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Por Sergio Moreno --¿Cómo llegó al radicalismo? --Tenía 15 años cuando empecé a militar, y me afilié para la campaña del '63. Escuché a Illia en el Teatro Roma de Santa Fe. Don Arturo durmió a casi todos, pero yo salí cautivado con la profundidad de las cosas que decía y con la sencillez de cómo las decía. Tal vez ahí descubrí el secreto de por qué decía cosas profundas de la manera más sencilla. Sostenía que la vida en general y la política en particular eran de por sí lo suficientemente complejas como para cometer la torpeza de tratar de expresarse de manera compleja. Yo venía de una militancia secundaria, eso me llevó a formar una agrupación en la universidad. Primero en Santa Fe, después en Buenos Aires y Córdoba, Tucumán, La Plata. Los primeros intentos de armar algo en La Plata fueron con un amigo que ya no está vivo, que acababa de egresar cuando lo fui a buscar... --Sergio Karacachoff, asesinado por la Triple A. --Era el ruso Karacachoff, que me hizo los primeros contactos en esa ciudad, y ahí se fue armando toda una estructura en la universidad. Después se va estructurando la Franja Morada, que no nació como Franja, en la primera época cada agrupación tenía un nombre diferente. La primera agrupación se constituye en Derecho, en donde ganamos el centro en 1965, y desde entonces no perdimos más en esa facultad. En el '65 también se conforma el Movimiento Nacional de Juventud Radical, cuyos restos en el año '68 posibilitan la fundación de la Junta Coordinadora Nacional. --La fundación de la Coordinadora fue en Setúbal, Santa Fe. ¿Cómo fue? --El proceso de Setúbal fue una necesidad de reagrupar jóvenes en un partido que en ese entonces casi no los tenía, para poner una antinomia en un lugar diferente del que en ese entonces había. A principios del '60, la antinomia era peronismo versus liberalismo. Entonces salir a romper con esa falsa antinomia y tratar de poner sobre el tablero "pueblo/antipueblo" en su momento levantó polvareda. --Los jóvenes radicales de fines de los 60 estaban en un partido que habían apoyado al golpe del '55 y con el gobierno de Illia habían participado de una elección en la que el peronismo estaba proscrito. --Y simultáneamente el peronismo venía de apoyar cuanto golpe de Estado podía aparecer en el camino. Había una falsa antinomia en la sociedad: la Argentina no tenía destino si no se reubicaban las piezas. Creemos que la idea fundacional dejó su secuela, en líneas generales positiva. Simultáneamente se trabajaba en armar agrupaciones universitarias tratando de ganar la FUA. Después del año 1963 se crea una Mesa Nacional de la Franja, y la Franja empieza a aparecer como una cosa con un perfil más propio, más individual. Pero ante todo el proceso de construcción de la Franja, la conducción nacional del sector universitario y del sector juvenil, recaía en la Coordinadora Nacional. --¿Cómo era hacer un planteo, si se quiere, rupturista en un partido presidido por Ricardo Balbín? --Nunca existió el deseo de generar cisma. Pensábamos que el partido no sólo tenía toda una historia vinculada con lo nacional, a lo popular, que era realmente de peso, sino además, tenía algunas cosas que a nos encantaban. A diferencia de otros partidos, el radicalismo no sólo se planteaba los fines, sino también hacía mucho hincapié en los medios para conseguir esos fines. El radicalismo tenía una percepción ética y moral de la política muy fuerte y muy arraigada. Estas cosas despertaban no sé si pasiones, pero por lo menos un reconocimiento dentro de las mentes juveniles de aquel entonces. Se recaló en la política, en la Unión Cívica Radical, por todas estas cosas. --Por entonces cobraba fuerza el proceso de izquierdización de la juventud, por una parte, y por otra la concepción de la salida armada. --Era muy complejo en ese entonces plantear elecciones libres sin proscripciones del justicialismo, cuando una buena parte de la juventud seguía el olor de la pólvora, y cuando una buena parte de la sociedad y no particularmente del partido nos veía como zurdos o como cosa rara. Eramos medio una mortadela del sandwich. Esa época, de fácil no tuvo nada. --¿Cómo era mantener