de la puesta de Madame de Sade, del japonés Yukio Mishima, que se vio el viernes, ayer y también subirá a escena hoy, en el marco del Festival de Teatro de Buenos Aires. ¿Su teatro se ubica entre la tradición y la innovación? Mi teatro entronca con la tradición del teatro de tema social, que es muy fuerte en Chile, igual que la tradición del circo. Por otro lado, los elementos de mi teatro que son considerados innovadores son también tradicionales: lo es el Kathakali de la India o la Comedia del Arte europea. Así que, si tuviera que definir mi propio propósito, diría que estoy a favor de reclamar el respeto a las tradiciones, lo cual significa ser innovador en Chile, un país que tiene valores que deberían ser conservados y que sin embargo son destruidos. Su segundo espectáculo trata íntegramente acerca del gobierno de Salvador Allende. ¿Cómo surgió ese proyecto?1970-73: Epoca Allende fue el resultado de una dramaturgia colectiva, producto de la integración de dos generaciones: unos que eran apenas niños cuando comenzó la dictadura y otros que teníamos poco más de veinte años. Dijimos qué mejor que confiarnos unos a otros las preguntas que nos hacíamos entonces desde el punto de vista de la edad que cada uno tenía. Se dice que en Chile el teatro comenzó a denunciar la dictadura antes de que lo hiciera la prensa. ¿Usted coincide con esa opinión?Yo también creo que fue así. Durante la dictadura la prensa estaba muy silenciada y entonces el teatro era una actividad subversiva, un lugar para el debate de ideas, un espacio donde se podía hablar, discutir. Se podía salir de lo homogéneo, de lo uniforme y del uniforme que querían meternos. El teatro buscó metáforas y encontró en la alegoría la forma de decir lo que no se podía. Igual, nos llevaban presos día por medio. ¿La referencia política está siempre presente en su teatro?En unas obras más que en otras. El solo hecho de hacer teatro en carpas y poner la entrada al nivel del bolsillo de un trabajador es un hecho político, no importa cuál sea el autor que estemos trabajando.
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