OPINION
Por qué EE.UU. fue el
verdadero genocida
Por George Monbiot* |
Precisamente
cuando el Consejo de Seguridad de la ONU votaba intervenir en Timor Oriental, salían a la
luz nuevas pruebas de la complicidad inglesa y norteamericana en el genocidio. Que las
potencias occidentales aprobaron y equiparon las operaciones del ejército indonesio en
Timor Oriental es bien conocido. Ahora descubrimos que el apoyo occidental a las fuerzas
armadas de Indonesia continuaba aun cuando sus paramilitares aterrorizaban a la población
de Timor para que no votara en el referéndum del 30 de agosto que resultó una victoria
para la causa de la independencia de la ex colonia portuguesa. El 8 de abril, el general
norteamericano Dennis Blair se encontró con el general Wiranto, comandante en jefe de las
fuerzas armadas indonesias. Invitó a Wiranto a mantener discusiones estratégicas en
Hawaii y le ofreció entrenamiento del ejército en control antidisturbios.
Desde entonces, el gobierno norteamericano, con sus intereses comerciales en la mira,
sostuvo que Occidente debía ser realista sobre Timor Oriental, y procurar un
equilibrio de intereses. Gran Bretaña y Estados Unidos continuaron vendiendo
armas a Jakarta mientras ésta perfeccionaba el funcionamiento de sus paramilitares:
durante el último año Gran Bretaña subsidió sus ventas de aviones Hawk a Indonesia con
130 millones de libras esterlinas. Nuestros gobiernos pudieron facilitar el genocidio en
Timor Oriental porque nos resulta difícil entender, circunscribir qué significan 200.000
muertes violentas. Por eso quiero contarles el resto de la historia, la que nos
escondieron pero que todos podemos entender. Hay una convención en el periodismo que dice
que los detalles de la tortura no deben revelarse. Pero es precisamente porque los medios
tuvieron tanto cuidado con nuestra sensibilidad que no se tuvo ninguno con la de los
habitantes de Timor Oriental. La tortura en Indonesia, según reveló Amnistía
Internacional, es común, cruda, y, como instrumento de terror, devastadoramente efectiva.
Los soldados aplastan los dedos de sus víctimas con martillos, perforan con clavos los
dedos de sus pies, quiebran sus costillas y rodillas con barras de hierro, ponen la pata
de una mesa sobre el pie de un prisionero y después saltan sobre la mesa, queman los
genitales con cigarrillos y brasas. Pero el método preferido del ejército indonesio es
la vivisección. En Papúa Occidental, otro de los territorios ocupados por el régimen,
encontré a un hombre a quien llamaré Tom. A la edad de 12 años presenció cómo su tío
fue convertido en un experimento en agonía. La operación duró 12 horas. A la mañana,
el tío de Tom pidió permiso en la policía, tal como era obligatorio, para ir a cazar.
Tenía una barba larga y espesa, y eso, decidieron los soldados, lo identificaban como a
un rebelde. Se lo llevaron a la cocina, y empezaron a interrogarlo. Tom, escondido, vio
todo desde la ventana. Su tío negó que hubiera hecho nada malo. Los soldados sacaron el
equipo que llevan todos los soldados en Indonesia: navajas. Le cortaron las orejas. Las
cocinaron, y lo obligaron a comérselas. Después, muy despacio, le cortaron la carne de
las mejillas. Después le cortaron los músculos de los brazos y de las piernas. Bajo la
risa de los soldados, Tom podía oír la sangre que corría por el piso de la cocina.
Después calentaron una barra al rojo vivo, y la introdujeron entre sus piernas. Los
soldados arrojaron sal sobre las heridas. A la noche, el tío de Tom había sido desollado
y mutilado, pero seguía vivo. Los soldados lo metieron en un saco de arroz y lo arrojaron
en un pozo. Cuando Tom pudo encontrar a otros parientes para que lo rescataran, el tío ya
estaba muerto. El comandante del programa de pacificación de Papúa Occidental, coronel
Sarwo-Edhie, solía contar en largas sobremesas sus métodos para prolongar la muerte de
las poblaciones. Cuando se retiró del ejército,enseñó Derecho Político en la
Universidad. Hoy, en los sótanos Dili, la capital de Timor, y en los campos de
concentración de Kupang, el ejército, con la bendición de los oficiales que van a
asistir a las fuerzas de la ONU, seguirá haciendo lo que le hicieron al tío
de Tom.Si las fuerzas armadas indonesias se comportan así, es solamente porque tienen
licencia para hacerlo. Desde que la CIA asistió el golpe de Suharto en 1965 y la muerte
que siguió de un millón de javaneses, el ejército consiguió que la comunidad
internacional aprobara sus carnicerías. Así cuando, con los años, mató entre torturas
a miles en Timor Oriental, Aceh, Ambon, y Papúa Occidental, los gobiernos de Estados
Unidos, Gran Bretaña y Australia miraron y sonrieron. No habrá, según se encargaron los
comandantes de las fuerzas armadas indonesias, juicios de Nuremberg, tribunales de
crímenes de guerra. Esta semana ya estuvimos escuchando muchas cosas, de parte de los
gobiernos norteamericano y británico, acerca de la necesidad de cumplir con los tratados,
acerca de objetivos estratégicos y del equilibrio de intereses. Pero todas esas hermosas
conversaciones acaban por reducirse a lo mismo: un soldado que sonríe con un navaja en la
mano. Periodista y militante ecologista británico. Publicado en The Guardian. |
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