esa posición cuando el peronismo estaba proscrito, se creía en una salida revolucionaria, y no en la democracia? --Era muy duro, porque eso llevaba a veces hasta enfrentamientos físicos. Uno, manteniendo la individualidad y las diferencias, trataba de lograr denominadores comunes que permitieran un enfrentamiento más compacto al gobierno militar de ese entonces. Hubo intentos buenos, como el de las juventudes políticas. Las diferencias hicieron que, por una decisión política, nos retiráramos de una reunión que fue muy dura, había más de un revólver arriba de la mesa. De vez en cuando aparece algo que te reconforta de la militancia de esa época. Me encontré hace un año y medio con una chica. Me dio un beso y me dijo: "Vos probablemente no me ubiqués, pero yo era de la facultad tal, de la época tal, y me estaba por meter en tal cosa, y por vos no me metí en tal cosa. Y tal vez por vos ahora estoy viva". De vez en cuando te sucede una cosa así que te hace pensar que las cosas por las cuales uno luchó y en las que uno ha creído y cree dejaron sus cosas. --¿Cuándo se produjo el acercamiento a Raúl Alfonsín? --Por el '71 o '72. Raúl presidente y del comité de la provincia de Buenos Aires en ese entonces, y viajamos a Chascomús para tomar pautas globales, y bueno, hubo un buen feeling desde el principio. --¿Los deslumbró o fue algo más racional? --Fue algo más racional. Yo le diría que --por lo menos en lo personal-- el Viejo a uno lo iba deslumbrando. Uno lo iba amando con el correr del tiempo, con sus aciertos y sus errores. Fue el tiempo que frente a uno lo fue desnudando como un ser excepcional, de esos que realmente le ponen pasión a todo y juegan el todo a partir de una muy profunda convicción. --¿Era muy fuerte el contraste entre Alfonsín y Balbín? --Era. En un primer momento no tan fuerte porque Raúl le tenía un profundo cariño, respeto y admiración a don Ricardo. Respeto y admiración que con el correr de los años yo también le empecé a tener, a pesar de haber tenido en su momento múltiples cortocircuitos con don Ricardo. --Las diferencias eran claras con respecto de la salida democrática de los 70, a las distintas posiciones sobre el diálogo con los militares y en relación con el peronismo... --Son las diferencias que uno marcaba hace tiempo, y que nos ponían los pelos de punta. Pero don Ricardo tenía valores muy arraigados y muy valiosos. Respetaba a la gente, entendía al partido como el instrumento de cambio de que disponía la sociedad. Se sentaba a la mañana en el Comité Nacional y hasta que no se iba el último él no se movía. Una vez estaba en el Comité Nacional y se me ocurrió hablar con él. Pensé que no me iba a recibir. Estaba lleno de gente. El secretario me dijo que tuviera paciencia. Me recibió con una gran atención, no compartía lo que yo planteaba, pero tuvo la actitud de recibirme, de escucharme aun en la discrepancia. Cuando me fui le dije que me llamaba la atención que me hubiera recibido sin tener audiencia. Me dice: "Pero usted es un dirigente del interior, y ha hecho muchos kilómetros para llegar acá. ¿Cómo no lo voy a recibir?". Me dejó bastante acomodado. Tenía mucho oficio. --¿Cómo vivieron en la Coordinadora el triunfo de Cámpora en el '73? --Era una época donde lo que tocaba Perón ganaba. Lo vimos como un hecho normal. Había determinada resignación (risas). Luego de Cámpora vino la vuelta de Perón, y con la vuelta de Perón vino lo de Ezeiza, que había trascendido a los políticos del peronismo: mucha gente --que conozco-- había ido a ver el show, no tenía nada que ver con el peronismo y salió en cuatro patas en medio de los balazos. --Ezeiza fue el inicio del fin de una primavera democrática del '70, pero la violencia ya estaba instalada... --Sí, de eso no cabe duda. Nosotros arrastramos una lamentable práctica de violencia en la política, que por suerte llegó a su ocaso. La violencia no tiene retorno en el país. En aquella época nos faltaba un tiempo de práctica y prédica democrática. Teníamos que madurar un poco, y madurar en los mismos errores que se cometieron, para mi gusto demasiados. --¿La muerte de Perón lo hizo presagiar el fin del ciclo democrático o todavía no estaba todo dicho? --No, lo