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“Lo que a otros avergüenzaes nuestro mayor orgullo”

Hijo de bolivianos, pero criado en Buenos Aires, Jaime Torrescuenta, antes de una nueva presentación porteña, historias dondese entremezcla la militancia artística y cuestiones de identidad.

El señor del charango triunfó en Europa, pero en Argentina es más respetado que difundido.
Acompañado por su grupo, un dúo de copleras y una banda de sikuris, actuará hoy en Buenos Aires.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes) Jaime Torres se crió en un conventillo porteño rodeado de canzonettas napolitanas y pastas domingueras. Hoy, con 61 años que acumulan postales emotivas de ciudades tan lejanas y disímiles como Kuala Lumpur, París y Murmansk, sigue siendo la expresión musical de ese otro país que baja dolorido desde el noroeste argentino. Unas pocas cosas –quizás las fundamentales– fueron heredadas de sus padres, bolivianos: el amor por el charango, el picante de pollo y la sopa de maní, y esa sabiduría para apreciar sonidos y silencios que se esconden de la castigada atmósfera urbana. “Ustedes creen que los porteños manejan Buenos Aires –dice, durante la entrevista que le concede a Página/12 en un bar de San Telmo, después de que un hombre que pasaba por la vereda le dijera a otro, al pasar: ‘mirá, ese es Jaime Dávalos...’– pero están equivocados. La mayoría de la gente que vive en esta ciudad es provinciana. Mirá el mozo, santiagueño, y ese de al lado, salteño. Durante el día parece que nos perdemos en la vorágine, pero al atardecer, Buenos Aires se convierte en una ciudad muy mansa, disfrutable, sólo hay que saber sentirla.” Esta noche –o en su defecto el viernes que viene– será una buena oportunidad para sentir su música, cuando se presente en La Trastienda, con las Hermanas Cari (copleras) y la banda de sikuris Wiñaypa como invitados.Fanático de Boca (otro resabio de su infancia alla italiana), y respetado, gracias a su talento, por argentinos y europeos blancos de clase media, sabe que algo anda mal cuando se cuela un “boliviano de mierda” en los contrapuntos tribuneros. “Lo curioso es que ves a muchos de los que gritan ‘boliviano’ con desprecio, y sus rasgos también son incaicos. Esto es parte de una cultura que nos engañó haciéndonos creer que somos europeos, cuando la verdad es que no. Somos negros. Nos han hecho sentir un rechazo hacia lo nuestro, nos empujaron a que nos avergonzáramos de nosotros mismos, y a que cuando nos dijeran ‘indios’ lo sintiéramos como algo ofensivo. Hay mucha gente que se amilanó cuando sufrió este tipo de discriminación. Yo siempre, en cambio, traté de que todo eso de lo que nos querían hacer avergonzar, fuera nuestro mayor orgullo.”–¿Alguna vez pensó que más allá de la música, desde la política, podía cambiar algo? –Fui candidato a diputado por el Frepaso en el ‘95. Perdí por unos pocos votos. Hoy pienso que si hubiese sido diputado, habría terminado a las trompadas. No me hubiese bancado todas las bajezas que se ven en la política. Por entonces todavía creía que se podía pensar en una oposición, en construir algo distinto. Pero lo que se ve diariamente es que todos se quieren salvar ya, de cualquier manera. Yo, que tengo ya unos cuantos años, veo a esa gente y digo: “pobre imbécil, él cree que se salvó”.–Usted tiene una postura crítica con respecto a la actuación de muchos artistas durante la dictadura.