Por Horacio Bernades Filmada casi al mismo tiempo
que La celebración (que, con 200.000 espectadores en dos meses, es uno de los fenómenos
de la temporada cinematográfica en Argentina), presentada junto a ella en Cannes 98,
Dogma 2-Los idiotas se constituyó en la otra punta de lanza del movimiento conocido como
Dogma 95. O, simplemente, El Dogma. En el año y pico transcurrido desde su presentación
y gracias al empuje de sus dos cartas iniciales, el movimiento danés ha quedado instalado
como uno de los más fuertes del cine contemporáneo. Creció tanto que, incluso, ya dejó
de ser exclusivamente danés: hay una película estadounidense del Dogma, y otra francesa.
Lo que importa de este movimiento no son los datos más exteriores, las prescripciones
entre lúdicas y promocionales del Voto de Castidad, controlar la fidelidad de
los firmantes a la hora de cumplir sus mandamientos. Que prescriben filmar
sólo con luz natural, sin música ni decorados artificiales, con cámara en mano, sin
trucos ni maquillajes de ninguna clase. Lo que importa del Dogma es el violento corte que
practica sobre el cine de fines de milenio. Antes de que algún inspector más dogmático
que el Dogma venga a poner el grito en el cielo, conviene ir adelantando que Los idiotas
viola uno de los principios básicos del Voto de Castidad: la prohibición de
utilizar música incidental.Las reglas se hacen para ser violadas, aclaró
Lars Von Trier, y está todo dicho. En apariencia menos clásica que La celebración, pero
tan sólidamente estructurada como aquélla (y ésa es una de las características de los
films-Dogma que conviene revisar), deliberadamente discontinua, caótica por momentos, Los
idiotas resulta, a la larga, tan vital como la de Vinterberg. E igualmente autorreferente.
Si La celebración podía verse como una gran metáfora sobre la voluntad parricida de los
firmantes del Dogma, Los idiotas admite ser leída como una parábola sobre el deseo de
subversión inherente a este movimiento. Liderados por un tal Christoffer (Jens Albinus,
que se hizo presente, en abril, en el Festival Buenos Aires de Cine Independiente), los
miembros del grupo protagónico de Los idiotas no son tontos. Se hacen. ¿Para qué?
Básicamente, para joder al prójimo, desestructurarlo, sacarlo de la normalidad. Estos
idiotas voluntarios babean en los restaurantes, interrumpen visitas guiadas, venden velas
de Navidad que parecen salchichas. Juegan, y en ese juego puede verse, sin duda, una forma
de rebelión que tiene mucho de adolescente. Lo que hace interesante a Los idiotas, y más
compleja de lo que podría parecer a primera vista, es que ese gran simulador llamado Lars
Von Trier hace entrar al espectador en el juego. Una vez que lo tiene adentro,
le demuestra que, como decía Charly García cuando no era idiota, éste no es un
juego, nene, estamos atrapados. La primera parte de Los idiotas es tan divertida (o
no) como una jodita de Tinelli; la segunda es un cuento moral, como lo era Contra viento y
marea. Pero mejor, porque aquí no hay forzados misticismos, ni campanas que suenen en el
cielo. Lo que hay es el enfrentamiento de los miembros del grupo con sus propios límites.
Elprimer quiebre se produce cuando los falsos idiotas deben vérselas con idiotas
verdaderos, un grupo de discapacitados; el segundo, cuando se enfrentan con un funcionario
municipal. El quiebre final sobrevendrá cuando el líder se ponga peligrosamente
autoritario, y el resto de los miembros no se atreva a llevar su idiotez hasta las
últimas consecuencias. Sólo Karen (Bodil Jorgensen), un personaje equivalente a la
protagonista de Contra viento y marea, será quien se atreva. Pero ella nunca fue una
falsa idiota, y es a través de sus ojos que Los idiotas está contada. En este film Von
Trier postula y luego destruye una utopía que se revela falsa. Lo hace mediante otra
forma de utopía, cuyo valor de verdad queda demostrado por su propia práctica. Esa
utopía dice lo mismo que La celebración: es posible hacer cine casi sin dinero, con una
camarita de video digital y ningún aparato. Sólo hace falta tener las ideas bien claras
y talento. Pero ojo: con improvisación sola no alcanza. Esa es la segunda enseñanza del
Dogma, y los candidatos a discípulos harían muy bien en aprenderla.
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