Timor
Oriental se parece y no se parece a Kosovo. Se parece porque ambos son enclaves donde
mayorías étnicas o religiosamente diferentes del resto del país --musulmana en Kosovo
respecto de la Serbia cristiano-ortodoxa, católica en Timor Oriental respecto a una
Indonesia mayoritariamente musulmana-- aspiran a separarse de la nación a la que
pertenecen, que entonces desata en represalia una masacre. También se parecen en los
llamados a una intervención internacional que detengan la barbarie y el éxodo masivo de
los refugiados. En este sentido, la cuestión ya no es saber si habrá una intervención
militar para salvar a lo que queda de los 800.000 timorenses orientales --o, más
cínicamente, para evitar su arribo en masa a las costas australianas-- sino cómo se
producirá. Y es aquí donde Timor Oriental no se parece a Kosovo.
En Kosovo, se trató de bombardeos de gran
altura e intensidad contra la infraestructura civil y militar de Serbia, incluyendo la
destrucción de todos los puentes sobre el río Danubio y el ataque directo a las
instalaciones centrales del poder estatal en Belgrado. Eso fue posible porque el régimen
de Slobodan Milosevic era una especie de paria internacional, que ya había iniciado y
perdido tres guerras de agresión contra naciones separatistas de la ex Yugoslavia
--Eslovenia, Croacia y Bosnia-- donde las limpiezas étnicas fueron un instrumento
predominante. Juzgando desde la evidencia en el terreno, los paramilitares, las FF.AA. y
el gobierno de Indonesia no son criaturas más amables, pero el equilibrio interno del
régimen es un enigma, y una guerra en pleno contra Indonesia podría precipitar la
atomización de la nación-archipiélago, la cuarta más poblada del mundo, rica en
minerales y en petróleo y situada en un área de inestabilidad y crecientes rivalidades
geopolíticas donde al mismo tiempo están enfrentándose China con Taiwan, y Japón y
Corea del Sur contra Corea del Norte. La desintegración de Indonesia sería una
catástrofe geopolítica de consecuencias incalculables, y lo último que pueden desear
las mismas naciones que encuentran la masacre timorense intolerable.
La clave de lo que pueda ocurrir no está en Timor, en
Washington, en las Naciones Unidas ni en Sidney, sino en Jakarta y en la capacidad o
voluntad que pueda tener el general Wiranto para hacer que el resto de los uniformados
acepte una intervención en Timor. Pero eso puede también potenciar los separatismos del
resto del archipiélago, y afianzar el eje ruso-chino de Shanghai contra un Occidente en
deriva inercial creciente hacia la caja de Pandora geopolítica del autodeterminismo
wilsoniano. |