Por Horacio Cecchi Un grupo comando tomó por
asalto la sucursal Villa Ramallo del Banco Nación a las 8.10 de la mañana y al verse
rodeado por la policía decidió sumarse al clásico de los ladrones de la última época:
la toma de rehenes, seis en este caso. Pero las horas corrieron, los seis del grupo no
aflojaban, la policía se ponía cada vez más dura y el asalto se terminó por convertir
en la toma de rehenes más larga y mediática de la historia del país. Más de 200
efectivos rodearon el banco, una escuela vecina fue tomada como centro de operaciones y la
zona fue evacuada dos cuadras a la redonda. Los rehenes pasaron el día cada uno con una
granada colgada al cuello. Trece horas después del ingreso al banco, los ladrones
liberaron a dos personas, para que la policía les entregara una llave con la que pudieran
acceder a la bóveda y llevarse el botín. A medianoche soltaron a uno más. Una y otra
vez, los delincuentes uno de ellos, un ex policía provincial, según una
versión hacían declaraciones en vivo por radios y canales para reafirmar el
desesperado reclamo por la llave. Los contactos periodísticos llegaron a límites
insospechables cuando un conductor se autoimpuso la misión de negociador con los
ladrones, pasando por encima de la policía y el juez. Hasta Mariano Grondona entrevistó
a quien el subtitulado de Hora Clave denominaba Miguel-asaltante. Minutos
después de las ocho, Fernando Vilches, del clearing bancario de OCA, golpeó la puerta de
la sucursal. La puerta se abrió para dar paso al correo, pero Vilches entró junto a tres
desconocidos que bajaron de un Renault 19 blanco y lo metieron a los empujones y
apuntándole con armas largas. Junto a él, Diego Serra, un empleado administrativo del
Canal 4 de cable local que pasaba por la puerta justo en ese momento, corrió la misma
suerte que el cartero. Desde el local del cable, cruzando la calle, una compañera de
Serra se transformó en testigo y en la primera en avisar a la policía. A partir de ese
momento, los planes de los asaltantes, los de la policía, los de los rehenes y los de los
once mil habitantes de Villa Ramallo pegaron un giro brusco y pasaron a internarse en el
día más largo en la historia de la pequeña y tranquila localidad agricolaganadera, a 30
kilómetros de San Nicolás y 180 de la Capital Federal. Con el correr de las horas, miles
de televidentes se sumarían al hipnótico desarrollo de la toma de rehenes más
larga.Dentro de la sucursal del Nación, ubicada sobre la esquina de Sarmiento y San
Martín, en pleno centro del pueblo, la situación era la siguiente: al empleado del cable
y al cartero se agregaron el gerente del banco, Carlos Chávez; Carlos Santillán,
contador de la entidad; el jefe de Area de la sucursal, Ricardo Pascualli; y poco
después, Flora Beatriz, la mujer de Chávez, a quien arrancaron de su departamento
ubicado dentro del banco. Alrededor de ellos, seis asaltantes enmascarados, con armas
largas, chalecos antibalas, granadas, handies, y un aparato para interceptar las
comunicaciones policiales, ordenaron abrir la bóveda del banco. En el banco había dos
llaves: la del gerente y la del contador. Falta la del tesorero, les explicó
Chávez. Y el tesorero no estaba.En ese momento, la manzana ya estaba rodeada por la
policía local, mientras dos presuntos campanas que habrían quedado en un segundo auto,
un Renault 18 rojo, se esfumaron del lugar. A partir de entonces, la esquina de Sarmiento
y San Martín empezó a sumar curiosos, además de unos 200 policías armados entre
federales y bonaerenses, francotiradores en los techos, los SWAT del GEO, los Halcón, el
juez de Garantías de San Nicolás Dionisio Irurtia y los fiscales Carlos Boteri y Carlos
Tanuzi.El clima dentro de la sucursal no era menos tenso que el que se vivía en la calle.
Los asaltantes habían informado que colocaron explosivos en las entradas del banco. La
oficina del gerente pasó a ser el centro de operaciones, mientras que la policía
desalojaba la Escuela de Enseñanza Media 1 ubicada a un costado del banco y la ocupaba
como cuartel principal. Chávez pasó a ocupar la función de vocero de los asaltantes.Fue
en una de sus primeras comunicaciones, en uno de los pocos contactos periodísticos,
cuando el gerente casi aconsejó: Piden por el tesorero. Quieren la plata de la
bóveda y se van, aseguró que no los habían maltratado pero que llevaba colgada
una granada del cuello (ver aparte). Doce horas después, en una nueva comunicación
telefónica, los medios se enterarían que todos y cada uno de los rehenes tenía su
correspondiente explosivo colgando de su futuro inmediato. Al promediar la tarde, se
presentó el abogado penalista de San Nicolás Hugo Lima, ex conjuez en el caso de la
muerte de Carlitos Menem Jr. Había circulado la versión de que había sido llamado por
los delincuentes y se suponía que tomaría parte en las negociaciones. No fue así y
después, los mismos asaltantes se encargaron de desmentir que lo hubieran llamado.Durante
varias horas, las negociaciones dirigidas por el juez Villafuerte Ruzo tuvieron altibajos.
