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“Nunca nos pidieron la llave que faltaba para acceder al tesoro”

El gerente zonal del Nación afirmó que la tercera llave nunca fue pedida por el juez. Y cuenta cómo encontró al banco luegode la masacre. Crónica del regreso de los empleados tras el duelo.

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Por Cristian Alarcón
Desde Villa Ramallo

t.gif (862 bytes)  El orden comienza a regresar con una lentitud dolorosa a este banco de paredes tan altas como las de una iglesia. Los movimientos de los empleados, repartidos otra vez en sus escritorios, sus conversaciones inaugurales sobre comprobantes de pago y deudores morosos van rompiendo pesadamente el hielo que deja la muerte en los últimos lugares antes de que suceda. Un hombre cruza la oficina empujando una mesa de ésas de metal con ruedas para máquinas de escribir. Varios tiran papeles en los cestos. Hay entre ellos una amabilidad prioritaria entre los deudos. Una amabilidad como la que muestra al explicar todo lo que ha visto y pasado desde la génesis de la catástrofe el gerente zonal del Banco Nación, Luciano Alfaro. Alfaro explica cómo los ladrones sólo pudieron robarles a los rehenes 900 pesos del cajero automático. Y cómo es que siempre fue “imposible” que sacasen dinero del tesoro. Asegura que el juez “no pidió nunca la llave que faltaba del tesoro de reserva”. El hombre que la tenía, el tesorero Héctor Valverde, tampoco fue molestado por ello. Ni para obtener la combinación que pedían los ladrones para liberar a los rehenes. “Les entregaron una llave que no les servía para nada”, dice. Aunque no es lo que oficialmente dijo después del asalto desde el directorio del banco Nación.

Ayer eran las ocho de la mañana y en las oficinas del banco comenzaban los movimientos del día después. Los hombres de trajes sencillos y esas mujeres con uniformes de polleras azules, blusas blancas y cierto aire evangelista entraron todos antes de las ocho de la mañana. Con el gerente zonal que ha venido desde Arrecifes son 15. Fueron 17. Faltan los que tienen todavía síntomas del shock que sufrieron al permanecer encerrados aquí como rehenes o salvándose de esa suerte terrible por minutos como el tesorero Valverde. El hombre que según Alfaro tuvo en su poder la llave y la combinación que exigían los ladrones hasta el viernes por la tarde ya no está en Villa Ramallo; su familia lo ha mudado lejos por un tiempo. Alfaro asegura que “quedó muy mal después de todo esto”. Y aclara que la llave que entregó el juez a cambio de los tres rehenes que fueron liberados era una que estaba en poder de la comisaría local y que “no servía para nada”. Era la que habría el tesoro de reserva, o sea una segunda caja dentro del tesoro, donde sí estaban el botín, pero para usarla había que abrir antes usando la tercera llave y la combinación.

En una sala de reuniones contigua al salón que da a los mostradores como en la mayoría de los antiguos edificios del Nación, Alfaro explica lo que se ha dicho: para poder abrirlo son necesarias tres llaves que están siempre en poder del gerente, del contador y el tesorero. Además de la combinación. Las llaves de Chávez y de Santillán estaban en poder de la bandita tal como ellos mismos. Desde el primer minuto fue eso lo que esperaban que entrase por la puerta. Habían cometido el error de confundir al tesorero con el empleado de cable Diego Serra. Por eso lo empujaron delante de su esposa hacia la oficina. Y por el aviso de la mujer, la policía, que brillaba por su ausencia, llegó tan pronto al lugar. Por esa sucesión de supuestos equívocos es que los rehenes muertos pasaron allí, donde ahora una mujer lo limpia todo con un alcohol que satura el aire, poco más de 40 horas.

Esa espera, la historia del encierro, es la que dice haber percibido cuando entró, de una sola bocanada, Alfaro. “Fue impactante cuando vi las fotos de la familia de Chávez, de sus hijos, y de sus nietos”. Estaban sobre uno de los escritorios. Habían sido bajadas del primer piso del edificio, de la casa del gerente. Lo que impresionó a Alfaro es que estaban como arrugadas por un puño cerrado. El viernes pasadas las once, unas siete horas después de la masacre, Alfaro pudo entrar otra vez en ellugar al que solía visitar oficialmente cada un mes. Pudo ver entonces el desorden. Las habitaciones dadas vuelta, la ropa desordenada, una copa rota en el baño, otra abajo en la oficina, los restos de comida y un rastro de cuando al entrar el jefede área, Ricardo Pasquali, fue golpeado con la culata de un arma. “Creían también que él, el último de los que entró, tenía la llave que les faltaba”, dice.

