Por Diego Fischerman
Tal vez una
de las últimas canciones, la que la cantante Maria Joao y el pianista y compositor Mário
Laginha hicieron como primer bis, respondiendo a la ovación del público, sirva para
condensar la inmensa originalidad del dúo. Un tango. Una letra sentimental, circular y
situada en la frontera con el humor (son tantas las penas que se agolpan, y como se
agolpan, se pegan entre ellas y no me matan). Una música con inflexiones
españolas, de tango de zarzuela, y montada sobre una especie de invención a dos voces de
Bach. Y la voz y los movimientos en el escenario de Maria Joao, componiendo una anciana o
una niña o una mujer fatal o un chamán africano con la misma facilidad con la que puede
ir del más profundo de los bajos al más alto de los agudos. Allí, en esa mezcla
una mezcla sin impostación, fluida y sorprendente puede leerse el porqué del
lugar ocupado por esta portuguesa mestiza (su línea materna viene de Mozambique) en el
panorama del jazz actual.La categoría del jazz, sin embargo, le queda chica. A pesar de
la amplitud conquistada por un género que hoy incluye tanto al percusionista indio Trilok
Gurtu que tocó alguna vez con Maria Joao y Laginha como al neo folclore
escandinavo de Alle Willemark, al acordeonista francés Richard Galliano tocando Piazzolla
o a Bill Frisell revisitando la música country o escribiendo para musicalizar filmes
mudos de Buster Keaton, lo de estos portugueses va, en muchos aspectos, más allá. Porque
no se trata sólo del toque étnico. Ni de timbres localistas ni de la simpleza de hacer
solos de jazz a partir de fados o de canciones tradicionales de su país. La subversión
que ellos hacen de las reglas del género son mucho más abarcadoras. Maria Joao no se
limita a cantar creativamente determinadas canciones. En realidad, hasta es difícil
definir lo que ella hace como cantar. Y, mucho menos, como cantar una canción. Su uso de
la voz, cercano por momentos al de Björk y en ocasiones al de Cathy Berberian (la notable
soprano para la que Luciano Berio escribió su serie de Folk Songs), tiene que ver con un
pensamiento instrumental más que vocal. Y, más precisamente, con un uso instrumental
absolutamente contemporáneo. Sus recorridos por las distintas alturas (las más extremas)
de un registro privilegiado son, fundamentalmente, cambios de timbre. La voz no es una
sola voz, más aguda o más grave, sino muchas voces. Y, también, instrumentos de
percusión gracias a la impactante imaginación rítmica puesta en juego en las
improvisaciones e instrumentos narrativos. Muchas veces la voz cuenta cuentos y sus
increíbles metamorfosis son la manera de adentrarse en un relato fantástico y
conmovedor.El otro capítulo de Maria Joao es ella en el escenario. Sus bailes, sus
gestos, la simpatía aniñada con la que es capaz de contar el encuentro con un elefante
en Nueva Delhi o decir convincentemente la vieja muletilla de que Buenos Aires y su
gente me fascinan. Mário Laginha, mucho más un coprotagonista que un acompañante,
además de componer la totalidad (o casi) de las canciones que ella canta, desarrolla
desde el piano un concepto que, aunque más ligado a la tradición (a la tradición de
Keith Jarrett, se entiende), resulta igualmente revulsivo. Quien quiera encontrar en ellos
una cantante de jazz acompañada por piano, puede resultar sorprendido. Maria Joao y
Mário Laginha son, antes que nada, un pequeño grupo de cámara en que cada variable
sonora es aprovechada al máximo y donde la atención, la empatía y la interrelación
ocupan un lugar predominante. |