Pero a partir de las nueve de la noche, el contacto con los delincuentes quedó
espontáneamente a cargo del periodista Chiche Gelblung, que por línea telefónica logró
la liberación del primer rehén, Vilches, el vapuleado correo. Las conversaciones las
mantuvo con Miguel, vocero de los delincuentes. Esta gente (por los rehenes) no
tiene nada que ver. No queremos que salgan lastimados. Nosotros lo único que queremos es
la llave y la clave. Pocos minutos después, le tocó en suerte el turno de la
liberación a Diego Serra: No tiren, no tiren, soy rehén, gritó desesperado
mientras emprendía la carrera hacia la libertad y con la policía exigiéndole que
mantuviera las manos en alto. Ambos estaban en medio de un shock, por lo que tuvieron que
ser atendidos por los médicos. Recién después se pudieron reencontrar con sus familias.
A partir de ese momento, todas las expectativas quedaron centradas en si se cumpliría el
pacto mediático: la entrega de la clave y la llave. Pasada la medianoche, fue liberado
Pascualli. Pero los otros rehenes seguían adentro.
Una granadaal cuello Alrededor de las nueve de la mañana de ayer se logró establecer la primera
comunicación telefónica que permitió imaginar, de manera escueta, lo que sucedía
dentro del banco. Este instante de alta tensión se produjo a raíz de una conversación
telefónica que mantuvo Carlos Chaves, gerente del banco y rehén de los asaltantes, con
el periodista Santo Biasatti. Las seis personas mantenidas dentro del Banco de la Nación,
vivieron quizás el momento más angustiante, en el que cualquier infidencia podía
desembocar en un hecho violento.Carlos Chaves atendió el teléfono de su oficina con
fingida calma y ensayó un saludo. En contraposición, la voz del periodista, desde
estudios, se escuchó tranquila mientras preguntaba sobre lo que pasaba. Chaves contó que
sus captores eran seis y que todos estaban fuertemente armados, incluso con granadas. De
modo confuso, superponiendo por el miedo sus palabras, balbuceó: Me tienen colgando
una granada TNT al cuello. El periodista intento obtener más detalles. El gerente
fue tajante: Lo dejamos porque yo tengo hijos que pueden estar escuchando esto.
Además, acá está mi señora y estoy yo... estamos bien, nos están tratando bien; lo
que quieren es que se abra el tesoro y que se puedan ir.
Al Pacino,ladrón
Villa Ramallo no se parece en nada a Nueva York, eso está
claro, y es más que posible que ninguno de los hombres que se atrincheraron en el Banco
Nación tenga ni un diez por ciento del histrionismo de Al Pacino. Pero la toma del
edificio recuerda inevitablemente a la de Tarde de perros, la película de Sidney Lumet
que, allá por mediados de los 70, le inyectó una dosis infrecuente de adrenalina al cine
estadounidense de la época. En Tarde de perros, Pacino y dos cómplices (todos ellos
sumamente inexpertos, transpirados y comidos por los nervios) tomaban de rehenes a
prácticamente todo el personal del banco y a todos los particulares presentes en ese
momento. Sus émulos locales los doblaban en número, y estaban uno a uno con los
secuestrados. Aquí y allá, el cerco policial se apretaba frente a las puertas del
edificio, mientras los minutos pasaban y la tensión crecía, adentro y afuera del banco,
contagiándose rápidamente a los alrededores. La mayor diferencia estaba en las
motivaciones de los asaltantes: mientras que los hombres de Ramallo querían la plata, y
punto, Pacino y sus muchachos la necesitaban para financiar la operación del novio de Al,
que ansiaba corregir el error de la naturaleza, para convertirse en mujer. Al final,
lograban escapar, pero los mataban a todos. A los de Tarde de perros, se entiende. |
UN CONDUCTOR DE TV CONVERTIDO EN
MEDIADOR
Escuchame, hay 300 canas
¿Son una banda que trabaja hace tiempo o se juntaron para este asalto?,
preguntó Chiche Gelblung.Son cosas de la vida, respondió
Cristian.Desde el estudio de Radio 10 Chiche Gelblung saltó a fiscales, jueces y
policías y fue el intermediario temerariamente más confiable para la banda de Villa
Ramallo. Mantuvo un teléfono abierto durante dos horas dentro del Banco Nación. Desde la
línea instruyó, dio órdenes y drásticos consejos a Cristian, uno de los asaltantes, y
Miguel, el jefe de la banda. Cristian, Cristian ¿estás ahí? No van a entrar,
quedate tranquilo, ¿Me oís?Yo cumplí con él, ahora quiero que él cumpla
conmigo.Cristian habla del rehén entregado a cambio de la llave y la clave para abrir la
caja. En ese momento esperaban el regreso de Pablo, el intermediario de la policía que
ofreció el acceso a la bóveda. Gelblung sigue verborrágico:Quedate tranquilo...
