Por C. A. Desde Villa Ramallo Un cortejo de autos negros y
azul oscuro fue formándose frente a la casa de la calle Ginocchio, muy cerca de esa
esquina donde ayer todavía quedaba una brutal mancha de sangre pegada al alquitrán y
cubierta de vidrios molidos. El funeral del contador Carlos Santillán reunió, a media
mañana de ayer, a un modesto grupo de vecinos, a sus compañeros del Banco Nación, a y
su esposa Liliana junto a sus dos hijos. Los adolescentes, inmutables como su madre,
caminaron alejados de las opiniones y de las altisonancias hasta el lugar donde
provisoriamente dejaron el cuerpo, antes de que hoy sea llevado al otro pequeño pueblo
cordobés, de donde es la familia Santillán.
Habían llegado a Villa Ramallo hacía unos ocho meses. Y entre las caminatas y las
bicicleteadas a las que están acostumbrados los lugareños, fueron haciendo algunos
conocidos. Ayer era toda una corte de mujeres la que acompañaba a los deudos, en uno y
otro flanco, siempre alejados de los medios que pudieron grabar y registrarlo todo detrás
de una especie de cristal invisible. En el velorio, el viernes, las amigas de Andrea, de
21 años, hicieron las veces de custodias de la ceremonia. Apenas los cronistas insinuaron
un acercamiento, las muchachitas, todas muy menudas y recias, los alejaron hacia la vereda
de enfrente con humores cuasi belicosos.
Ayer no hubo necesidad de aclaraciones. Desde la casa de la calle Ginocchio, el cortejo
enfiló atravesando la avenida San Martín, cerca del banco donde sigue puesto ese
crespón negro que imaginaron los empleados variando apenas esa estética del duelo
nacional impuesta desde los días en que fue asesinado José Luis Cabezas, como si al paso
del tiempo, cada rubro fuera teniendo sus propios caídos. Llegando a la iglesia Cristo
Salvador, fue bajado el féretro. Y tras los muros el cura del lugar habló y bendijo. La
familia Santillán solía ir a misa los domingos a esa capilla y Liliana, la esposa del
contador, era catequista de los niños de la comunidad.
Después de unos minutos, la caravana siguió hacia el cementerio de Villa Ramallo, en las
afueras el pueblo. Es un inmenso campus, recortado por un cielo azulísimo y rodeado de
pampa sembrada. El cuerpo de Santillán fue depositado por Liliana, Andrea y Gabriel, de
18 años, en el mausoleo de la familia Panganini. Afuera, a la salida, habló Norberto
Cirielli, un hombre de barba, que sin dar datos de lo que la noche anterior fue hallado en
la bóveda del banco, dijo que el dinero que encontraron en el lugar tras tantas
especulaciones eran una cachetada moral para el país malpensado.
Lincoln salió a la calle En Lincoln, buena parte de la población salió a la calle para aplaudir el
paso de los restos de Carlos Chávez, el fallecido gerente del Banco Nación de Villa
Ramallo. Seis coches integraron el cortejo fúnebre y en uno de ellos iban los cuatro
hijos de Chávez. La esposa del ex gerente, Flora Lacave, tenía previsto venir en
silla de ruedas, porque está fracturada, pero al final se decidió que no, por su estado
de salud, informó su hermano, Juan Lacave. La mujer resultó herida durante el
trágico operativo policial del viernes.
En el velatorio había coronas de todas las sucursales cercanas del Banco de la Nación.
El sepelio fue en el cementerio de Lincoln, previo paso por la iglesia de la Inmaculada
Concepción, donde se hizo una misa. El féretro fue depositado en la bóveda
perteneciente a la familia del diputado Héctor Gatti, amigo personal de Chávez. Tanto el
gerente como su esposa son nacidos en Lincoln, donde se conocieron y se casaron.
Ella fue su primera novia, recordaban ayer los familiares. |
|