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OPINION

La corrupción indexada

Por James Neilson

En la Argentina de antes, cuando la inflación comenzaba a asomar la cabeza y los precios se ponían en movimiento, los gobernantes imaginaban que les fue dado elegir entre dos alternativas. Una consistía en hacerle frente con el vigor necesario, pero puesto que los “costos” de la disciplina fiscal suelen ser bastante feos, la mayoría decidió que lo más sensato sería convivir con ella y limitarse a arreglar las cosas para que ningún sector perdiera o ganara demasiado, lo cual, pensaban, podría lograrse fácilmente gracias a la indexación. Por desgracia, como descubrimos hace un par de lustros, esta segunda alternativa era una fantasía: la inflación tiene su propia dinámica que la hace cada vez peor hasta alcanzar un ritmo tan infernal que nadie salvo ciertos especuladores patológicos estará en condiciones de soportarlo.Pues bien: algo muy similar sucede con la corrupción, es decir, con el delito institucionalizado. Hay que aplastarla enseguida; de lo contrario podría expandirse hasta que un país se viera convertido en un aquelarre en que es normal que ministros exijan sobornos multimillonarios a contratistas, casinos clandestinos proliferen a pocos metros de la Casa de Gobierno y el abogado defensor del hampón número uno se encargue de la seguridad en la provincia más poblada cuyo gobernador tenga motivos para temer por su vida. Huelga decir que si una sociedad llega a tal extremo, sus posibilidades de salvarse de caer en manos de bandas mafiosas que la saqueen con voracidad insaciable serán bien escasas.Entonces sería comprensible que sus dirigentes optaran por tolerar la corrupción. No lo dirían sin ambages, claro que no, pero se cuidarían de comprometerse con medidas que podrían eliminarla so pretexto de que siempre hay que pensar en el futuro, no en el pasado. Esta actitud, abiertamente asumida por Duhalde y, es de suponer, aceptada como inevitable por De la Rúa, significa permitir que los corruptos se queden con todo lo robado. Quienes la reivindican por motivos pragmáticos juran que después de éste, el último blanqueo, actuarán con severidad ejemplar contra todas las muchas formas de corrupción que detecten, pero no lo harán porque también en el futuro será mejor mirar hacia adelante en lugar de perder el tiempo hurgando en la basura dejada por el pasado y así seguirá hasta que un buen día la Argentina se encuentre donde Rusia está hoy y todos recuerden con nostalgia los años de Menem como una época inocente en la que, el candidato oficialista a la presidencia de la República aparte, pocos realmente creían que alguno que otro mafioso pudiera meterles bala.

 

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