Por M. P. El mural es inmenso, y semeja una puerta.
Tiene ángeles y condenados, cielo, purgatorio e infierno. Al toparse con él en su
primera recorrida por el inmenso y desproporcionado castillo al que han sido convocadas
para luchar contra el insomnio (¿?), Theo y Nell no pueden sino quedarse mirándolo.
Yo ya conozco el infierno, anuncia Theo. Y remata: Dieciocho horas en
clase turista de un vuelo entre París y Los Angeles. Para Nell, sin embargo, el
infierno es otra cosa: es lo que ha vivido durante todos los años que se ha pasado
encerrada cuidando a su madre moribunda. Y en su primer contacto con el mundo exterior lo
primero que se ocurre, claro, es internarse en una tenebrosa mansión junto a una mujer de
mundo (y botas), un insomne entusiasta y un doctor que no tiene ni idea de las fuerzas que
va a convocar su pretencioso experimento. El problema del miedo es que es
inapropiado, y no se adapta, cavila el doctor Marrow al plantear su experimento ante
sus superiores. Pero el miedo es -efectivamente tan poco adaptable que ni siquiera
es posible comprarlo ni con todos los efectos especiales. Algo que bien podría haber
sospechado Jan De Bont antes de aceptar hacer un film tan deshilachado y lleno de
manotazos de ahogado como La maldición. Cuando el holandés director de fotografía
debutó en Hollywood como director a secas al frente de Máxima velocidad, todos esperaban
antes un traspié que un éxito. Pero De Bont se subió al ómnibus con Keanu Reeves y
Sandra Bullock y se ganó el derecho a realizar una segunda parte, e incluso a convocar a
todos los tornados para Twister, otro aprobado en su meteórica carrera. Ahora bien:
después de tanta catástrofe filmada, De Bont acaba de firmar su legítimo primer bodrio
marca Hollywood. Olvidando que la mejor de las casas embrujadas está en la oscuridad de
la mente, La maldición es una película insegura, que tal vez pretenda meditar sobre el
miedo y luego asustar en serio. Pero en realidad nunca logra ninguna de las dos cosas. Su
protagónico no recae en Liam Neeson (Dr. Marrow), Lili Taylor (Nell) ni la impresentable
Catherine Zeta-Jones (Theo), sino en una ominosa casa que, antes que embrujada, parece el
modelo ideal para un casino temático de Las Vegas. Sin las fichas, las máquinas
tragamonedas y los botones, la mansión de De Bont es un inútil monumento al miedo
ausente.Los rostros de los niños atrapados en sus interminables molduras un
efectivo toque kitsch del film esperan un héroe que los salve. Es imposible no
compararlos a los rostros de unos hipotéticos espectadores atrapados en una película
larga e inútil en la oscuridad del cine. Sólo que para ellos no habrá final feliz, sino
el consuelo de unos tontos sobresaltos y una visita guiada por un inocuo e inútil terror
apto para todo público.
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