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Caminar la ciudad en compañía de Francisco N. Juárez siempre es un placer y un aprendizaje. Quienes lo conocen y se deleitaron con el arsenal de su memoria saben a qué me refiero. Cada calle, plaza, esquina son disparadores de historias. Esta vez la charla empieza mientras tomamos una cerveza en un boliche de la calle Pedro de Mendoza, en la Boca. Ahí desembarcaron Butch Cassidy y Sundance Kid dice Juárez señalando hacia el Riachuelo. Fines de marzo de 1901. Con ellos estaba Etta Place. Venían huyendo. El año anterior, en su último asalto en los Estados Unidos, se habían levantado con 32.640 dólares del First National Bank de Winnemucca. Una bonita suma para la época.Terminamos la cerveza, rumbeamos para el centro y hacemos una parada en Cangallo y 25 de Mayo. Se alojaron en un hotel que estaba en esta esquina, el edificio es el mismo me dice Juárez. La estadía en Buenos Aires fue apenas de 40 días. Iban a comer a lugares frecuentados por norteamericanos e ingleses, se presentaron como ganaderos. Hicieron buenos contactos, entre ellos el padre y el tío de Jorge Newbery, odontólogos y buscadores de oro. El tío era además vicecónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires.En la Argentina los dos pistoleros se hicieron famosos a partir de la película protagonizada por Paul Newman y Robert Redford, estrenada a fines de los sesenta. Pero para esa fecha hacía diez años que Francisco Juárez andaba detrás de la historia de los bandoleros de la Patagonia. Y no solamente de Butch Cassidy y Sundance Kid. Sino también de Martín Sheffield, un texano buscador de oro (Juárez posee su último rifle), inventor de la historia del plesiosaurio patagónico y a quien Roberto Arlt calificó de embustero. Y también de Elena Greenhill, la indomable bandolera inglesa, abatida en Chubut en 1915. Y varios más que enriquecieron las leyendas de aquellas desolaciones.Tomamos por Florida rumbo a Avda. de Mayo. Podemos imaginarnos paseando por la amable Florida de 1901 dice Juárez, bien empilchados, quizá cruzándose alguna vez con el Gral. Roca, entonces presidente de la República, quien acostumbraba a ir caminando de la Casa Rosada a su domicilio. El consultorio de los Newbery estaba justamente por acá, cerca de Diagonal Norte. Fueron ellos quienes los aconsejaron instalarse en la zona fértil de la Patagonia.Antes de partir, Sundance Kid abrió una cuenta en el Banco de Londres. Juárez posee el número de su chequera. Escuchándolo relatar, uno está seguro de que si se lo preguntara podría enterarse qué marca de whisky tomaban los bandoleros, qué cigarros fumaban y, si cuando escupían, lo hacían de costado o no.Doblamos en Avda. de Mayo rumbo a Congreso. Mientras tanto la agencia de detectives Pinkerton seguía buscándolos en los Estados Unidos, ya que les atribuían el asalto a un tren, ocurrido el 3 de julio de 1901, en Montana. Se enteraron de que estaban en la Argentina al interceptar cartas enviadas a unos amigos. El agente destacado por la Pinkerton, Frank Dimaio, llegó a Buenos Aires en 1903. Debió carecer de espíritu aventurero ya que no se lanzó a las extensiones patagónicas, sino que se limitó a publicar fotos de los forajidos en Buenos Aires. Al poster, exhibido profusamente, se lo conoció como Carta Logan, porque se suponía que con los fugitivos se encontraba Harvey Logan, un asesino. Dicho sea de paso, quedó demostrado que Butch Cassidy y Sundance Kid nunca mataron a nadie. Dimaio había establecido su cuartel general en un hotel de Avda. de Mayo y Salta, y es en esa esquina donde nos detenemos a tomar otra cerveza. Butch Cassidy y Sundance Kid se habían afincado en Cholila, se dedicaron a la cría de ganado y caballos. El rancho todavía existe, un poco cambiado. Tengo en mi casa un dibujo hecho por los bandoleros para que el carpintero modificara las ventanas. Fue el hijo de una familia tradicional argentina, apellido inglés, que había estudiado en West Point, radicado en el sur, quien les avisó que los estaban buscando. Terminó siendo su compinche y se asociaron en algunas fechorías patagónicas. En realidad, Cassidy y el Kid pudieron manejarse con comodidad porque hubo personas influyentes que los ayudaron. Como todo bandido destinado a subsistir, también ellos recibieron apoyo oficial. Hay una lista de figurones de la época que entraron en el negocio de los asaltos. Un comisario chubutense, un personajón de Esquel. Entre bandoleros y funcionarios siempre hubo buenos acuerdos, en ese sentido las cosas no cambiaron.El primer asalto fue en Río Gallegos (Banco de Londres y Tarapacá, febrero de 1905). Después de cada fechoría los bandidos se convertían en vecinos ejemplares, hacían buena letra y tenían gestos solidarios con la comunidad. Otro atraco importante ocurrió lejos de la Patagonia en Villa Mercedes (San Luis). Los bandoleros decidieron llevarlo a cabo después de la feria ganadera, el 19 de diciembre de 1905. Entraron desde Chile, a caballo. Juárez investigó ese hecho con la misma obstinada meticulosidad con que durante años había transitado archivos oficiales, hemerotecas, estancias patagónicas y pasos fronterizos. Logró hablar con la ya nonogenaria Emilia Harliet de Arbucó, hija del gerente del banco. Tenía 17 años y estaba tocando el piano cuando empezaron los disparos (entonces los gerentes vivían en el mismo edificio del banco). Fue un asalto movido y Sundance ligó un balazo. Buscando y preguntando, en un pueblito de Mendoza di con el hijo de quien había vendido los caballos para el asalto y luego para la fuga. En aquel momento el chico tenía cinco años. Y acá se abre otra historia porque ese chico, cuando adulto, fue uno de los últimos laderos de Bairoletto.Dejamos Avda. de Mayo, nos dirigimos hacia Corrientes, la narración de Francisco Juárez sigue, cambia de rumbo y de época, corre hacia adelante y hacia atrás, no para de galopar. Más tarde vendrá también Bolivia, la localidad de San Vicente, donde los bandoleros finalmente fueron abatidos, el 7 de noviembre de 1908. Pero antes de eso queda mucha tela para cortar. |