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Querido Pablo

Por Alfredo Zaiat

Palabras. Sólo palabras. El dolor no tiene palabras. Tiene dolor. Desgarro. Cuando el destino hace una de las suyas, imprevistamente, sorprendiendo, dejando todo lo demás como insignificante, no hay palabras. Es increíble porque los periodistas las tienen como herramienta básica, e incluso hacen abuso de ellas. Pero cuando un amigo, compañero de laburo, con quien se comparte gran parte del día, discutiendo, riendo, peleando, soportando sus cigarrillos, gozando cuando finalmente sale la nota buscada, se va, las palabras no tienen sonido.

Pablo, querido Pablo, te fuiste sin terminar la investigación en la que tanto esfuerzo y tiempo habías invertido. No es un reclamo de un jefe cascarrabias que pedía, exigía, que la escribas ya; es la bronca porque era apasionante ver cómo luchabas por conseguir el dato que te faltaba, la fuente que iba a agregar algo más, la energía que le ponías para que sea riguroso lo que ibas a publicar.

Te ilusionaba que podía ser nota de tapa del diario. Da bronca que ya no la puedas escribir. Bronca porque ya no vas a poner como objetivo una investigación que, de tan compleja, a veces no la alcanzabas a terminar porque la coyuntura te llevaba a otros temas. Pero así mostrabas y te demostrabas que vos también peleabas en ese narcisista mundo de periodistas, que te era ajeno hasta hace diez años, y te sumergiste en él con una pasión que no tienen muchos de los jóvenes que aspiran a ocupar un lugar en los medios.

No te conformabas con lo primero que encontrabas; buscabas otra fuente, otra y otra. Era parte de tu obsesión con el trabajo, que te hacía jugar con la hora de cierre. La misma obsesión que tenías en el seguimiento de los juicios contra las tabacaleras en Estados Unidos, pese a estar sentado en el sector fumadores de la sección. Te quedabas horas leyendo en la redacción cuando ya todos se habían ido.

Estudiabas, preguntabas, polemizabas, escuchabas. Soñabas con hacer una cobertura en el exterior, donde podrías hacer esos reportajes en inglés a algunos de esos economistas figurones. E ibas camino a hacerlo. Ya te habías ganado una sección propia en el suplemento económico Cash, “Suma Cero”, con la que te divertías y te sentías orgulloso de hacerla. Le ponías la cuota de humor, ironía y desparpajo que el Cash antes no tenía. Desafiabas al resto a resolver el acertijo, y nobleza obliga, Rulo lo resolvía primero. ¿Por qué carajo te fuiste? Compañero, solidario, buena persona, orgulloso de tus hijos, siempre dispuesto a colaborar. Te vamos a extrañar.

Palabras. Son sólo palabras. Sólo una más: dolor.

 

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