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LA ETICA Y EL TRASTE DE PATTI
Por Osvaldo Bayer


t.gif (862 bytes) ¿Alguien se puede imaginar que una ciudad alemana estuviera gobernada por un guardián de Auschwitz o un torturador de la Gestapo? Más aún, ¿alguien podría imaginarse que ese guardián de Auschwitz o ese asesino de la Gestapo hubiese sido elegido por los habitantes de la propia ciudad para que la gobernara? Tal vez un novelista de best-sellers podría imaginarse una cosa así, pero, claro, el protagonista por lo menos habría cambiado de identidad antes de reiniciar su vida con un puesto político después de haber ejercido el cargo de verdugo.En nuestro querido país esto no sólo es posible sino mucho más. La realidad tiene una imaginación na32fo01.jpg (14407 bytes)que supera en cuotas exuberantes al legítimo realismo mágico caribeño. Aquí no sólo se lo elige por voto al verdugo, sino que justamente se lo elige por eso, por su calidad de verdugo, y además sin disimulos, con su legítimo nombre y apellido. Vienen azorados periodistas extranjeros a preguntar si esto es cierto en tierras del Plata. Sí, sí señor, es cierto. Es el milagro argentino. A uno de esos elegidos, un verdugo mayor e implacable, le fue mal por incapaz y ladrón, pero el capítulo Bussi quedará como el más vergonzoso de esa provincia que alguna vez proclamó aquella independencia que lograron las almas buenas de 1816. Hay otros verdugos, por ahí, desparramados, pero el más macarrónico es un policía, se llama Luis Patti y es intendente de Escobar. Subcomisario. Sub. Este personaje de la subfauna argentina de la generación del ‘76 tiene una teoría muy ética y cristiana: señala a quien lo quiere oír que a los delincuentes –para que confiesen– hay que convencerlos a patadas en “el traste”. Sí, el subcomisario Patti, intendente de Escobar por obra y gracia de las familias bien y cristianas de esos parajes, cresta de un lumpenaje que va de quien puede pagarse rejas para su country a quienes atravesados por la miseria alargan la mano; el subcomisario Patti, decíamos, emplea la palabra “traste” –y no culo, que ya es una palabrota como diría sonriente Borges– porque sus padres le enseñaron urbanismo y es un vocablo por el cual no necesita ir al confesionario para pedir perdón por boca sucia. Patti es un derivado de la picardía criolla hecho sandwich para los productos globalizados de la actual moral internacional a la mcdonald’s. Lo escuché por radio cuando reconoció haber sido protagonista del asesinato de Pereira Rossi y Cambiaso, calificados de subversivos por Patti en su típico lenguaje aprendido cuando fue un entusiasta sirviente de la dictadura de la desaparición. Claro, Patti calificó ese asesinato de “enfrentamiento”. Fue una bestial y cobarde eliminación de dos personas que habían sido detenidas horas antes en un lugar alejado más de cien kilómetros de donde fueron encontrados sus cuerpos. El lenguaje empleado por Patti en el reportaje fue una de las cosas más viles y guarras que jamás escuché en mi larga vida. Trató a sus víctimas de “hombres valientes” como si todo se hubiese tratado de un duelo entre caballeros. Pillo, el hombre, perspicaz en su canallada. Justo para ir adelante en esta sociedad. Como cuando él mismo se proclamó defensor de la vida y que por eso se opone al aborto. Hombre de principios. Sus hazañas con y sin uniforme fueron hace pocos días detalladas con toda precisión por Miguel Bonasso en su nota “El dossier Patti” (Página/12, 12.9.99). Tal vez el hecho más aberrante de todo ese dossier haya sido la muerte de los tres adolescentes asesinados de la forma más vil y cobarde en Escobar y la consabida desaparición del valiente periodista Tilo Wehner que denunció el hecho. Ahora esos actos de ferocidad tan perversos parecerían ser nada más que un dato para las estadísticas. Pero hay que detenerse un poco y pensar por lo menos en el rostro de esos tres chicos que jugaban al metegol y lo que habrán sentido al recibir la muerte apenas nacidos a la juventud. Todo gracias a la leydel “disparo