que me hizo presagiar una posibilidad de mejor chance para la democracia no fue la muerte de Perón, si no fueron sus prolegómenos. Fue esa suerte de recomposición a partir del acercamiento de Perón con Balbín, que era una forma de empezar a limar el odio; tal vez hoy algunas cosas pueden resultar inentendibles, pero en esa época había odio, odio de unos contra otros. Ninguna sociedad se puede desarrollar, ningún sistema democrático se puede afianzar con un clima de odio y beligerancia como el que había. Se empezaba a generar esa distensión que alcanzó su pico con el discurso de Balbín ante el féretro de Perón. --¿El golpe de Estado pudo haberse evitado? --Leyendo la historia, se dice que sí. Recuerdo que Balbín en los últimos meses hizo esfuerzos desesperados para que no se llegara al golpe; pero bueno, todo caminaba para ahí... El golpe se podría haber detenido. Lo que pasa es que desde los lugares donde se podía o se debía haber intentado detenerlo, se lo fomentaba. El tema de la Triple A, de Videla, todo eso generó las condiciones propicias. --¿Usted creía que iban a ganar en el '83? --Yo le diría que sí. De cualquier manera, se lo digo honestamente, uno en esa época, más que trabajar para ganar, trabajaba con la alegría de hacer lo que creía que tenía que hacer. Siempre sostuve que el '83 es una confluencia de elementos que posibilitaron el advenimiento de Alfonsín a la presidencia. Las calidades de Alfonsín, la existencia de este grupo dinámico --la juventud, la Coordinadora-- y también un tercer elemento: creo que ningún partido vuelve a ganar hasta tanto no se logre una revalorización de la gestión anterior. Si Illia no hubiera sido revalorizado por la sociedad en el '83, nos hubiera faltado algo para ganar. Siguiendo este razonamiento, De la Rúa va a ganar en el '99 porque a Alfonsín, y a su gestión, se lo ha revalorizado en vida. --Ha hecho un balance positivo de lo que fue el gobierno de Alfonsín. --Tengo un balance sumamente positivo y hasta autocrítico conmigo mismo en algunas actitudes por las que me enfrenté con Alfonsín, durante su gobierno. Alfonsín tenía responsabilidades que uno no tenía y debía hacer algunas cosas que tal vez le gustaban menos de lo que a mí. --¿Se refiere al Punto Final, la Obediencia Debida? --Sí, esas leyes que yo no voté. Pero ahora lo admito. Mire, los chilenos todavía no lograron hacer lo que este hombre hizo en el '83. ¿Y cuántos años llevan ya de democracia? Todavía un estornudo de Pinochet los conmueve. Hay que entender la actitud de la persona en función de la responsabilidad que tiene. No es lo mismo el que decide para sí mismo que el que en su decisión está involucrando la vida de un conjunto de personas. Yo no tenía esa responsabilidad y entonces me pude dar el lujo de no votar ninguna de esas leyes. Ahora, la pregunta que a veces me hago es si eso era justo. --¿Qué tan cerca se estuvo de un golpe de Estado durante el gobierno de Alfonsín? --Muy cerca. En Semana Santa recuerdo haber ido a ver a Raúl a la Casa Rosada, y pasar por arriba de las bolsas de arena y las ametralladoras que estaban en la planta alta. Cada vez que pasaba un helicóptero no sabíamos si iban a bombardear. No fueron épocas fáciles. --¿El golpe estuvo más cerca de lo que se cree hoy? --Eso es obvio. Yo vi a Alfonsín por televisión en el alzamiento de La Tablada cuando fue al frente como una flecha y los balazos le picaban al lado. Es un gallego que se juega a partir de sus convicciones, que tiene dos pelotas grandes como dos sandías. --La Junta Coordinadora salió de ese proceso absolutamente demonizada. --Lo paradójico es que la Coordinadora como una mesa de discusión y decisión política había dejado de existir en el '82, por una decisión de conjunto. No podíamos salir a disputar espacios, enfrentar un proceso electoral como el que se venía en el '83, y mantener el tipo de estructura que teníamos. Resolvimos que cada uno volvía a su terruño con el compromiso de volver a juntarse. Esa imagen quedó vinculada con lo que eran las coordinadoras de los lugares donde había un centro de poder. --La Coordinadora porteña de Enrique "Coti" Nosiglia, por ejemplo. --(Silencio) La Coordinadora de la provincia de