OPINION
Por Mario Wainfeld No debe haber televidente, por adicto
que sea, que haya visto todos los spots publicitarios que lanzan con envidiable
productividad el peronismo y la Alianza. Pero no hay espectador que permanezca del todo
ajeno a ese juego vertiginoso. Una propaganda alude a otra, aquella interpela a la
clientela cautiva, una tercera piropea a los cautivos del adversario. No hay ciencia
humana que pueda medir cuánto influye ese bombardeo en las decisiones finales de los
ciudadanos pero sin duda enriquece mucho su conversación cotidiana. Vistas en
perspectiva, las dos campañas ahistóricas, desprovistas de Yrigoyen, de Perón y de
cualquier otro dato de identificación y pertenencia, podrían suceder en cualquier lugar
del orbe. Virtuales al mango, transcurren en una galaxia propia. Hasta que, de pronto, la
realidad irrumpe y cambia el juego, a menudo en tono de tragedia. La ardua semana que hoy
termina y que por su intensidad parece haber empezado en el período
paleolítico produjo dos shocks de realidad: la confesión-denuncia de Zulema Yoma y
la masacre de Villa Ramallo. En términos inmediatos, gallináceos, le pegaron dos golpes
tremendos a la ya raquítica chance de Eduardo Duhalde. Mirados con un ápice de atención
aluden a problemas que tendrá que enfrentar el próximo gobierno y que trascienden
largamente al alma en pena que es hoy el candidato del peronismo.Zulema Yoma un
personaje trágico del menemismo a quien la muerte de su hijo transformó en una víctima
sui generis, pero víctima al fin de los desaguisados del poder le contó a
Página/12 que había abortado deliberadamente, con la anuencia y el apoyo del muy
cristiano, practicante y defensor de la vida, el converso (también en ese
terreno) Carlos Saúl Menem. El Presidente, un experto en la ciencia y el arte de la
desmentida, no la desmintió. No es la primera vez que su hipocresía queda patente a la
vista de todos, pero esta fue de las más crueles.Menem usa el tema para lubricar su
acercamiento a uno de los más anquilosados poderes que existen en la Argentina: la
jerarquía de la Santa Madre Iglesia de Roma, cuya versión local bendijo las armas de los
genocidas, les dio comunión y los sigue contando en su grey. Y que, poco cómoda en la
sociedad democrática, busca imponer sus criterios sobre educación, usos sexuales o
planificación familiar (ciertamente respetables y a veces loables) a todos los habitantes
del país, rictus autoritario que evoca tiempos idos.Menem, ese es su sino, sobreactúa
a veces con garbo y alegría y casi siempre con desaprensión lo que muchos de
sus colegas hacen sin estrépito. Pero no es el único que manipula un tema sensible o que
es sumiso ante los poderes fácticos. Sus compañeros duhaldistas, por ejemplo, sacaron a
relucir esta semana el issue aborto no por mandato divino sino por sugerencia
de Eduardo Cavalcanti de Mendonça, Duda para los amigos. El objetivo, dividir a la
Alianza, generarle contradicciones. La decisión fue tan chocante que la propia esposa del
gobernador Hilda Chiche González eludió participar en una conferencia de
prensa de las mujeres duhaldistas de denuncia a Graciela Fernández Meijide
por haber firmado en conjunto un proyecto de ley sobre el tema hace un lustro. A su turno,
la Alianza elige postergar el debate por razones, de tan tácticas, banales. Muchos de sus
dirigentes explican que la despenalización del aborto no debe ser un tema de
campaña pues tiende a dividir a la sociedad. Simplismo que evade asumir que la
sociedad está naturalmente dividida en este tema y en cualquiera y la finalidad de la
política es arbitrar el conflicto, no esquivarlo, ni negarlo. Y que las campañas son
momentos óptimos para el debate público. Los conflictos no asumidos en sociedades
complejas no quedan en un limbo de paz sino en declive a favor del más fuerte. La falta
de regulación de los derechos no es la panacea que pretenden liberales abstractos
distraídos de laexistencia del poder, sino una implícita apuesta a la imposición de las
reglas por el más poderoso (en este caso si nadie hace nada, todos bailan el son que
propone la Iglesia). La paz social basada en la abolición de conflictos fue bandera de
todas las dictaduras que han asolado este suelo y no debería ser un serio argumento
democrático.Otro razonamiento socorrido es que el tema no interesa a la
gente, poco consistente si se tabula que cientos de miles de mujeres argentinas
abortan cada año. Lo que se quiere expresar en puridad es que no está ranqueado entre
las principales demandas que exhiben las encuestas que son, claro, empleo, seguridad y