primero y luego pregunto”. Y gracias al partido del señor De la Rúa, las tierras argentinas pasaron a ser paraísos para desaparecedores, torturadores y ladrones obedientes y debidos. Patti pudo sonreír contento y darse a sí mismo una palmada en el traste de pura alegría cuando la bancada radical dio el “benditos sean” a verdugos tan degradados. Algo que la historia jamás olvidará ni perdonará.Por supuesto, el subcomisario Patti públicamente se dijo defensor de la vida y por eso dio una opinión que está de moda: “estoy contra el aborto”. No podía ser de otra manera. Y más estando de elecciones. Cuando queda bien decir que el aborto “no es tema para períodos preelectorales”. A pesar de que las estadísticas señalan que diariamente muere una mujer argentina por causa de abortos ilegales. Pero claro, la verdad es que son todas mujeres del pobrerío. Hay que “defender la vida” tal como lo proclama Wojtyla, ya que siempre hay tiempo después cuando esos hijos del pobrerío, a los trece o catorce años, empiezan a robar. Es simple: emplear el gatillo fácil y asunto terminado. Aborto, no; gatillo fácil, sí. Nuestra fórmula argentina, ya está. Una moral redonda. Dios, en su infinita misericordia, tiene un rinconcito para nosotros los argentinos, que creemos tanto en San Cayetano, la Virgencita de Luján y monseñor Rubiolo, nuestro obispo por la gracia del Señor.Pero debemos comprender que todas las sociedades tuvieron sus verdugos. Los que tienen el poder los utilizaron siempre para poner en vereda a díscolos y subversivos. Se los quemaba vivos, se los descuartizaba. La Iglesia inquisitorial nos enseñó a hacerlo ante la menor sospecha: se los ponía en el potro, se los tiraba con cuatro caballos de piernas y brazos, o se los hacía desaparecer, como hicimos los argentinos de bien, llegado el momento.Las sociedades tenían verdugos pero los despreciaban. Nosotros los votamos a intendentes y si tenemos suerte los hacemos gobernadores, con ayuda de Rattin, Rabanaque Caballero y Fernando Siro (qué trío, con Patti en el corazón). Los romanos llamaban carnifex a su verdugo, que era un esclavo que dependía del Estado. Pero no se le permitía vivir en el perímetro de la ciudad ni entrar ni al foro ni al templo. (Aquí, Patti va a misa a la iglesia que se le canta y es recibido por amabilísimos párrocos.) Los verdugos romanos debían llevar un uniforme llamativo y una campanita que avisaba al desprevenido ciudadano que llegaba el sujeto deleznable. Hasta la sepultura en el cementerio se les negaba. Nosotros, somos más educados, los votamos para que nos manden.En la Edad Media, los verdugos debían –en los templos– sentarse en la última fila (aquí comulgan en primera fila). En las posadas, los verdugos sólo podían entrar si todos y cada uno de los parroquianos lo permitía. Se le prohibía a él y a sus hijos ejercer otra profesión. Sus hijas sólo podían casarse con verdugos. Si su mujer sentía los dolores de parto, todas las parteras se negaban a asistirla. Cuando morían, los cadáveres de los verdugos eran llevados por los mendigos hasta la tumba, para lo cual la viuda debía pagar. Casi siempre, en la Edad Media, el verdugo era además el encargado de la vigilancia de las prostitutas y, por ende, su explotador. (Bueno, aquí, las policías siguen con esta tradición aunque le agregan una doble de muzzarella.) En la Alemania medieval los verdugos uniformados debían también en su tiempo libre vaciar las cloacas y juntar la basura. El calificativo tal vez más exacto pertenece a la ciudad alemana de Augsburg, donde el verdugo de turno era denominado “Der Hurensohn”, que traducido al español por los mejores intérpretes de la lengua quiere decir “El hijo de puta”.En Ramallo hemos podido ver la consecuencia del gatillo fácil. En un reportaje televisivo Patti expresó lo que luego sucedería: “Paciencia pero no dejar escapar a ninguno”. Que más podemos agregar. Sólo que ojalá los ciudadanos democráticos le peguen a Patti una patada en el traste pero con la ética y la palabra.

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