Para
bien o para mal, la fuerza multinacional de pacificación de 8000 hombres liderada por
Australia ingresa en pleno esta semana en Timor Oriental, donde más de un 80 por ciento
de sus 800.000 habitantes votó el 30 de agosto último por la independencia de Indonesia,
siendo contestada por una ola de masacres por parte de los paramilitares indonesios y su
ejército. El pronóstico es, cuanto menos, turbio.
Por un lado, Australia debía intervenir para
evitar el derrame de refugiados de Timor Oriental sobre sus costas. En este sentido, sus
motivos son más prácticos que idealistas: irónicamente, Australia fue uno de los
escasísimos países importantes que reconoció en 1976 la anexión de la ex colonia
portuguesa por la nación-archipiélago indonesia, la cuarta más poblada del mundo. En
esa ocasión, la dictadura de Suharto --también respaldada por EE.UU., sobre la base del
principio de que "será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta"--
aprovechó el descolonización de facto generada por la Revolución de los Claveles en
Lisboa para anexarse un territorio pobre, que había estado por siglos bajo dominio
portugués, y cuya población --abrumadoramente católica-- resultó imposible de
asimilar. El resultado fue una guerra prolongada y 200.000 muertos timorenses.
En 1998, la crisis asiática precipitó la
caída del dictador Suharto y la renovación del clamor independentista en Timor Oriental.
B. J. Habibie, sucesor de Suharto, prometió un referéndum, que este año perdió
abrumadoramente. Pero al resistir el resultado, se colocó fuera de la legalidad
internacional, y las fuerzas de pacificación que se despliegan hoy tienen orden de tirar
a matar si son resistidas. Lo que plantea un problema interesante, ya que si Timor
Oriental no es muy importante para Indonesia, otras regiones que también están luchando
por la independencia --como la zona musulmana de Aceh en Sumatra del Norte, rica en
petróleo y otros recursos, o Iran Jaya, la parte indonesia de Nueva Guinea-- sí lo son.
Esos son los dilemas políticos de la misión que encabeza el
general Peter Cosgrove. Puede pacificar a Timor Oriental, pero potenciar el desgaje de
otras regiones del archipiélago. O la presencia de la fuerza multinacional en Timor
Oriental puede dividir al ejército indonesio, abriendo la perspectiva de una guerra
civil. En cualquier caso, la desintegración del archipiélago es una posibilidad. Y
geopolíticamente, una posibilidad que equivale al caos. |