Buenos Aires y la de Capital Federal estaban mucho más cerca del centro de poder de lo que podía ser la de Tucumán, de Santa Fe o de Córdoba. Lo que trascendía era lo que se podía hacer o no en alguna de esas dos coordinadoras, pero que a partir del '82 habían pasado a ser coordinadoras regionales porque se había disuelto la conducción nacional. --¿Cómo se lleva con Nosiglia? --(Silencio) Le diría que bien, hace mucho que no lo veo. --Lo nombro a Nosiglia porque él aparece como paradigma de todo eso. Tengo la impresión de que esa demonización también tiene que ver con la imagen del Coti. --Coti era de la Coordinadora de Capital, era la que tenía acuerdos más a mano como para ocupar espacios con una habilidad que demostró tener para hacer ese tipo de cosas. --También fue uno de los artífices del Pacto de Olivos. --(Silencio) El artífice principal del Pacto fue la necesidad de evitar una nueva ruptura dentro de la sociedad. Era un problema de correlación de fuerzas y de la decisión del actual Presidente de mantenerse como fuera. Entonces, la disyuntiva era de vuelta, "yo no querría hacer esto en este momento, pero no tengo fuerzas para evitarlo, lo único que puedo hacer es dejar que todo esto se transforme en un mamarracho reeleccionista o coincidir para hacer una reforma constitucional en serio, que le ponga un tope a la reelección del presidente". Que fue lo que terminó haciendo. --Veo que está convencido de que el Pacto estuvo bien hecho. --Mire, yo no estaba de acuerdo en que ésa fuera la coyuntura propicia para la reforma constitucional, aun siendo reformista. Todos los radicales éramos reformistas: habíamos estado trabajando desde el gobierno para hacer una reforma constitucional y creíamos que tenía que hacerse. Lo que no nos satisfacía era el marco donde se iba a dar la reforma, no nos daba las garantías suficientes. Alfonsín actuó sin estar de acuerdo con hacer la reforma en ese momento, me consta porque lo había hablado conmigo. Decía "en este momento no, porque con este cuadro no tenemos garantía de nada". Y con demoras, a los tirones, salió lo del Consejo de la Magistratura, y en el 2001 se empiezan a elegir los senadores en forma directa, y se incorporó ya el senador de la minoría, y la ciudad de Buenos Aires tiene su autonomía, y tantas cosas que se lograron en el camino. --¿Cómo ve al país después de 10 años de menemismo? --Lo veo mal en una sociedad que a veces tengo que hacer un esfuerzo para entender. Todavía no entiendo cómo Cavallo puede tener un 8 por ciento de intención de voto. No me entra en la cabeza. --¿No es un resabio de los últimos meses del gobierno de Alfonsín la hiperinflación? --Pero eso fue provocado, como fueron provocadas todas las situaciones difíciles que los radicales en los distintos gobiernos hemos atravesado. El golpe de Illia tenía olor a petróleo, a medicamentos, a divorcio. Lo de Alfonsín también tiene que ver con eso. Si no, miremos lo que se hizo después: este remate absurdo del activo nacional, que ni siquiera se hizo en cash. Acá rifamos todo, nos queda la escarapela y el Himno Nacional. En todo este proceso hay responsables muy claros. Hoy atravesamos una situación económica difícil. Se está armando una bomba de tiempo en la sociedad y espero tengan el mínimo tino de no reclamar una solución al día siguiente de que este buen hombre (De la Rúa) llegue a la presidencia. --¿Cómo se siente con la Alianza y con el Frepaso dentro de la Alianza? --Más que mirar los elementos que componen la Alianza, creo que hay que mirar el fenómeno que se genera a partir de la sumatoria de estos elementos. La Alianza como expectativa, como herramienta aunque más no sea de oposición, de freno a lo que está pasando, es valorada por la gente. Es algo que se deberá preservar y tratar de avanzar en su homogeneización. Cuando el desafío es muy grande, hay que garantizar una muy ancha base de sustentación para poder impulsar las políticas que se necesitan. Hay que separar las políticas de Estado de las políticas de gobierno, y lograr realmente confluir en políticas de Estado que defendamos todos. Caso contrario, creo que no hay país viable. Para nadie.
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