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Chávez y la izquierda
Por David Viñas

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“Nosotros estamos tratando de lograr que Estado y mercado sean compatibles en Venezuela, pero es saludable que eso que se llama izquierda, que quizá hoy no tenga repercusión electoral importante, pero que existe a lo largo de toda la región, encuentre eco al señalar los fracasos del neoliberalismo...”Declaraciones de José Vicente Rangel, canciller de Venezuela, setiembre del ‘99.

t.gif (862 bytes) “Gesticula”, se lee al pie de una fotografía donde Chávez, presidente de Venezuela, habla delante de sus partidarios. No habla, se nos quiere insinuar con ese ademán de orador que benévolamente reproduce un matutino porteño. Parecería carecer, el ex militar latinoamericano convertido en político, del estilo que tradicionalmente definiría a un gentleman que, por su sola formulación, era aceptado como positivo.Lo contrario con Chávez. A sus actitudes más democráticas se las transforma en populismo, y su mayoría de votos queda bajo una sospecha que oscila, equívoca, entre “el corporativismo” y “lo plebiscitario”. La semántica se va convirtiendo así en una axiología condenatoria. Y a partir de aquella mímica eventualmente afónica, nuestro consabido diario conservador, día tras día, va proponiendo una línea de puntos: la rebelión de Chávez de 1992, prolijamente descontextualizada al eludirse el marco histórico de la coyuntura, troca sus legítimas señales en destino. Mediante esa estratagema, jugando con los tiempos verbales, se convierten en realidades inexorables lo que por ahora no son más que pronósticos interesados o profecías catastrofistas.Y aun si se le reconoce a Chávez que “ha barrido con una elite corrupta y codiciosa” nítidamente vinculada a dos formaciones políticas tan vetustas como desprestigiadas, el actual presidente de Venezuela siempre “corre el riesgo de empeorar las cosas”. Ningún crédito le abren a Chávez esos cálculos negativos que se van organizando como artículos de fe que, ya, se sobreimprimen en el mercado discursivo con el más obvio neoliberalismo emitido desde los tradicionales bunkers de Caracas, Mérida, Maracaibo y Barquisimeto.Semejantes opiniones, paulatinamente ritualizadas, no pueden menos que ir “alarmando con sus pocas señales de aliento hacia las instituciones democráticas”, por un lado, “que caracterizan a la gente de negocios” que –por la vertiente complementaria– desconfía de “los planes de Chávez”. ¿Lugar común? ¿O, mejor, susceptibilidades beatas más que manyadas en América latina? Tanto es así que un amigo chileno, que hoy se limita a fumar contemplando el humo, insinuó sin demasiada ironía: “Todos esos síntomas que, por ahora, son sólo vaticinios, me recuerdan el prólogo más orquestado de setiembre de 1973”.Pero si los actos y las palabras de Chávez nos llegan comentados, desde lejos, por la notoria ecuanimidad de los grandes emporios informativos, la presencia en Buenos Aires de José Vicente Rangel, canciller de Venezuela, nos aclara, a través de varias entrevistas, cuál es realmente el proyecto político de “la Caracas bolivariana”. Con la prudencia de ciertos viejos de la literatura, Rangel ha ido respondiendo a todas las preguntas, incluso a las más inocentes: de su propio origen izquierdista como candidato a presidente no ha hecho ningún misterio. El es un hombre de izquierda y habla desde esa óptica porque “izquierda” no significa para Rangel una topografía transhistórica sólo definida por su origen parlamentario. “Chávez –agrega evitando sentimentalizar lo popular– no surgió como un antidemocrático. Cuarenta y ocho horas después del golpe del ‘92 las encuestas mostraron que más del noventa por ciento de los venezolanos estaban de acuerdo con el golpe.” Y, paciente y categórico, recuerda que él mismo escribió que “ese golpe era el primero contra el Fondo Monetario Internacional”.José Vicente Rangel se extiende subrayando “la redefinición institucional” que busca el gobierno de Chávez. Denegando la acusación de “corporativismo” al enfatizar la convicción de Chávez “en la participación popular organizada”. Y sin gambetear su preocupación porque “los Estados Unidos lo pongan a Chávez contra la pared, como hicieron con Fidel Castro”.No se trata aquí de santificar a Chávez. Las santificaciones, y ya es de catecismo, solicitan bronces o cánones. “Y no es el caso.” Porque, cuando José Vicente Rangel alude a la precariedad electoral de la izquierda de América latina está apelando a una alternativa; hipótesis que desborda yhasta cuestiona las módicas “alternancias”. Es que el canciller de Chávez no se limita a hablar de “gestiones” administrativas sino que se refiere a los obstinados desafíos –sin consolaciones– a lo largo de la historia más reciente de México a la Argentina.

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