Por Hilda Cabrera El director Peter Brook,
nacido en Londres en 1925, residente en Francia desde los 70, es una de las grandes
figuras invitadas al Festival de Buenos Aires que faltó a la cita. No asistirá a las
presentaciones de The Man Who, obra inspirada en un libro del inglés Oliver Sacks (El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero) que sube hoy a las 19 a la Sala
Casacuberta del San Martín, donde cumplirá ocho funciones (hasta el jueves 23, excluido
el lunes 20, pero con dos funciones el domingo 19, a las 15 y 19). Los temas son la locura
y la normalidad, la percepción y la memoria. Al espectáculo se suman los
talleres de dos integrantes del equipo de Brook. Uno del escenógrafo Jean-Guy Lecat
(quien presenta en el hall de la Casacuberta una retrospectiva de su labor de 20 años
junto al fundador del Théâtre Bouffes-du-Nord) y otro conducido por el actor africano
Sotigui Kouyaté, intérprete de The Man... junto al suizo David Bennent (protagonista de
El tambor, de Volker Schlöndorff), el inglés Bruce Myers y el japonés Yoshi Oida. Ex
futbolista y boxeador, actor de cine y teatro, Kouyaté se desempeña también como
director, actividad que desarrolla a pleno en su país, Burkina Faso. Prefiere sin embargo
calificarse de griot, que no significa juglar, según aclara en la entrevista con
Página/12. La función del griot no tiene en su país (ex colonia francesa) carácter
artístico. No es la de un fabulador sino la de un cronista: Griot se
nace, no se aprende. Es una casta, pero no en el sentido que eso posee en la India. Griot
es una herencia de los antepasados, y un trabajo, como el de los artesanos. Su instrumento
es la palabra. Kouyaté cree que, tanto en Europa como América, se desconoce su
significado: Hoy todo el mundo se reivindica como griot. He estado en Canadá y he
visto un libro sobre los griot de Quebec. En general se lo considera un trovador, alguien
que canta y baila, y no es así. El griot no cuenta cuentos. Es un historiador oral,
alguien que intenta mantener viva la memoria de su gente y, en lo posible, mediar entre el
pueblo y la autoridad, y aconsejar a ésta. Podría decirse que la comunicación es
su métier, y que ésta no es posible si uno no reconoce en el otro a un ser
humano. De ahí que proponga mirar a los ojos del otro y no perderse, sino
reencontrarse. ¿Qué ha sucedido en Francia con ese saber suyo? Vivir
en Francia me ha alimentado, confirmó mi identidad. Comprendí que un árbol no puede
vivir sin raíces. Mis antepasados son originarios de Guinea; nací en Mali y vivo en
Burkina, donde vuelvo al menos dos veces al año. Llevo en mí tres culturas. Trabajo en
París, con Brook, pero también tengo mi propia compañía. Se llama La voz del
griot. Aprovecho mi estancia en Europa para hacer conocer mejor mi cultura.
¿Se sintió marginado por ser extranjero?La marginación está a la vista.
Prefiero no criticar, pero en París viví una situación durante una conferencia cuyo
tema eran los extranjeros en el teatro. Casi todos elogiaban a Francia. Decían que era un
país abierto. Yo no entendía por qué insistían tanto en eso. Nuestra presencia allí
demostraba que éramos recibidos, pero no podían negar que existe el rechazo al
extranjero. Lo real es que hay racismo, y no sólo en Francia. Está en todas partes, y en
algunos países les sirve a los políticos. ¿Esa resistencia es menor en el ámbito
artístico?Es un ámbito más abierto, porque en general se piensa que el artista
contribuye con su trabajo. Mi caso es un ejemplo, como el de los compañeros que trabajan
con Brook y en el Centro Internacional de Investigación Teatral. Allí se reúne gente de
todas partes. No existen otros ejemplos...No, pero el Centro es una mancha de
aceite que se agranda. En The Mahabharata, de 1984, el espectáculo más famoso de Brook,
había 22 intérpretes, y 18 de ellos pertenecían a distintas
nacionalidades.También porque esa elección es parte de la estética de
Brook...Creo que más que estética es una muestra de la humanidad de Brook. No
espera que la gente se le acerque. Viaja en busca de actores, músicos... Va a Pakistán,
Irán, donde sea. Tampoco se basa sólo en las formas, se alimenta de experiencias reales.
¿Qué tipo de teatro prefiere? Mi primer contacto con el teatro se dio en
Africa, muy vinculada a las tradiciones. En Burkina tenemos un teatro importante, al que
llamamos Le grand escargot, porque tiene forma de espiral. La zona cercana al
centro está destinada a los niños, la del medio a las mujeres y el borde a los hombres.
Se incorpora la danza y el juego. Se intenta llegar al pueblo, transmitir un mensaje. Yo
prefiero ese teatro, el que dice algo y emociona hasta las lágrimas, y no por trágico.
También se llora de alegría. ¿Qué opina del teatro más intelectual?Que es
interesante, porque permite la complementariedad. Cuando miro un bouquet de flores varias,
pienso que además de ser hermoso por cada una de las flores, lo es también por la
diversidad. No es justo buscar una sola forma de teatro. Lo que hace reír a uno puede
hacer llorar a otro. ¿Le interesa el público? ¿Se apoya en él?No podría
trabajar prescindiendo del público. Quien me está viendo y escuchando completa mi
trabajo. Nunca olvido que el objetivo es la comunicación, la complicidad...¿Cómo
es hoy esa relación entre artista y público?Como la que se da entre extraños.
Pero hace tiempo que lo observo. El teatro es espejo de una enfermedad que sufrimos todos:
la incomunicación. Hay mucho discurso sobre esa falta de intercambio. La mayoría de las
personas oyen, pero no escuchan. Hubo un tiempo en que la palabra se daba, en
el sentido de entrega, y por eso tenía importancia. Hoy se arroja y no se sabe dónde
cae.¿Será que la palabra no está unida al compromiso...? Creo que esa falta
de compromiso, como el odio y el desprecio, nace del desconocimiento del otro. Lo dicen
los sabios: la más grande enfermedad del hombre no es la locura, sino la que no considera
al otro como su semejante. Por esa enfermedad se mata.
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