Por Luciano Monteagudo Desde Toronto Lo llaman The Bedroom Rapist
(El violador del dormitorio), y su ominoso identikit comparte la tapa de todos
los diarios locales con los rostros sonrientes de Robin Williams y Catherine Deneuve,
recién llegados al Festival de Toronto para animar sus días finales. En una ciudad
habitualmente tranquila y silenciosa, en la cual suele reinar la armonía y el orden
siempre parece imperturbable, la fulgurante aparición de este violador nocturno, que
asalta en sus dormitorios a adolescentes y ancianas por igual (una mujer de 75 años fue
atacada en la cama matrimonial, con su esposo a su lado) está provocando toda una
psicosis colectiva. Viviendo con miedo, titula a tres columnas el Toronto
Star, en su primera plana. El monstruo de la puerta de al lado, lo califica a
su vez el National Post, mientras intenta equilibrar su portada con una foto de Mme.
Deneuve, bajo la cual se lee, un tanto previsiblemente: Belle de soir. No se
puede decir lo mismo del sujeto al que busca toda la policía de Toronto. Sus facciones
monstruosas como todos los identikits, reconstruidas de fragmentos de múltiples
testimonios, a la manera de un Frankenstein oral se enfrentan a toda página a los
lectores del sensacionalista Toronto Sun. ¿Ha visto usted a este hombre?,
inquiere el título, en cuerpo catástrofe. La realidad, en Toronto, parece estos días
una mala película de terror.No es el caso de Felicias Journey, la nueva incursión
del canadiense Atom Egoyan por el lado oscuro de la luna. Habitante ilustre de Toronto, el
director de Exótica y El dulce más allá dos films que ya daban cuenta de su
sombría visión del mundo inauguró el festival diez días atrás con este film que
ahora adquierte características premonitorias y que, a pesar de no estar ambientado en
Canadá, parece hablarle al más profundo subconsciente de la ciudad. Sucede que El viaje
de Felicia es el retrato en la intimidad de un asesino serial, los trabajos y los días de
un hombre aparentemente común (estupendamente interpretado por el gran actor inglés Bob
Hoskins), de quien poco a poco se va infiriendo su modo tan particular de relacionarse con
sus semejantes. El es, como diría el National Post, el monstruo de la puerta de al lado,
el vecino amable y retraído, capaz de ganarse el respeto y la admiración de sus
subordinados en su trabajo y de ayudar a una adolescente en desgracia, antes de empezar a
mirarla con otros ojos, más ambiguos, más inquietantes.Todo en Felicias Journey
remite a las estructuras y la imaginería de los cuentos de hadas y los relatos
infantiles, empezando por el paisaje industrial de Birmingham, con sus chimeneas infinitas
y sus enormes silos, que parecen los hongos gigantes de un extraño bosque de cemento, un
bosque plagado de peligros. Un bosque en el que se interna inadvertidamente una niña
inocente, apenas con una mochila roja en sus manos, como si se tratara de la canasta de
Caperucita. Tal como lo expone la puesta en escena de Egoyan, Bob Hoskins es al mismo
tiempo el ogro de su solitario castillo la vieja casona que heredó de una madre
abrumadora, la bruja que cuando él era niño preparaba en la cocina sus pociones
mágicas y el temible Barbazul, que guarda sus secretos detrás de una puerta
celosamente cerrada con llaves y candados, y que la pobre Felicia (la debutante Elaine
Cassidy, una revelación) tiene la malhadada idea de intentar abrir. El film de Egoyan
hace un poco eso mismo: arriesgarse a espiar, asomar la nariz, indagar en las grietas que
a veces se abren aun en la más tersa realidad.
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