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OPINION

Kosovo Oriental

Por Claudio Uriarte

Timor Oriental se parece y no se parece a Kosovo. Se parece porque ambos son enclaves donde mayorías étnicas o religiosamente diferentes del resto del país --musulmana en Kosovo respecto de la Serbia cristiano-ortodoxa, católica en Timor Oriental respecto a una Indonesia mayoritariamente musulmana-- aspiran a separarse de la nación a la que pertenecen, que entonces desata en represalia una masacre. También se parecen en los llamados a una intervención internacional que detengan la barbarie y el éxodo masivo de los refugiados. En este sentido, la cuestión ya no es saber si habrá una intervención militar para salvar a lo que queda de los 800.000 timorenses orientales --o, más cínicamente, para evitar su arribo en masa a las costas australianas-- sino cómo se producirá. Y es aquí donde Timor Oriental no se parece a Kosovo.

En Kosovo, se trató de bombardeos de gran altura e intensidad contra la infraestructura civil y militar de Serbia, incluyendo la destrucción de todos los puentes sobre el río Danubio y el ataque directo a las instalaciones centrales del poder estatal en Belgrado. Eso fue posible porque el régimen de Slobodan Milosevic era una especie de paria internacional, que ya había iniciado y perdido tres guerras de agresión contra naciones separatistas de la ex Yugoslavia --Eslovenia, Croacia y Bosnia-- donde las limpiezas étnicas fueron un instrumento predominante. Juzgando desde la evidencia en el terreno, los paramilitares, las FF.AA. y el gobierno de Indonesia no son criaturas más amables, pero el equilibrio interno del régimen es un enigma, y una guerra en pleno contra Indonesia podría precipitar la atomización de la nación-archipiélago, la cuarta más poblada del mundo, rica en minerales y en petróleo y situada en un área de inestabilidad y crecientes rivalidades geopolíticas donde al mismo tiempo están enfrentándose China con Taiwan, y Japón y Corea del Sur contra Corea del Norte. La desintegración de Indonesia sería una catástrofe geopolítica de consecuencias incalculables, y lo último que pueden desear las mismas naciones que encuentran la masacre timorense intolerable.

La clave de lo que pueda ocurrir no está en Timor, en Washington, en las Naciones Unidas ni en Sidney, sino en Jakarta y en la capacidad o voluntad que pueda tener el general Wiranto para hacer que el resto de los uniformados acepte una intervención en Timor. Pero eso puede también potenciar los separatismos del resto del archipiélago, y afianzar el eje ruso-chino de Shanghai contra un Occidente en deriva inercial creciente hacia la caja de Pandora geopolítica del autodeterminismo wilsoniano.

 

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