1.
Rodolfo Walsh descubrió más temprano que tarde que la realidad puede superar a la
ficción, que sin embargo a veces la preludia. El jueves, los hechos de Ramallo parecían
remitir, ineludiblemente, a Tarde de perros, un clásico film de Sidney Lumet, en que un
grupo de ladrones de banco, que habían tomado rehenes, terminaban muertos, al intentar
huir. En esa ficción, los rehenes salían ilesos. Se trata, claro, de un caso en manos de
la policía neoyorquina. En la madrugada del viernes, cuando los hechos --y las armas de
la policía-- se dispararon en torno de la sucursal Ramallo del Banco de la Nación
Argentina, Tarde de perros parecía lo que es, una fábula de una era pretérita. La
acción remitía ahora a dos películas de esta década, El cuarto poder, de Costa Gavras
y El mediador, de Gary Gray, estrenadas ambas el año pasado en la Argentina. En El cuarto poder, el realizador de Estado de sitio y Z se mete de
lleno con el tema de cómo un periodista con ansias de escalar posiciones puede pasar por
alto una y otra vez algunos aspectos éticos centrales y decenas de detalles de gusto y
ubicuidad aprovechando que la fortuna lo puso en el lugar de los hechos que importan, por
un momento. El periodista representado por Dustin Hoffman se
pone a propósito en el centro de un conflicto que se desata cuando un empleado despedido
de un museo de pueblo intenta recuperar por la fuerza, tomando rehenes, su trabajo. Max
sale al aire desde un baño, por cadena nacional de televisión, con su primicia, y desde
ahí en más manipula, hasta donde puede, la situación, para sacarle partido. Le importa
un bledo el drama de la gente con la que dice estar. Su idea es que la repercusión del
caso --le enorme mayoría de los rehenes son niños-- catapultará su carrera hacia las
grandes ligas, donde alguna vez estuvo. Este papel cumplió, en parte, en la realidad
argentina, Chiche Gelblung, que utilizó durante horas los micrófonos de Radio 10 para
convertirse en un negociador (de la nada, y con nada en la mano), en un nexo entre sí
mismo y los ladrones. También se tentó, por la noche, Mariano Grondona, que tuvo un
errático diálogo con uno de los secuestradores (¿3?, ¿6?) aunque limitado por el
tiempo que, se sabe, es tirano en televisión. ¿Qué buscaban poniéndose en el lugar de
la Justicia, o de la policía, Gelblung y Grondona, tan diferentes pero tan parecidos?
¿Debe traspasar esa delgada línea roja el periodismo? Los dos dijeron luego que sí, que
los periodistas no fabrican la realidad, apenas la reflejan. Ja, ja, ja. Página/12
tituló su crítica de El cuarto poder, cuando Ramallo quedaba lejos, con esta idea:
"Uno sólo busca ascender, otro apenas recuperar su trabajo".
El film de Gray es, si se quiere, más sutil. Su historia es
la de un mediador que, para denunciar una serie de casos de corrupción en la policía de
Chicago, se mete en un papel que conoce al dedillo: el del secuestro con rehenes. Su
víctima es el jefe de la división de Asuntos Internos y el lugar
es el mismísimo departamento de policía de Chicago. El policía convertido en hombre que
delinque sabe que no puede confiar en los comandos tipo SWAT con que ha trabajado de modo
habitual hasta entonces. Pide, por ende, la intervención de otro mediador, que será
Kevin Spacey, que parece ajeno a las internas del caso, que le garantice equidad. Para el
policía convertido en secuestrador, Samuel Jackson, este mediador le garantiza que el
caso lo lleve adelante alguien que no esté implicado en la vasta red de corrupción que
se propone sacar a luz. Lo que empieza a ocurrir, de ahí en adelante, es que el hombre al
que le dan el control sencillamente no puede controlar a quienes deben subordinársele.
Estos, que son los que tienen más para perder si aflora la verdad, hacen como que
respetan órdenes --no dispararle al protagonista, por ejemplo-- pero las violan en forma
sistemática. Esos policías terminan matando al rehén principal porque, mientras fingen
intentar resolver el caso, tienen un interés concreto, aunque oculto: que no aflore la
verdad. Son como los investigadores de la muerte de José Luis Cabezas. Cumplen aquella
ingeniosa observación de Juan Domingo Perón: "Si querés trabar algo, formá una
comisión para resolverlo". Página/12 tituló la crítica de El mediador así:
"A veces, son peores los policías que los delincuentes".
