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Por Mariana Carbajal No me cabe ninguna duda de que el juez Villafuerte Ruzo había acordado con los delincuentes que salieran y les había prometido que no les harían nada. Curiosamente, el que muere en la comisaría después fue el último en hablar con el juez, aseguró ayer José Chávez, hermano del gerente del Banco Nación de Villa Ramallo que murió en la masacre del viernes. Chávez reveló a Página/12 que su cuñada Flora Lacave, la única sobreviviente de los rehenes, gritó desde el auto a los policías bonaerenses: ¡No disparen!, ¡no disparen!, que se entregan. Y luego, en el hospital le confió: Los mataron, los mataron, refiriéndose al accionar de los efectivos de seguridad. Cuando todo terminó, yo le dije al juez que él era el asesino, que él había hecho matar a mi hermano, recordó. Chávez vive en la Capital Federal, tiene 55 años y es remisero. Se enteró de que su hermano y su cuñada habían sido tomados como rehenes alrededor del mediodía del jueves, a través de una radio, mientras esperaba a un cliente. Estaba en La Plata. A Villa Ramallo llegó cerca de las 21 y desde ese momento se atrincheró en la escuela, convertida en cuartel policial, desde donde el juez comandaba el operativo y el subcomisario Juan Bressi, conocido como Pablo, negociaba con los delincuentes para intentar un acuerdo. Por las conversaciones y los comentarios que escuchó minutos antes de que el Polo verde asomara desde el garaje del banco, Chávez sacó sus propias conclusiones: está convencido de que el magistrado arregló con los asaltantes la salida, pero que apenas cortó la comunicación telefónica los policías comenzaron a preparar sus armas para atacar. Según recordó, alrededor de las 4 de la madrugada del viernes hubo una reunión en la dirección de la escuela entre Villafuerte Ruzo, el subjefe del grupo Halcón, comisario Gerardo Ascacíbar, el secretario de investigaciones judiciales Bruno Corvo, el jefe del GEO, y el abogado de Martín Saldaña, el delincuente que apareció suicidado en la Seccional 2ª de Villa Ramallo. Hablaron adentro y en un momento salió el jefe de los Halcones y alguien le preguntó: ¿Y...? y él le respondió: Listo, listo, e hizo un gesto con las manos, pegando con el canto de la derecha sobre la palma izquierda. Se dirigió hacia las aulas, donde estaban los del grupo Halcón y el GEO y repitió: Vamos, vamos, movilizando a los policías. Ahí me di cuenta que algo iba a pasar. La sensación era que iban a actuar. Prepararon las armas y se apostaron en la puerta de la escuela: de un lado los Halcones y del otro, los del GEO, describió Chávez con detalle. Desde que los uniformados empezaron a movilizarse hasta que apareció el Polo verde en la calle transcurrieron entre 15 y 20 minutos, de acuerdo con sus cálculos. ¡Ahí sale el auto, ahí sale!, contó Chávez que anunciaron los policías. Y, segundos después, se asomó el vehículo y sobrevino la balacera. En un principio recibió la información del juez, de que tanto su hermano como su cuñada estaban vivos. Después del tiroteo, entraron dos del grupo Halcón y uno que iba adelante le dijo: ¡Qué poca profesionalidad!, ¡qué poca profesionalidad!. Y el otro le contestaba: Callate, callate la boca. También escuché que otro decía: Los estúpidos de `Crónica TV están diciendo que el gerente está muerto. Cuando escuché eso le pregunté al juez qué estaba pasando. Y se hizo silencio. No teníamos información. Nadie nos comentaba nada en ese momento, siguió Chávez. ¿El juez y los policías que comandaban el operativo pensaban en proteger a los rehenes? le preguntó Página/12, en un bar de Palermo, minutos antes de que ingresara a un canal de televisión. Yo no estaba en sus mentes, pero creo que humanitariamente tendrían que haber pensado en la vida de los rehenes. El auto iba a salir. A lo mejor el juez pensaba que no iban a salir con los rehenes. ¿Cree que Villafuerte Ruzo acordó con los delincuentes la salida? No me cabe ninguna duda de que les dijo que no les iba a pasar nada. La muerte de Saldaña en la comisaría me da la pauta de que habíanarreglado. Según me dijo su abogado, Saldaña fue el último en hablar con el juez. Otro dato llamativo es que la camioneta que estaba cruzada frente al garaje del banco estuvo primero con las luces apagadas y cuando sale el Polo tenía las de posición prendidas. Pudo haber sido una señal o contraseña de que el campo estaba libre, que podían salir. ¿Usted cree que Saldaña se suicidó? La autopsia y la investigación de su muerte determinarán si fue un suicidio o no. ¿Los balazos sobre el auto fueron un error o la policía estaba preparada para disparar? Mi cuñada bajó los vidrios del auto y dijo: ¡No disparen!, ¡no disparen! que se entregan. Después, en el hospital ella me dijo: Los mataron, los mataron. Yo no sé si fue un error, pero el responsable de todo es el juez, aunque diga que no dio la orden de disparar. Cuando lo volví a ver, le dije que él había sido el asesino, el que había hecho matar a mi hermano. Que después no me venga a decir que el cuerpo de mi hermano aparece con balas de los malhechores. ¿Qué explicación le dio Villafuerte Ruzo? Me dijo que se habían cortado las conversaciones intempestivamente y que los delincuentes habían subido al auto para salir disparando. Pero un tipo, por más delincuente que sea, aprecia un poquito la vida. Sabiendo que cuatrocientos policías lo esperan afuera no va a salir a lo gauchito a la calle.