–Lo único que puedo decir de aquellos años es que me pegué grandes abrazos con gente que estaba afuera, ya fuese con aquellos que se tuvieron que ir por motivos políticos, como el Tata Cedrón, o los que no, que se fueron porque se fueron, como Jairo. No voy a ser tan hipócrita de hacerme el abanderado de los prohibidos por la dictadura, porque no me gusta. Yo tuve algunos problemitas pero trabajé durante esos años. Lo que pasa es que en los 70 hubo muchos “exiliados artísticos”, que eran malos artistas y lucraron después con ese yeite. Esto no hace que cambie de posición política. Fui peruca toda la vida, y se sabe lo que pienso de los milicos. Pero hubo músicos que usaron los escenarios como mimeógrafos de donde se escupía la supuesta música de protesta. Fijate Isella, Heredia. Hay artistas a los que el PC les bancó la carrera durante muchos años. Por eso, cuando hoy la escucho a Mercedes que, ojo, es una grande de verdad, cuando la escucho decir y cantar “señor, ten piedad de nosotros”, yo no lo puedo creer.... –Cuando ve a hombres del Altiplano tocando el charango en los subtes, o en la calle Florida, ¿qué siente? –Aunque no lo creas, satisfacción. Hay una situación de marginalidad, pero están trayendo una expresión artística que hace un tiempo ni siquiera en sus lugares de origen tenía espacio.–Usted es uno de los pocos a los que les fue bien... –Yo particularmente nunca anduve ni por las peñas ni por las cantinas, con toda la dignidad que eso tiene, ¿no? Pero seguí otro camino, muy largo, también muy sacrificado y conseguí respeto. Pero no creo haberme salvado. Si hubiese buscado salvarme, hoy estaría en París lleno de plata. Cuando viajé por primera vez a Europa, allá no había “indios” a la vista. Y la respuesta de los tipos ante la “novedad” era impresionante. Nunca pude quedarme allá, siempre me sentí un turista. Si viviera allá sería tan infeliz como los tipos que se fueron, les fue bien, y siguen extrañando como locos.–Viviendo desde hace tanto tiempo en Buenos Aires, cuando va a la quebrada de Humahuaca, ¿también se siente un turista? –No, porque no es que voy a mirar. Lo importante no es mirar sino ver. Hay que ir, dejarse estar. Hay muchos que cuando van al Altiplano lo viven como una película, que tiene un principio, un desarrollo, un final. O como una gran carrera, como si estuvieran en Buenos Aires, con una largada y una meta. –¿Se puede evolucionar en el contexto de una música con un componente histórico-cultural tan fuerte, tan arraigado? –En primer lugar, no se puede ir para adelante en el folklore si antes no miraste bien hacia atrás. Eso es lo que no entienden o no saben muchos músicos de esta camada que dan en llamar como la del nuevo boom del folklore y yo, la verdad, que no la entiendo. Pero quienes conocen mi carrera son testigos de que siempre busqué agregarle cosas a esa música naturalmente tan hermosa. Le dediqué más de 50 años de mi vida y creo que, humildemente, logré cierta evolución. Pero siempre respetando la esencia, el sentimiento de esa región. Si no, todo sería una cuestión matemática: tocás 14 horas por día el charango y alguna vez te va a salir bien. Hay muchos que aprendieron a tocar el charango, hicieron un viaje al Norte y cuando volvieron ya tenían un libro escrito.–¿Usted quiere decir que hay poca autenticidad en el folklore? –Siempre hubo muchas confusiones. Lo que se conoció en Buenos Aires fue un folklore de elites. Los Abalos, los Falú, los Saravia, todos grandes músicos, en realidad representaban a familias acomodadas del interior. Incluso Yupanqui era un hombre muy cultivado, que estableció otra relación con la tierra, con el folklore. Recién con Peteco Carabajal, con Jacinto Piedra, se vino una generación de músicos de auténtica extracción popular.–De sus participaciones como invitado de grupos como Divididos, o la Bersuit, ¿se desprende que tiene del rock una visión positiva? –Soy de la época en que se discutía si el rock que se hacía acá era o no “nacional”. Hoy discutir eso sería absurdo: el rock es una realidad que no se puede negar. Está, en el mundo se toca, se escucha, se vende rock. Y después de haber visto que en sus comienzos el rock nacional era una mala copia de lo que se hacía afuera, hay que valorar el hecho de que muchos grupos de hoy incorporen a su música, a su poesía, elementos que nos hagan pensar que son de Argentina y no de cualquier ciudad de Estados Unidos. Y no es una cuestión de nacionalismo, porque tal vez haya unas cuantas bandas de rock que son más auténticas que varios del folklore.

 

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