Entre otras cosas, Alfaro pudo rescatar los comprobantes del cajero automático en que figuran las extracciones que hicieron a las dos horas de estar encerrados y rodeados: 200 pesos de dinero para pagar impuestos de los Santillán y 700 para un crédito de los Chávez. El verdadero botín estaba en el tesoro, muy lejos del alcance de los ladrones.

Alfaro explica que fue así incluso cuando todos creyeron –quienes los seguían desde sus casas y los mismos asaltantes– que lo que se había entregado era la llave verdadera. En realidad se trataba de la copia que normalmente se guarda en la comisaría por seguridad. Es esa la que se usa de vez en cuando para acceder al “numerario de reserva”, que tiene el grueso del capital del banco. Pero esa información nunca estuvo en manos de la torpe y “perejil” banda que, desahuciada, terminó escapándose con los rehenes como escudos, mientras intentaban salvar sus pellejos y la brutal suma de 900 pesos.

 

Regreso con psicólogos

Ayer a la mañana los bancarios del Nación pararon en todo el país. En Villa Ramallo, la puerta llena de marcas de balas, marcadas con redondeles y numerados los impactos uno a uno, dejaba resguardados todavía adentro, y hasta hoy a las diez cuando vuelvan a atender al público, a los empleados y los fantasmas. Ayer comenzaron el día reunidos con el gerente zonal Luciano Alfaro. Y a media mañana pasaron a conversar, coordinados por un grupo de psicólogos y psiquiatras del cuerpo médico del Banco Nación. Los cuatro profesionales llegaron convocados por los directivos para “ayudar en la contención de los empleados que sienten una lógica angustia al tener que volver a trabajar en el lugar donde hasta el jueves convivían todos los días con las personas que fueron acribilladas”, dijo Alfaro a este diario.

La reunión con los psicólogos dejó correr la desazón de varias mujeres que no pudieron evitar el llanto. “Expresaron la bronca que tienen con la forma en que todo terminó –contó el funcionario–. A la mayoría les parecía mentira no volver a ver al contador y al gerente acá”. Entre otras cosas, discutieron la forma en que se volverán a hacer las mismas tareas que estaban acostumbrados con los reemplazantes de Chávez y Santillán. Alfaro informó que al gerente lo suple el responsable de la sucursal San Nicolás, Héctor Gallo. Al contador, Norberto Sirelli. Los dos estaban hoy entre los empleados y pasaban poniendo las cosas en su lugar nuevamente. Llevaban, como todos, cintas negras pegadas al costado de izquierdo del pecho. El símbolo salió espontáneamente entre los compañeros de los muertos, que decidieron que de aquí en más se agregarán a sus límpidos uniformes.


MARCHA DE SILENCIO EN LINCOLN
Bancarios de paro y duelo

t.gif (862 bytes) Los empleados de todas las sucursales del Banco Nación pararon ayer, pidiendo el esclarecimiento de la masacre y en protesta por “la falta de inversión en medidas de seguridad”. Los demás bancos de la city porteña también pararon una hora en solidaridad. Hubo una marcha de silencio en Villa Ramallo, mientras que en Lincoln, donde vivía el gerente asesinado, gran parte de la población marchó en reclamo de justicia.

“El acatamiento fue total”, informó la Asociación Bancaria, refiriéndose a la medida que tuvo alcance nacional. El titular de la Asociación Bancaria, Juan José Zanola, denunció “desidia y ligereza” por “la falta de inversión en medidas de seguridad para los empleados y los clientes”.

La entidad solicitó una reunión urgente con el presidente del Banco Nación, Roque Maccarone: le pedirán que designe un perito para aclarar la muerte del gerente Carlos Chávez y el contador Carlos Santillán.

Además, en todas las entidades bancarias de la city porteña, los empleados se sumaron, entre las 10 y las 11, a la medida de fuerza, y compartieron con los clientes un minuto de silencio en memoria de sus compañeros muertos. En Buenos Aires y en Rosario hubo marchas callejeras con crespones negros. El gremio ratificó un paro nacional para el próximo jueves en reclamo de “mayores medidas de seguridad”.

También ayer, en Lincoln, provincia de Buenos Aires, casi mil personas marcharon en silencio para repudiar la masacre. Fueron encabezadas por el intendente, Eduardo Mango, el presidente del Concejo Deliberante, Héctor Antonelli, y el cura párroco Gustavo Sosa, quien elevó una plegaria por las víctimas. El asesinado gerente Carlos Chávez había vivido los últimos quince años en Lincoln, donde nació su esposa Flora Lacave, sobreviviente de la masacre.

En Villa Ramallo, anoche, decenas de vecinos marcharon también en silencio por la cuadra del Banco Nación, convocados por el Centro de Comercio, Producción e Industria de Ramallo. Desde la puerta del banco fueron hasta el lugar donde el auto Volkswagen Polo, en que los ladrones trataban de escapar con los rehenes, fue acribillado a balazos.

 

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