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Por Fernando DAddario En el disco más reciente de Rodolfo Mederos, Eterno Buenos Aires, hay ciertas claves que permiten entender qué pasó con el tango en las últimas décadas pero, fundamentalmente, se perciben códigos que definen al propio músico. Entre esquirlas de un pasado ecléctico y en algún punto-contradictorio, Mederos busca una salida musical. Y lo hace con honestidad. Cuando hace convivir la fidelísima versión de La yumba o Romance de barrio con El otro camino, está hablando de sus propias dudas y, también, de la necesidad de poner un pie en el pasado para imaginar un futuro que le escape al estereotipo de la vanguardia. Ex integrante de la orquesta de Pugliese y fundador del grupo Generación 0 (por citar, así, en forma arbitraria, solo un par de momentos trascendentes en su carrera, dos hitos aparentemente antagónicos que terminan complementándose), Mederos asegura, en una entrevista concedida a Página/12, que su participación en el film de Hugo Santiago Las veredas de Saturno (estrenada en 1986 y cuya banda de sonido será editada próximamente), fue una experiencia que cambió mi timón. Volví a recuperar el tango, haciendo una música que recuperaba a Arolas pero con un espíritu de auténtica ruptura. Comprobé que lo que venía haciendo, bajo la apariencia de la vanguardia, estaba cercano a la vulgarización. Estos conflictos, canalizados en buena música ciudadana, serán expuestos esta noche y el sábado que viene en La Trastienda. En su casona del barrio Constitución hay un cuadro gigante con un árbol genealógico de la música clásica universal. Acá falta el tango, dice, y la entrevista dispara entonces hacia una exposición en la que Mederos ofrece su visión sobre la entidad y la identidad tangueras: Si tuviéramos que hacer el árbol genealógico del tango seguro que tendríamos problemas, pero seguro sería un desprendimiento de la música clásica. Hay ingredientes teóricos que perduraron, líneas melódicas, escalaturas, estructuras rítmicas. Hay tangos que si se los escucha bien son sonatas que no se desarrollaron en sinfonías. Si Beethoven hubiese nacido en Buenos Aires, la décima sinfonía habría sido un tango. El tango vive una revalorización en los últimos tiempos. ¿Dónde permanece, según su criterio, una mirada peyorativa sobre el género? Desde cierto pedestal erudito hay quienes beben de la fuente del tango para rescatar sólo el costado pecaminoso, orillero, como diciendo, bueno, ya sabemos qué es música popular.... Esa expresión tan común, pretendidamente elogiosa, Al Colón... es injusta, porque en realidad hay mucha música popular que no necesita ir al Colón. Es el Colón. Lo que pasa es que en este país la música no es sólo la música, sino los terciopelos y los salones que la rodean. ¿Con esta tipificación de música clásica de Buenos Aires no se corre el riesgo de institucionalizarla como una lujosa pieza de museo? Me resulta interesante pensar en eso. Puede ser. Creo que la música, digamos, académica está hecha y se mueve bajo un formato que implica estaticidad. Cuanto más fiel al original es una pieza, más virtuosa es. Esto implica también cierta domesticación. En el tango, en cambio, se desarrolló una manera de ser en directores, intérpretes e inclusive en el público, que si no cambia, no funciona. ¿Cuántas versiones escuchaste de La cumparsita? Bueno, no hay ninguna igual a otra. Esto puede ser una virtud o un defecto, pero allí está la diferencia: en lo clásico está toda la información. El tango relativiza la información, la entrega en forma incompleta, y cada músico la adecua según la época y según su sensibilidad. De esto se desprende que los movimientos de cambio surgen de la música popular y no de la académica. Lo suyo es casi una militancia... Sí. Es que por momentos me siento como un militante del tango. Creo que es una buena militancia para estos tiempos. Ya lo dijo MacedonioFernández: El tango es lo único seguro: no consulta con Europa. Es muy cierto. El tango no consulta con el FMI. Tiene intereses propios. ¿Eso tiene su precio? Sí, claro, es un costo muy alto que tenemos que pagar por no formar parte de los grandes intereses que rodean a la música. El tango es el hijo descarriado de la industria, y eso le cuesta quedar marginado de los circuitos de difusión. ¿Para usted fue más fuerte la presión del mercado o la influencia de la obra de Piazzolla? Piazzolla fue una presión muy grande para mí. Tuve que alejarme para no caer en la tentación de convertirme en un músico servil y meramente imitativo. Para eso siempre traté de escuchar distintos tipos de música. De otro modo, no hubiese podido salir. Piazzolla, Salgán, son compositores cerrados. Está ahí toda la información puesta. Piazzolla no logró crear una escuela, sino imitadores. Es más, en una postura fundamentalista diría que solo él puede tocar su música. Troilo sí dejó una escuela. En su último disco hay un tema, El hombre que sueña, dedicado al Che. No es un personaje que haya sido abordado en el tango. El tema suena como para mí sonaría su vida, con toda la intensidad, la furia, la bondad y las mezquindades de ese hombre que no conocí. No sé por qué, el tango nunca se ocupó del Che. El compromiso del tango siempre fue distinto que el del rock, quizás porque el tanguero fue más individualista. Hablaba de la injusticia, pero de la injusticia que sufría un hombre, o de la soledad, pero de su soledad. Y después había una proyección a lo universal. Pero nunca hubo un tango de barricada. Además, hubo un momento en que se desconectó de lo popular. Sí, y más allá del contexto social y político en el que evolucionó, el tango dejó de ser una cosa cotidiana para convertirse en música para conciertos. Nos daba prurito hacer tango para bailar. Piazzolla lo llevó a las salas de concierto, pero lo alejó de lo popular. Cuanto más lejos fue el tango, más se alejó de la gente. Se hizo caro, exquisito. Yo participé de esa tendencia sectaria. Hicimos música para músicos. Los jóvenes llegan con la información de Piazzolla, pero después pasan de largo y bucean en el tango de los años 20 y 30... El revisionismo es saludable si se busca en el pasado para construir, para retroalimentarse. Si del pasado sólo se toma la maqueta, entonces eso no es explorar, sino refugiarse. Y los refugios artísticos por lo general son confortables. Y para mí lo confortable es mediocre. Lo que pasa es que los jóvenes de hoy quedaron descolgados en el medio de nuestra generación y la nada, y entonces buscan hacia atrás. Cuando se encuentran con Arolas, Bardi, Filiberto, se dan cuenta de que eran tan o más vanguardistas como lo que después se proclamó como la vanguardia. Y con una desventaja: ellos no tenían antecedentes. La inventaron. Nosotros sólo recreamos lo que hicieron ellos. Escuchá El Marne. Esa es nuestra música clásica. Con un adicional: además es popular. Arolas, Troilo, Pugliese, son nuestros Brahms o Mozart. Lo que pasa es que, todavía, el tango sigue siendo una música exiliada en su propia tierra.
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