|
Por Gabriel Alejandro Uriarte Si la tradición garantizara la victoria militar, el ejército australiano sería siempre invencible. Desde su origen como una milicia imperial al comienzo del siglo, hasta su participación en Vietnam y Malasia, las tropas australianas fueron universalmente bien estimadas y alabadas. El marsical alemán Erwin Rommel los puso justo debajo de los neocelandeses como las mejores tropas contra las cuales se había enfrentado, y en la guerra de Corea los dos batallones que participaron fueron descriptos como excepcionalmente buenos. El ejército australiano hizo una transición relativamente indolora al contrario, por ejemplo, de Estados Unidos de estar preparado para una guerra mundial a poder participar efectivamente de una guerra limitada como la de Corea o Malasia. Es en este proceso que pueden destilarse las cualidades constantes del soldado australiano. Las divisiones británicas sufren varias dificultades, no tienen el espíritu de cuerpo de las tropas australianas. Esta admisión del historiador británico James Edmonds ilustra lo que más impactó a los observadores de los soldados australianos durante su primera intervención militar a gran escala: la Primera Guerra Mundial, donde su bautismo de fuego fue la campaña de Gallipoli, popularizada por el film del mismo nombre del director australiano Peter Weir. El historiador John Keegan alabó retrospectivamente su arrojo e individualismo, mientras que un oficial alemán capturado afirmó que no son soldados, son locos. Denis Winter consideró que la calidad de las tropas australianas, y las del resto de los dominios británicos, podía juzgarse por el hecho de que cuando había que tomar una posición particularmente bien defendida, las tropas inglesas eran hechas a un lado y se utilizaba a los coloniales. Su uso reiterado como fuerzas de choque despertó sospechas en el gobierno australiano de que los generales británicos eran más generosos con la sangre colonial que con la británica, por lo que afianzaron su control sobre sus fuerzas expedicionarias. Durante la Segunda Guerra Mundial, los australianos recibieron opiniones igualmente favorables. Además de lo que dijo Rommel, durante el primer asedio a Tobruk en el Norte de Africa, los australianos fueron los primeros en imitar exitosamente la práctica antitanques de Alemania. En un sector que era percibido como vital para la seguridad de su país, las tropas australianas libraron una prolongada lucha contra los japoneses en Nueva Guinea, un terreno similar al de Timor Oriental. En la guerra de Corea, el componente australiano de las fuerzas de ocupación en Japón fue enviado inmediatamente al frente y participó, como parte de la Commonwealth Division, de las operaciones en torno a Seúl después de la intervención china. En Vietnam, un batallón australiano defendió una base en la provincia de Prhuoc Tuy. Su rol fue en gran medida estático, pero su contraataque en Baria fue un factor decisivo en la derrota de la ofensiva de Tet en su área de operaciones. La actuación de las tropas australianas en la salvaje guerra de la paz en Malasia como el historiador británico Alistair Horne dijo sobre la guerra de Argelia, citando a Rudyard Kipling fue especialmente importante en 1964, cuando chocaron contra guerrilleros indonesios infiltrados en el territorio de la Federación Malaya. A grandes rasgos, las numerosas explicaciones sobre esta actuación militar uniformemente excelente caen dentro de dos corrientes: una nacionalista y la otra técnica. La versión nacionalista se basa en las cualidades bélicas desarrolladas por el pueblo australiano durante su asentamiento en un continente agreste y semisalvaje. El granjero de frontera, bien versado en el uso de su rifle y en la vida a campo abierto, naturalmente se transformó en un soldado excepcional cuando fue puesto en uniforme. Esta versión tuvo especial popularidad en Gran Bretaña después de la Primera Guerra donde Cyrill Falls, uno de sus historiadores oficiales, confesó que nuestro ejército fue el mejor disciplinado y elmenos efectivo y varios militares británicos compararon favorablemente a los granjeros australianos con los hombres de ciudad que formaron la mayor parte del ejército británico durante el conflicto. Pero el historiador oficial australiano Charles Bean rechazó esta versión, señalando que gran parte de los soldados australianos provenía de las ciudades. Cualesquiera que fueran las influencias de la frontera en el desarrollo del carácter nacional australiano concluyó, la razón puntual debía buscarse en otro lugar. Bean eligió destacar el entrenamiento de los soldados australianos. Su argumento se limitó al entrenamiento durante al Primera Guerra, pero para comprender por qué unidades australianas con relativamente poca experiencia combatieron tan bien, se puede señalar el contexto en el cual se formó el ejército australiano. Una prioridad relativamente baja para la Royal Navy, Australia nunca tuvo una barrera naval que le garantizara su seguridad contra una invasión extranjera. Por tanto, no podía darse el lujo, como en Gran Bretaña, de dejar que sus cuerpos de milicia y de reserva decayeran en eficiencia. Desde sus inicios, la totalidad de los hombres de edad militar fueron incorporados en la milicia, que pasó a formar el ejército en tiempos de guerra. En consecuencia, los militares australianos se volvieron muy eficaces en la tarea de transformar a un gran número de civiles en soldados en relativamente poco tiempo, aun luego de que se aboliera la conscripción. Esta ausencia de un abismo entre el ejército regular y las fuerzas de reserva (como existía en diferentes grados en Francia y Gran Bretaña hasta antes de la Segunda Guerra Mundial) podría haber sido esencial además para la formación del espíritu de cuerpo, esa elusiva pero vital cualidad militar, aún en unidades integradas puramente por conscriptos. A estas explicaciones militares hay que agregar una de tipo político. Los sucesivos gobiernos australianos tuvieron en la mayoría de los casos una idea clara del motivo por el cual estaban combatiendo, y las fuerzas armadas se abocaron a la ejecución de esas prioridades políticas por los otros medios de Clausewitz. Aunque usualmente está oculto por la pequeñez del Estado australiano, la comunión y coordinación entre el poder civil y el militar en Australia ha sido una notable característica de su historia bélica. Las prioridades cambiaron en detalle (de la lealtad imperial de principios de siglo a las consideraciones de seguridad regional durante Vietnam y Malasia), pero de una manera u otra siempre respondieron a la misión que el renombrado general australiano John Monash identificó como la propia: Que el horror de la guerra nunca llegue a Australia.
|