Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
Un camino
árido y serpenteante, que aparece y desaparece entre las montañas, y una camioneta que
deja una estela de polvo a su paso, como si fueran momentos de una vida que van quedando
definitivamente atrás. Así, de manera inconfundible como las infinitas idas y
vueltas de los personajes de A través de los olivos y El sabor de la cereza se
inicia el nuevo film del gran cineasta iraní Abbas Kiarostami, El viento nos llevará,
que ya ha comenzado, a su vez, a recorrer el camino de los festivales internacionales. El
sábado pasado se llevó de la Mostra de Venecia el Gran Premio Especial del Jurado, y
apenas un par de días después ya sedujo aquí al público y la crítica que colman todas
las funciones del Festival de Toronto. El director no pudo estar presente en Canadá
él mismo declaró en Venecia que las autoridades de su país discutieron su
participación en la Mostra pero su película habla por sí sola, con una
inteligencia y una sabiduría que confirman a Kiarostami como uno de los grandes creadores
del cine contemporáneo, un director capaz de seguir explorando las infinitas
posibilidades de su medio de expresión sin resignar por ello su profundo humanismo.Como
siempre, la simplicidad de la historia que Kiarostami tiene para contar y la
economía de sus medios expresivos esconden una rica complejidad formal y
conceptual, que el film irá revelando muy paulatinamente, en el transcurso de su
desarrollo. En esa camioneta que atraviesa las escarpadas tierras del Kurdistán
reveladas en toda su belleza por una fotografía siempre austera, nunca pictórica
ni preciosista viajan tres hombres provenientes de Teherán, en dirección a una
aldea remota, aislada en las montañas. Qué van a hacer realmente allí, además de
esperar como buitres la muerte de una anciana, es algo que a lo largo del film el
espectador apenas podrá inferir, a través de datos dispersos, que Kiarostami
deliberadamente oculta tanto de los habitantes del pueblo como de su público. Si
alguien te pregunta, deciles que estamos buscando un tesoro, le dice irónicamente
uno de esos tres hombres el único de ellos al que la cámara enfoca en toda la
película a un niño que les sirve de guía. De hecho, todo el principio de
construcción de El viento nos llevará se basa en la ausencia de imágenes e
informaciones en apariencia esenciales, en el fuera de campo, en la exclusión como regla
a partir de la cual cada espectador es invitado a participar muy activamente en la
elaboración del sentido final del film.Hay un misterio, es cierto, en el centro de El
viento nos llevará, pero ese misterio tiene cierto carácter lúdico, como si con esta
película Kiarostami hubiera querido llevar hasta las últimas consecuencias aquello que
ya venía practicando en sus films anteriores, y que él mismo resumió en un breve
artículo teórico denominado Por un cine inconcluso, escrito en ocasión del
centenario del cine. Allí Kiarostami abogaba por un tipo de cine que le diera más tiempo
y más posibilidades de reflexión a su público, por un cine a medias, un cine
inconcluso que pueda ser completado por el espíritu creativo de los espectadores.
En este sentido, El viento nos llevará pone radicalmente en práctica ese principio,
confronta a la sala oscura y le pide que le ayude a echar luz sobre la pantalla.Escrita,
producida y editada por el propio Kiarostami, El viento nos llevará es un film
incondicionalmente fiel a las constantes de su obra, reconocibles en todos y cada uno de
sus planos, pero también una película nueva en más de un sentido en la obra del
director. La primera novedad evidente que el flamante film de Kiarostami tiene para
ofrecer es el humor, un humor seco, pudoroso pero al mismo tiempo franco cuando se refiere
incluso a alguna situación de orden sexual, como cuando una vieja habitante del pueblo se
queja de que una mujer tiene siempre más trabajo que el hombre: el suyo propio, el de los
quehaceres domésticos y a la noche en la cama. Hay humor también en la manera absurda en
que elingeniero (como se hace llamar el enigmático protagonista) debe
recorrer a toda prisa un largo camino antes de poder recibir en la colina más alta del
pueblo donde está el cementerio la señal que le permita hablar por su
teléfono celular. Pero cuando esa situación se repite una y otra vez, el humor va
dejando paso a cierta idea del mal, un mal que no es solamente el de la brutal intrusión
del mundo moderno en un ambiente arcaico (algo que por otra parte no hace sino reflejar el
conflicto que seguramente vivió el equipo de Kiarostami durante el rodaje).Esa noción
del mal, también nueva en el universo Kiarostami, tiene que ver más bien con la
irrupción de cierto desasosiego, de ciertas pulsiones profanas la codicia, el
egoísmo evidenciadas de pronto frente al momento sagrado de la muerte. Nada de eso
hace, sin embargo, de El viento nos llevará un film religioso. Por el contrario, pocas
películas pueden considerarse más terrenales. Tomando la palabra a la poesía persa (el
título del film proviene de unos sensuales versos de la poeta contemporánea Forough
Farrokhzad, que iluminan uno de los momentos más extraños y arrebatadores de la
película), Kiarostami no hace sino celebrar las bondades de este mundo, el valor de estar
vivo frente a las promesas de futuros paraísos de los que nadie hasta ahora pudo dar
cuenta. Es muy probable que los integristas de su país que demoraron durante más
de dos años el estreno en Irán de El sabor de la cereza vuelvan a poner el grito
en el cielo, pero para entonces la nueva película de Kiarostami seguirá recorriendo su
arduo camino y dejando tras de sí las huellas de su belleza. |