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OPINION

Estallido en la crisis

Por Julio Nudler

Quien quiera puede preguntarse si los sucesivos hechos trágicos que conmovieron a la Argentina en los últimos días, como el desastre del avión de LAPA y el sangriento epílogo del asalto al Banco Nación en Ramallo, guardan alguna relación con el pantano económico en el que está hundido el país. Se suman, con su aspereza, al deprimente espectáculo de una nación donde hay cada vez menos trabajo, más miseria y más desigualdad. Es obvio, por de pronto, que en los dos casos quedaron al desnudo tremendas fallas en el funcionamiento del Estado. Se hizo evidente que éste no fiscalizó como debía a la empresa aérea, dejando a los pasajeros indefensos ante la irresponsabilidad privada, como ya había ocurrido previamente cuando el prolongado apagón de Edesur, y que carece de jueces y policías idóneos para manejar una situación crítica. Como desde hace muchos años se vino practicando, fomentando o dejando crecer la corrupción hasta niveles inauditos, la posibilidad de controlar algo, cualquier cosa, a través del aparato estatal es hoy ilusoria. Por tanto, cualquier suceso queda envuelto en una espesa bruma de sospechas e interrogantes, sea un atraco o una licitación. Nunca se sabe si el regulador en realidad trabaja para el regulado, si el policía es ladrón o el ladrón policía, si las coimas a los funcionarios son un sobrecosto para las concesionarias que el automovilista debe restituirles a través de un peaje más caro, y si todos los grandes tinglados, revestidos de “reformas estructurales”, desde la jubilación privada hasta la salud prepaga, son una cruel estafa que uno de estos días revelará su oculto revés. Mientras tanto, el país acumula presiones, que se reciclan en enconos y conflictos internos –camiones que en lugar de traer comida traen desabastecimiento, trabajadores que se quedan sin obra social, industriales que redescubren el nacionalismo– y externos: para pasar el invierno del 2000, la Argentina necesita obtener entre 20 y 25 mil millones de dólares, ante lo cual los que ya se creen futuros gobernantes ponen a subasta, desde ahora mismo, cualquier antigua convicción, sacrificada al pragmatismo. Los chasquidos del próximo ajuste ya suenan en la campaña. La gente continuará por tanto sintiéndose estrujada, echada hacia los extramuros de la economía, y algunos seguirán reingresando por la ventana de la violencia o el fraude. No será fácil parar el aluvión si el sistema no crea empleo, no remunera el trabajo y no reconstruye su calidad. Tampoco lo será si el Estado no se transforma desde el núcleo, si no termina con el tráfico de retornos, cargos e influencias. Es pedirles quizá demasiado a los aparatos políticos, pero es la única manera de que se vayan apagando los focos de incendio.

 

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