¿Alguien se puede
imaginar que una ciudad alemana estuviera gobernada por un guardián de Auschwitz o un
torturador de la Gestapo? Más aún, ¿alguien podría imaginarse que ese guardián de
Auschwitz o ese asesino de la Gestapo hubiese sido elegido por los habitantes de la propia
ciudad para que la gobernara? Tal vez un novelista de best-sellers podría imaginarse una
cosa así, pero, claro, el protagonista por lo menos habría cambiado de identidad antes
de reiniciar su vida con un puesto político después de haber ejercido el cargo de
verdugo.En nuestro querido país esto no sólo es posible sino mucho más. La realidad
tiene una imaginación que supera en cuotas exuberantes al
legítimo realismo mágico caribeño. Aquí no sólo se lo elige por voto al verdugo, sino
que justamente se lo elige por eso, por su calidad de verdugo, y además sin disimulos,
con su legítimo nombre y apellido. Vienen azorados periodistas extranjeros a preguntar si
esto es cierto en tierras del Plata. Sí, sí señor, es cierto. Es el milagro argentino.
A uno de esos elegidos, un verdugo mayor e implacable, le fue mal por incapaz y ladrón,
pero el capítulo Bussi quedará como el más vergonzoso de esa provincia que alguna vez
proclamó aquella independencia que lograron las almas buenas de 1816. Hay otros verdugos,
por ahí, desparramados, pero el más macarrónico es un policía, se llama Luis Patti y
es intendente de Escobar. Subcomisario. Sub. Este personaje de la subfauna argentina de la
generación del 76 tiene una teoría muy ética y cristiana: señala a quien lo
quiere oír que a los delincuentes para que confiesen hay que convencerlos a
patadas en el traste. Sí, el subcomisario Patti, intendente de Escobar por
obra y gracia de las familias bien y cristianas de esos parajes, cresta de un lumpenaje
que va de quien puede pagarse rejas para su country a quienes atravesados por la miseria
alargan la mano; el subcomisario Patti, decíamos, emplea la palabra traste
y no culo, que ya es una palabrota como diría sonriente Borges porque sus
padres le enseñaron urbanismo y es un vocablo por el cual no necesita ir al confesionario
para pedir perdón por boca sucia. Patti es un derivado de la picardía criolla hecho
sandwich para los productos globalizados de la actual moral internacional a la
mcdonalds. Lo escuché por radio cuando reconoció haber sido protagonista del
asesinato de Pereira Rossi y Cambiaso, calificados de subversivos por Patti en su típico
lenguaje aprendido cuando fue un entusiasta sirviente de la dictadura de la desaparición.
Claro, Patti calificó ese asesinato de enfrentamiento. Fue una bestial y
cobarde eliminación de dos personas que habían sido detenidas horas antes en un lugar
alejado más de cien kilómetros de donde fueron encontrados sus cuerpos. El lenguaje
empleado por Patti en el reportaje fue una de las cosas más viles y guarras que jamás
escuché en mi larga vida. Trató a sus víctimas de hombres valientes como si
todo se hubiese tratado de un duelo entre caballeros. Pillo, el hombre, perspicaz en su
canallada. Justo para ir adelante en esta sociedad. Como cuando él mismo se proclamó
defensor de la vida y que por eso se opone al aborto. Hombre de principios. Sus hazañas
con y sin uniforme fueron hace pocos días detalladas con toda precisión por Miguel
Bonasso en su nota El dossier Patti (Página/12, 12.9.99). Tal vez el hecho
más aberrante de todo ese dossier haya sido la muerte de los tres adolescentes asesinados
de la forma más vil y cobarde en Escobar y la consabida desaparición del valiente
periodista Tilo Wehner que denunció el hecho. Ahora esos actos de ferocidad tan perversos
parecerían ser nada más que un dato para las estadísticas. Pero hay que detenerse un
poco y pensar por lo menos en el rostro de esos tres chicos que jugaban al metegol y lo
que habrán sentido al recibir la muerte apenas nacidos a la juventud. Todo gracias a la
leydel disparo primero y luego pregunto. Y gracias al partido del señor De la
