UNO.
Noche blanca. Otro edificio vuela por los aires de Moscú.
DOS. Esta historia es verdadera. Esta historia implica al que la cuenta,
a un taxista ruso y al fantasma de un escritor llamado Antón Chéjov o Anton Chekhov
(según el idioma con que se lo mire y se lo lea) en una madrugada en Madrid.
TRES. Yo soy el pasajero del taxista ruso. Yo llevo conmigo un libro
titulado The Essential Tales of Chekhov, Granta Books, 1999, una antología con prólogo
del escritor norteamericano Richard Ford. Sí, el absurdo de leer a un ruso en inglés y
al igual que Ford la deliciosa vergüenza y la placentera confesión de
no haberlo leído hasta ahora. La felicidad -primero de Ford y ahora mía de saber
que hay más de doscientos cuentos ahí afuera esperando ser leídos. Hace un rato, en un
avión, leí por primera vez un cuento llamado The Kiss y otro cuento llamado
The Lady with the Dog y, sí, son muy buenos. Son buenísimos. Le explico esto
al taxista que ya me dijo que no habla muy bien español. Se lo explico en inglés y el
taxista puede llamarse Boris o Dimitri o Ivan o Yuri, da igual. El taxista es fanático de
Chekhov y de Chéjov y lo leyó en ruso. El taxista me explica que llegó a España hace
poco y que se conoce las calles de Madrid de memoria pero que le cuesta, todavía,
entender su nombre. Saca un mapa, me pide que le señale nuestro destino. Allá vamos
luego de un diálogo breve y conciso. En inglés pero con las palabras justas de un cuento
ruso, de un cuento de Chéjov o Chekhov.
CUATRO. Boris o Dimitri o Ivan o Yuri me explica que maneja con la radio
encendida todo el tiempo para acostumbrarse al idioma. A las eses, a las zetas, a las ces
del español en que nunca leí a Chekhov o Chéjov. Estos días estas noches
la radio está llena del espectro etéreo de la Unión Soviética y del ánima dolida de
Rusia: gangsters, arsenales atómicos abandonados a la espera de que alguien tenga una
mala idea o cometa un insalvable error, guerrillas religiosas, líderes políticos
conservados en vodka, corrupción, explosiones, espías británicas casi nonagenarias,
estaciones vacías en órbitas huecas alrededor de nuestro planeta. El taxista ruso
(El taxista ruso se llamaría esta historia si esta historia hubiera sido
escrita por Chéjov o Chekhov) me dice que a veces entiende y a veces no. Ahora, por
ejemplo, no entiende que han de interrumpir la canción de Leonard Cohen en la radio (la
canción de Leonard Cohen es Take This Waltz) para anunciar que se ha
producido otro atentado terrorista en Rusia, que otro edificio voló por los aires de
Moscú. El taxista ruso -Boris o Dimitri o Dmitri o Ivan o Yuri me pide que le
traduzca, que lo único que entendió fue la palabra Moscú. Le cuento lo que escuché con
el mismo inglés preciso y sin posibilidad de equívocos en que yo y Fordleímos hace poco
más vale tarde que nunca a Chekhov o Chéjov. El taxista ruso escucha,
asiente y me pide permiso para detener el auto un momento. Estaciona, apaga el motor y se
pone a llorar sin hacer ruido. La clase de llanto de los que lloran por demasiadas cosas
al mismo tiempo. La clase de llanto de los que odian que los vean llorando. Abro el libro
y empiezo a leer un cuento titulado An Anonymous Story. Empieza bien. Leonard
Cohen termina de cantar lo que había empezado (una canción sobre un mundo acabado,
inexistente, definitivamente pretérito por acción de la dinamita del tiempo) y llegamos
a mi hotel. Nos despedimos con el afecto de quienes han vivido mucho en pocos minutos; ese
sentimiento que tan bien les sale a los grandes escritores rusos y a los pequeños
taxistas rusos. Subo al cuarto. CNN. La misma historia, en el mismo idioma, pero contada
de otra manera. Alguien sostiene un micrófono y mira a cámara mecido por la música roja
de las ambulancias.
CINCO. a) Otro edificio vuela por los aires de Moscú. b) El taxista
ruso. c) Chéjov. d) Chekhov. e) Boris o Dimitri o Iván o Yuri. f) Noche blanca. g)
El taxista ruso. h) Esta es una historia verdadera.Tachar lo que no
corresponda.
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