educación. Estirando, un poquito nomás, ese razonamiento contable podría decidirse en
que tampoco es necesario ocuparse en campaña de la industria del caucho, de cualquier
provincia chica, ni qué decir de la totalidad de los habitantes de Villa Ramallo que
representan una cifra infinitesimal de la población argentina.En suma, en función del
rédito electoral y de no zaherir al poder eclesial, unos bastardean y otros eluden un
tema grave que ciertamente -como todo es más cruel y cobra más víctimas entre los
mujeres más pobres que, a despecho de lo que digan las leyes y la Iglesia, abortan en
condiciones sórdidas y sin asepsia. Las clases sociales no existen, explican en surtidas
cátedras, pero las diferencias entre ellas se obstinan en aparecer y a veces son la
diferencia entre la vida y la muerte.Villa Ramallo Pulularon y pululan teorías
conspirativas sobre la masacre de Villa Ramallo y es prematuro desecharlas antes de que se
investigue. Sin embargo, lo que ocurrió podría ser simplemente la consecuencia natural
de cómo funcionan la Maldita Policía y más en general el poder y el Estado en nuestra
sociedad.Una descripción virgen de complots concluiría que la Bonaerense hizo lo que
siempre hace: tiró antes de preguntar, baleó a inocentes, obró con nula profesionalidad
y toda prepotencia. Y casi seguro disfrazó de suicidio la muerte del asaltante preso en
una versión estática de la clásica ley de fuga.El problema es que, por una
vez, tamaños manejos se hicieron a la vista de todos sin posibilidades de destruir
pruebas, fraguar testimonios o atribuir a los asaltantes la muerte de los rehenes que es
la forma en que se disimulan los errores y excesos de los uniformados. Como
dice con más garbo Eugenio Raúl Zaffaroni (ver página 4) se acusa a los garantistas de
sobreproteger a los delincuentes en detrimento de sus víctimas pero en Ramallo los
duros mataron más inocentes que asaltantes. Metieron bala, como pedía el
candidato peronista Carlos Ruckauf, que debería pensar en moderar más sus dichos en lo
sucesivo. Su pollo Osvaldo Lorenzo duró lo que un lirio, el único mérito de su gestión
es haber dejado vacante su juzgado aunque tal vez haya estado ahí cuando se produjo la
balacera. En el lugar de los hechos, brillaba por su ausencia.A Eduardo Duhalde la mejor
policía del mundo le ha sido un salvavidas de plomo peor que Alberto Pierri multiplicado
por Osvaldo Mércuri. Las encuestas incluidas las de Analogías (ver página
17) pre Ramallo demostraban que ya Fernando de la Rúa pasa el 45 por ciento y si
las elecciones fueran hoy ganaría en la primera vuelta. Nada indica que tras esta semana
le vaya a ir mejor.Intensos rumores rondaban ayer las tiendas de duhaldistas y
aliancistas. Se llegó a hablar de la renuncia del gobernador a su candidatura
presidencial, una hipótesis casi descabellada, pero expresiva del estado de ánimo que
cunde en derredor de Duhalde. Su gente hasta habla de mala suerte porque el
avión de LAPA se estrelló cuando Duda había inventado lajugada de la concertación,
Zulema emergió para abortar otra operación y Ramallo pasó justo ahora. Es
más sensato pensar que el candidato (y antes que él su partido) cosecha su siembra.
Zulema no lo hubiera herido tanto si él no hubiera optado por acercarse a Menem en el
tramo final de la campaña y se hubiese travestido detrás de una de las banderas más
hipócritas de su compañeroenemigo. Y el descontrol, factor común entre el accidente
aéreo y la masacre policial, no brotó de gajo: es secuela de una política de
desregulación salvaje, desmantelamiento del Estado, corrupción y debilitamiento de sus
cuadros, que alumbró el modelo. Sumado, en el caso de la Bonaerense, a una
serie de transas entre poder político y los uniformados que se traduce en total
ineptitud. Para muestra basta un botón: Lorenzo.Los duros mataron inocentes y
fueron en el mejor de los casos perversamente incompetentes, recuperando en
democracia la tradición castrense de Leopoldo Fortunato Galtieri. En democracia las
herramientas son más sutiles y arduas, los controles más estrechos, y no basta con
vociferar y sacar patente de guapo. Que lo diga si no Antonio Domingo Bussi que, con su
partido fracturado y derrotado en las elecciones, se apresta para pasar a cuarteles de
invierno, desprestigiado por su fracaso como gobernante y acorralado por sus delitos por
las justicias española y argentina. Es mucho menos de lo que se merece pero, quién sabe,
posiblemente sea más de lo que pueda soportar.
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