Carlos
Ruckauf tiene en este mismo planeta un país ideal, donde realmente sería feliz y se
sentiría realizado: Sudáfrica. La nación que gobernó Mandela vive una grave, muy grave
crisis de criminalidad que ya le permitió monopolizar varios records. El vicepresidente y
candidato a gobernador bonaerense seguramente se interesará en saber que Sudáfrica tiene
la mayor tasa de asesinatos per cápita del mundo, la mayor de justicia por mano propia y
una de las mayores (el título se discute seriamente con lugares espeluznantes como
Indonesia) de detenidos muertos bajo custodia policial.
Como se verá, hay zonas de Sudáfrica que ya
están como Ruckauf afirma que está la provincia que aspira a gobernar, y las fuerzas de
seguridad de esas zonas ya aplican la agenda del candidato.
Lo que le alegrará saber al político de la
sonrisa es que su filosofía de mano dura también se privatizó entre los sudafricanos y
está resultando un excelente negocio. En Sudáfrica se puede contratar un escuadrón de
la muerte privado. Y hasta le dan al cliente un vistoso adhesivo para poner en el frente
de la casa y en el auto, como advertencia a los ladrones.
Nada mal.
La mayor empresa del rubro tiene el sonoro
nombre de Mapogo a Mathamaga, que quiere decir "los colores del leopardo". Su
dueño es John Magolego, un empresario dueño de un impresionante BMW que decidió, en
1996, hacer justicia por mano propia. Es que sus negocios estaban siendo afectados por la
inseguridad.
Imbuido de la filosofía de la mano dura,
Magolego comenzó a ofrecer sus servicios a los demás, cobrando una suscripción de unos
120 dólares y una moderada cuota mensual. En el primer año de operaciones, una
comisaría recibió un "aporte" de los Leopardos: los cuerpos destrozados de
ocho sospechosos. Los habían molido a palos y cortado a latigazos. Dos murieron en cosa
de horas, los demás no volverían a caminar. La investigación por asesinato y tortura
naufragó. No hubo testigos.
Magolego, desde entonces, vendió sus
servicios a 35.000 clientes en cuatro provincias sudafricanas. Las presas de sus Leopardos
ya son centenares y las técnicas se refinaron: además de golpearlos y azotarlos, los
arrastran con autos y, detalle seguramente pintoresco, los cuelgan de los pies sobre ríos
llenos de cocodrilos. Los procesos contra el empresario se apilan, pero su creciente
fortuna le permite contratar los mejores abogados. Muchos sudafricanos notaron que los
Leopardos no piden pruebas, sólo acusaciones, y usan el servicio para librarse de
rivales, novias infieles o gente que les cae mal.
¿Qué dice Magolego cuando se le recuerda la
necesidad de la ley, de los derechos individuales? El empresario lleva la lógica Ruckauf
a su conclusión natural: "Lo importante es detener el crimen, como sea. Nos acusan,
pero este año ningún empresario decente murió".
Y lo mejor, señor vicepresidente, es que esta tierra de la
felicidad recibe inmigrantes sin mayores trámites. |