|
Por Inés Tenewicki Desde que existen los cuentos de hadas, la historia de Cenicienta recorrió un largo camino. La joven huérfana sucia de cenizas, la niña despreciada por su madrastra y hermanas, fue uno de los personajes más frecuentados por las múltiples recreaciones que se hicieron del relato tradicional, desde la literatura fantástica hasta la danza clásica. En el caso de la primera obra infantil del coreógrafo Yamil Ostrovsky, que se presenta en la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, se trata de una versión cómica de teatro-danza en la que se mezclan diferentes registros y planos de la narración. Por un lado, el lenguaje verbal, en boca de los dos actores responsables de contar el cuento, a través de un tratamiento humorístico que apela continuamente a la parodia del mundo remoto y maravilloso de las hadas. Por otro, el código de la danza, a cargo de cinco bailarines (algunos estudiantes de danza avanzados) que, en acentuado contraste con el resto del elenco, no hablan en ningún momento durante el espectáculo y se limitan a bailar las coreografías con música de Bach, Haendel, Prokofiev y Purcell. En el rol de narrador, rey y mensajero, el actor Alejandro Canuch resulta ser .-más aún que la pobre Cenicienta el protagonista de esta versión cómica, en tono de Comedia del Arte, de La Cenicienta. Su voz es la que va estructurando el relato, y su mirada pícara y distanciada del universo fantástico va configurando un cuento diferente, casi un comentario paródico del cuento original. Además de metamorfosearse en distintos roles sin necesidad de apelar a ningún mecanismo de ocultamiento, ni siquiera de disimulo, este personaje múltiple .-que se pone y se saca la corona según represente o no al rey, al mensajero o al relator resulta clave en la concepción de esta obra completamente jugada a un humor en el estilo de Pepe Biondi. Durante las intervenciones de Canuch se suceden los chistes, las burlas a la televisión, los guiños de complicidad con el adulto o el pibe piola. Como el gag en el que reproduce algunas frases típicas del programa televisivo Sorpresa y media, o cuando se ríe de algún caballito de batalla de la propaganda política de estos días. O de sí mismo, cuando su costado payasesco destaca sus errores y se convierte en el hazmerreír de su propio ridículo. El contrapunto con Canuch está a cargo de Ilana Faust, un hada pelirroja con innegable tendencia a la comicidad, aunque en algunos momentos esta tendencia no alcanza para conseguir los efectos perseguidos. En cuanto a los bailarines, se destaca Ana Victoria Iommi (egresada del Taller de Danza del Teatro San Martín), en el rol de una Cenicienta que, en lugar del típico zapatito de cristal, pierde una zapatilla de punta. En definitiva, se trata de una propuesta interesante y atractiva para el público infantil: la de acercar a los chicos el arte de la danza, a través de un espectáculo coreográfico que despliega una estética variada, amplia y heterogénea; desde el rock hasta la danza clásica, pasando por pequeñas coreografías de jazz, salsa o tango. Sin embargo, hay que advertir al público que la mezcla de lenguajes resulta en un tratamiento que noprofundiza en ninguno. Si uno espera que el lenguaje de los cuerpos al compás de la música sea elocuente por sí mismo, se encontrará con que los cuadros coreográficos no son autosuficientes, sino que se subordinan al relato del narrador y entonces el espectador se quedará, probablemente, con las ganas de ver más danza. Quizá se le pueda cuestionar a La Cenicienta de Ostrovsky que apele a un relato paralelo para traducir los acontecimientos que la danza sería capaz de contar por sí sola. Posiblemente, esto se deba a una búsqueda de fusión que se quedó en el camino, y que resulta en una falta de integración, o de equilibrio, entre las estéticas que conviven en la misma obra. En lugar de combinarse y fusionarse en un lenguaje nuevo, el teatro y la danza aparecen como fragmentos separados de obras diferentes, en una especie de quiebre formal demasiado abrupto. También es posible que de algún modo se le haya querido facilitar la comprensión de la obra a la platea infantil, echando mano al conocido recurso de las palabras como puente de comunicación. Una prevención exagerada, que no rinde justo tributo a la receptividad artística de los chicos.
|