no van a matar a nadie.Sí, sí. La gente comió ameniza todo está
acá. Comimos todos juntos. Nosotros queremos agarrar la plata y nos vamos.Pero
Cristian, escuchame, hay 300 canas afuera. No nos vamos a entregar.Pero
esperá, esperá que te voy a poner en línea con Stinfale. Lo conocés a Stinfale,
querés hablar con él. Es el abogado del gordo Valor.Acá vamos a estar. Si nos
entregamos nos van a dar 50 años por la cabeza.Hasta ahora son 15.Pero
dígame una cosa: ¿a usted le gustaría estar un año preso? A mí no.Pero
escuchame una cosa cruza rápido Gelblung yo soy periodista, ¿vos sos
periodista? No.Sos chorro. Son chorros, está bien, yo respeto eso. Yo te digo
dice después de consultar en voz alta al interior del estudio: hasta ahora
ustedes tienen privación ilegítima, tentativa agravada de robo, arma de guerra. No son
más de ocho años adentro.Ocho años, ¿sabés qué son para mí ocho años? Yo
estando en cana estoy muerto en vida, pierdo a mi familia, a mi madre. Todo
pierdo.¿Estuviste en cana?Yo estuve 6 años en Olmos. Por robo estuve. Nunca
maté a nadie, no violé, no soy homicida. Yo me dedico a eso nada más. Yo me dedico al
robo.Tras una interrupción, Cristian vuelve a la línea. Tiene que cortar: dice que
el negociador quiere que nos dejemos de joder con la prensa.
FUERON ESTRELLAS DE TODOS LOS PROGRAMAS
NOCTURNOS
Unos ladrones muy mediáticos
Miguel-Asaltante, informaba el subtítulo de Hora Clave mientras se escuchaba
al ocasional vocero del grupo que asaltó el Banco Nación de Ramallo. El hombre se
justificaba ante Mariano Grondona, en una de las entrevistas que concedió a los medios.
Eran las 22.40 y, mientras hablaba Miguel, la cámara mostraba a Carlos Menem, quien
entraba sonriente a los estudios de Canal 9. Antes, el interlocutor de los ladrones había
sido Samuel Chiche Gelblung, en una larga negociación por Radio 10,
transmitida en directo por canales de noticias. Y luego fue Crónica TV. Los medios
siguieron minuto a minuto la tensión en Ramallo, pero sobre todo, intentaron convertirse
en mediadores, una tarea para la que no habían sido convocados. ¿Qué estás
pensando ahora? le preguntó el locutor de Radio 10 a uno de los ladrones.Que
me estoy comiendo una latita de paté, pienso fue la respuesta del asaltante.Eran
las 22.51 y el diálogo salía por Crónica TV.Unos minutos antes, el mismo hombre había
hablado con Grondona. Más que mediar, el periodista intentó hacer entrar en razón al
delincuente. No estamos capacitados para entregarnos respondió Miguel,
asaltante, convencido de lo que decía. Y abundó: Si me arriesgo la vida, porque
uno con esto se arriesga la vida, sé lo que me puede pasar.Sin más recursos a
mano, Grondona sólo atinó a cerrar el bloque con una exhortación: Hagan lo que
hicieren, traten de que los rehenes no sufran. Como cuando el chico Cristian Quirós
cayó a un pozo en la ciudad de San Nicolás, los medios siguieron al instante las
alternativas del asalto al banco de Ramallo. La imagen monótona del frente de la sucursal
recién se quebró al anochecer, con la audaz iniciativa de Gelblung que imitaron otros
medios. Antes, por la mañana las radios se habían comunicado telefónicamente con los
rehenes. Cuando la negociación policial parecía naufragar, asaltantes y rehenes
solicitaron la función mediadora de los medios de comunicación. No confiaban en el
policía Pablo, que había prometido las llaves del tesoro a cambio de la
liberación de algún rehén. Desde la mañana, el canal de noticias TN plantó una
cámara en trasmisión permanente, que sólo interrumpió al mediodía para su noticiero
deportivo. También desde el principio estuvo Crónica TV, que sin embargo alternó la
cobertura con otras noticias. Las radios Mitre y Continental estuvieron de entrada. A la
tarde, uno de los secuestradores se valió de la información que le llegaba por un
televisor del Banco: La policía dice que no está haciendo nada pero por la tele
vimos que se estaban subiendo a los techos. Poco después, desde afuera cortaron el
suministro de electricidad al Banco. Por Cablevisión Noticias, Enrique Llamas de
Madariaga inventó a una encuesta telefónica en la cual el 65 por ciento de los que
llamaron se pronunció a favor de que la policía entrara por la fuerza al banco. Pero fue
superado rápidamente por Gelblung, que se transformó en estrella indiscutida de la toma
de rehenes más mediática en la historia argentina.Tenemos miedo que maten a un
rehén... se angustiaba la esposa del gerente.No te preocupes le
contestaba Gelblung: no te preocupes porque, si matan a uno, la policía va a entrar
con trescientos efectivos...
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