Rúa, las tierras argentinas pasaron a ser paraísos para desaparecedores, torturadores y
ladrones obedientes y debidos. Patti pudo sonreír contento y darse a sí mismo una
palmada en el traste de pura alegría cuando la bancada radical dio el benditos
sean a verdugos tan degradados. Algo que la historia jamás olvidará ni
perdonará.Por supuesto, el subcomisario Patti públicamente se dijo defensor de la vida y
por eso dio una opinión que está de moda: estoy contra el aborto. No podía
ser de otra manera. Y más estando de elecciones. Cuando queda bien decir que el aborto
no es tema para períodos preelectorales. A pesar de que las estadísticas
señalan que diariamente muere una mujer argentina por causa de abortos ilegales. Pero
claro, la verdad es que son todas mujeres del pobrerío. Hay que defender la
vida tal como lo proclama Wojtyla, ya que siempre hay tiempo después cuando esos
hijos del pobrerío, a los trece o catorce años, empiezan a robar. Es simple: emplear el
gatillo fácil y asunto terminado. Aborto, no; gatillo fácil, sí. Nuestra fórmula
argentina, ya está. Una moral redonda. Dios, en su infinita misericordia, tiene un
rinconcito para nosotros los argentinos, que creemos tanto en San Cayetano, la Virgencita
de Luján y monseñor Rubiolo, nuestro obispo por la gracia del Señor.Pero debemos
comprender que todas las sociedades tuvieron sus verdugos. Los que tienen el poder los
utilizaron siempre para poner en vereda a díscolos y subversivos. Se los quemaba vivos,
se los descuartizaba. La Iglesia inquisitorial nos enseñó a hacerlo ante la menor
sospecha: se los ponía en el potro, se los tiraba con cuatro caballos de piernas y
brazos, o se los hacía desaparecer, como hicimos los argentinos de bien, llegado el
momento.Las sociedades tenían verdugos pero los despreciaban. Nosotros los votamos a
intendentes y si tenemos suerte los hacemos gobernadores, con ayuda de Rattin, Rabanaque
Caballero y Fernando Siro (qué trío, con Patti en el corazón). Los romanos llamaban
carnifex a su verdugo, que era un esclavo que dependía del Estado. Pero no se le
permitía vivir en el perímetro de la ciudad ni entrar ni al foro ni al templo. (Aquí,
Patti va a misa a la iglesia que se le canta y es recibido por amabilísimos párrocos.)
Los verdugos romanos debían llevar un uniforme llamativo y una campanita que avisaba al
desprevenido ciudadano que llegaba el sujeto deleznable. Hasta la sepultura en el
cementerio se les negaba. Nosotros, somos más educados, los votamos para que nos
manden.En la Edad Media, los verdugos debían en los templos sentarse en la
última fila (aquí comulgan en primera fila). En las posadas, los verdugos sólo podían
entrar si todos y cada uno de los parroquianos lo permitía. Se le prohibía a él y a sus
hijos ejercer otra profesión. Sus hijas sólo podían casarse con verdugos. Si su mujer
sentía los dolores de parto, todas las parteras se negaban a asistirla. Cuando morían,
los cadáveres de los verdugos eran llevados por los mendigos hasta la tumba, para lo cual
la viuda debía pagar. Casi siempre, en la Edad Media, el verdugo era además el encargado
de la vigilancia de las prostitutas y, por ende, su explotador. (Bueno, aquí, las
policías siguen con esta tradición aunque le agregan una doble de muzzarella.) En la
Alemania medieval los verdugos uniformados debían también en su tiempo libre vaciar las
cloacas y juntar la basura. El calificativo tal vez más exacto pertenece a la ciudad
alemana de Augsburg, donde el verdugo de turno era denominado Der Hurensohn,
que traducido al español por los mejores intérpretes de la lengua quiere decir El
hijo de puta.En Ramallo hemos podido ver la consecuencia del gatillo fácil. En un
reportaje televisivo Patti expresó lo que luego sucedería: Paciencia pero no dejar
escapar a ninguno. Que más podemos agregar. Sólo que ojalá los ciudadanos
democráticos le peguen a Patti una patada en el traste pero con la ética y la palabra.
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