Nosotros estamos tratando de lograr que
Estado y mercado sean compatibles en Venezuela, pero es saludable que eso que se llama
izquierda, que quizá hoy no tenga repercusión electoral importante, pero que existe a lo
largo de toda la región, encuentre eco al señalar los fracasos del
neoliberalismo...Declaraciones de José Vicente Rangel, canciller de Venezuela,
setiembre del 99.
Gesticula, se lee al pie de una fotografía donde Chávez, presidente de
Venezuela, habla delante de sus partidarios. No habla, se nos quiere insinuar con ese
ademán de orador que benévolamente reproduce un matutino porteño. Parecería carecer,
el ex militar latinoamericano convertido en político, del estilo que tradicionalmente
definiría a un gentleman que, por su sola formulación, era aceptado como positivo.Lo
contrario con Chávez. A sus actitudes más democráticas se las transforma en populismo,
y su mayoría de votos queda bajo una sospecha que oscila, equívoca, entre el
corporativismo y lo plebiscitario. La semántica se va convirtiendo así
en una axiología condenatoria. Y a partir de aquella mímica eventualmente afónica,
nuestro consabido diario conservador, día tras día, va proponiendo una línea de puntos:
la rebelión de Chávez de 1992, prolijamente descontextualizada al eludirse el marco
histórico de la coyuntura, troca sus legítimas señales en destino. Mediante esa
estratagema, jugando con los tiempos verbales, se convierten en realidades inexorables lo
que por ahora no son más que pronósticos interesados o profecías catastrofistas.Y aun
si se le reconoce a Chávez que ha barrido con una elite corrupta y codiciosa
nítidamente vinculada a dos formaciones políticas tan vetustas como desprestigiadas, el
actual presidente de Venezuela siempre corre el riesgo de empeorar las cosas.
Ningún crédito le abren a Chávez esos cálculos negativos que se van organizando como
artículos de fe que, ya, se sobreimprimen en el mercado discursivo con el más obvio
neoliberalismo emitido desde los tradicionales bunkers de Caracas, Mérida, Maracaibo y
Barquisimeto.Semejantes opiniones, paulatinamente ritualizadas, no pueden menos que ir
alarmando con sus pocas señales de aliento hacia las instituciones
democráticas, por un lado, que caracterizan a la gente de negocios que
por la vertiente complementaria desconfía de los planes de
Chávez. ¿Lugar común? ¿O, mejor, susceptibilidades beatas más que manyadas en
América latina? Tanto es así que un amigo chileno, que hoy se limita a fumar
contemplando el humo, insinuó sin demasiada ironía: Todos esos síntomas que, por
ahora, son sólo vaticinios, me recuerdan el prólogo más orquestado de setiembre de
1973.Pero si los actos y las palabras de Chávez nos llegan comentados, desde lejos,
por la notoria ecuanimidad de los grandes emporios informativos, la presencia en Buenos
Aires de José Vicente Rangel, canciller de Venezuela, nos aclara, a través de varias
entrevistas, cuál es realmente el proyecto político de la Caracas
bolivariana. Con la prudencia de ciertos viejos de la literatura, Rangel ha ido
respondiendo a todas las preguntas, incluso a las más inocentes: de su propio origen
izquierdista como candidato a presidente no ha hecho ningún misterio. El es un hombre de
izquierda y habla desde esa óptica porque izquierda no significa para Rangel
una topografía transhistórica sólo definida por su origen parlamentario. Chávez
agrega evitando sentimentalizar lo popular no surgió como un
antidemocrático. Cuarenta y ocho horas después del golpe del 92 las encuestas
mostraron que más del noventa por ciento de los venezolanos estaban de acuerdo con el
golpe. Y, paciente y categórico, recuerda que él mismo escribió que ese
golpe era el primero contra el Fondo Monetario Internacional.José Vicente Rangel se
extiende subrayando la redefinición institucional que busca el gobierno de
Chávez. Denegando la acusación de corporativismo al enfatizar la convicción
de Chávez en la participación popular organizada. Y sin gambetear su
preocupación porque los Estados Unidos lo pongan a Chávez contra la pared, como
hicieron con Fidel Castro.No se trata aquí de santificar a Chávez. Las
santificaciones, y ya es de catecismo, solicitan bronces o cánones. Y no es el
caso. Porque, cuando José Vicente Rangel alude a la precariedad electoral de la
izquierda de América latina está apelando a una alternativa; hipótesis que desborda
yhasta cuestiona las módicas alternancias. Es que el canciller de Chávez no
se limita a hablar de gestiones administrativas sino que se refiere a los
obstinados desafíos sin consolaciones a lo largo de la historia más reciente
de México a la Argentina.
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