Yo no quiero que a los responsables se los separe del cargo: yo quiero que vayan a la cárcel, el que sea. Andrea está sentada en el asiento de atrás de un auto. Es la hija adoptiva de Carlos Santillán, ese señor que durante 34 años fue metódico empleado del Banco Nación. Su hija viajó desde Ramallo a Buenos Aires, sentada detrás de Liliana de Santillán, la esposa de Carlos, sosteniéndola ahora como el martes, cuando desde adentro de una escuela de Ramallo creyeron durante doce horas que el robo al banco tendría un final feliz. Página/12 habló con ellas. Las mujeres describen a las tropas de policías como perros hambrientos que llegaron a Ramallo dispuestos a matar. Yo sé que antes de los tiros agrega Andrea, los del grupo GEO dijeron: El juez acaba de hablar, está todo arreglado o algo similar. Yo estaba cerca de ellos. Andrea Milesi está cansada. Agotadísima, estoy a cargo de todos los papeles trámite, dice y explica que es hija adoptiva de Carlos. Habla de la sucesión de días como una vorágine donde existe esta bronca que mamá y yo sentimos. Piden justicia y el argumento para hacerlo es la convivencia, obligada, de madre e hija en la escuela bunker donde las fuerzas de seguridad estudiaban fallidas estrategias operativas. Ambas consiguieron entrar a esa escuela el jueves después de las siete de la tarde. Andrea repasa comentarios: creían hasta allí que cuanto mayor tiempo pasaba más posibilidades de sobrevida había para los rehenes. Los Santillán encendieron el televisor recién ayer. Durante el día de la toma del banco ni la policía ni los jueces se dignaron a darnos cualquier tipo de información. Y esto busca subrayar quiero recalcarlo. Andrea cuenta con calma, intenta precisiones: Es más, cuando muere mi padre, mi madre es la que pregunta si está muerto, porque ni siquiera el juez le dice. Nos tienen una hora y cuarto sin esta información, desde que se provocó la balacera hasta las cinco y cuarto, o y media que nos dicen que el contador Carlos Alberto Santillán estaba muerto. En el auto Andrea no habla tanto de la espera como de cierto momento en el que vimos que querían hacer algo: y bueno... en una media hora se produce todo, y en cuarenta y cinco segundos dice sin detenerse: de repente se escucha un grito y todos estos comandos salen despavoridos a matar. A matar. A matar. Y antes de esto siempre estuvieron cargando y descargando las armas adelante de nosotros, sin ningún tipo de contemplación. Las dos mujeres lograron hacerse espacio en medio de los ruidos de descarga: No disparen gritaron, no disparen. No gritamos en el momento, lo dijimos antes cuando vimos que se estaban preparando. Se lo gritaron a los comandos. Ninguno habló, no entendimos por qué se dio esto. Andrea cree que hasta allí el juez había conseguido un acuerdo: Pero por alguna razón piensa los asaltantes se enojaron y salieron. Ahora especula: Pero también escuchamos comentarios que los periodistas no se tenían que mover porque a las cuatro iba a terminar todo.
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