Con los hechos del viernes en la mano, que incluyeron luego
de la masacre otro de los tantos raros suicidios del período final del menemismo,
cualquiera tiene ganas de convertirse en guionista. Ya se sabe: la realidad argentina
suele parecer el delirio de un director pasado de rosca, el desmadre de un libretista que
sobreactúa su papel. Página/12 tituló el sábado su primera página con un nuevo y
merecido recordatorio de todo lo que Walsh inventó, antes de que Truman Capote y Tom
Wolfe lo denominaran Nuevo Periodismo. "Operación Masacre", se leía en la
tapa. Otra Operación Masacre. A veces, la realidad argentina parece escrita por los
Salieris de Walsh, después de tomarse un ácido. O en pleno delirium tremens. Sí, el
delirium tremens parece más argentino que el ácido.
2. Hasta que este grupo de
chorros de cuarta --que no habían leído Plata quemada, de Ricardo Piglia y no verán ya
la película que comienza a filmar Marcelo Piñeyro-- pusieron a Ramallo en el mapa del
boca a boca por segunda vez en un lustro (la anterior había sido cuando otro accidente,
raro, el de Carlos Menem hijo), la noticia de la semana podría haber sido la historia del
hombre que dijo no. Incluso aunque después haya insinuado con decir sí, y anoche haya
concedido a explicar su no. El hombre se llama Falucho y tuvo un gesto insólito para la
época: le dijo no a la televisión, a los 15 minutos de fama que parecería que todos
buscan, a que otros le cumpliesen un sueño, en busca de rating. Se negó a ser parte de
un circo en que los millones van y vienen, muchas veces pisando, para decirlo con León
Gieco, toda la pobre inocencia de la gente. Si Falucho dijo no por miedo, o por timidez
--no parecía haber leído Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco-- es poco
relevante. No importa demasiado, como no importan definitivamente las razones por las
cuales Zulema Yoma contó que se había practicado un aborto, con consentimiento de su
marido, el Presidente que se ha convertido en un cruzado mundial contra el aborto. Lo
interesante es el tema de discusión que uno y otro gesto, separados por un abismo,
podrían haber abierto o han abierto. Falucho bien puede ser visto como un exponente de
millones de otros argentinos que están cansados de que les metan el dedo en el alma, de
que les privaticen los sueños, de un mundo donde lo que existe es lo que sale en
televisión. Sí, pensó cierta vez Rep, es una palabra hermosa, pero bastardeada por
demasiada gente a la que le resulta fácil. No, en cambio, es una palabra valiente. La
valentía siempre es complicada.
3. Esta semana canta por primera
vez en la Argentina Chavela Vargas. Ya estuvo hace una década, filmando Grito de piedra,
en Bariloche, con Werner Herzog, pero mucho no se acuerda, porque el alcohol, para bien o
para mal, le ha borrado parte de los chips de la memoria. Joaquín Sabina, que encabeza,
codeándose con Pedro Almodóvar, la corte de sus cenicientos admiradores tardíos,
patentó, con su capacidad para el slogan progre, la idea de que las penas son menos
amargas si las canta Chavela Vargas. No pensaba así el amigo de Chavela que se voló los
sesos, escuchando cierta vez "En el último trago". Chavela es áspera, amarga,
filosa, peligrosa. Es la voz de medio siglo de discos, borracheras, resacas, amores
turbios, adioses, rencores, muertes, renacimientos. Ningún bálsamo. Es aquello que
quisiera ser Fito Páez cuando canta "No vine a divertir a tu familia", pura
expresión de deseos. No esperen que Chavela suene en vivo como en los discos. Pero verla
abrir los brazos tal vez sea como espiar por la cerradura de la historia del siglo: en
esos mismos brazos estuvieron León Trotsky, La Macorina, Ava Gardner, Frida Kahlo y Diego
Rivera --por separado--, Clark Gable, Grace Kelly, José Alfredo Giménez, María Félix y
muchísima gente que hoy es nombre de calle, de sala de museo, o estampita de librería.
Si, por casualidad, Chavela te invitase a tomar un trago, avisá que volvés tarde. |