Palabras.
Sólo palabras. El dolor no tiene palabras. Tiene dolor. Desgarro. Cuando el destino hace
una de las suyas, imprevistamente, sorprendiendo, dejando todo lo demás como
insignificante, no hay palabras. Es increíble porque los periodistas las tienen como
herramienta básica, e incluso hacen abuso de ellas. Pero cuando un amigo, compañero de
laburo, con quien se comparte gran parte del día, discutiendo, riendo, peleando,
soportando sus cigarrillos, gozando cuando finalmente sale la nota buscada, se va, las
palabras no tienen sonido. Pablo, querido
Pablo, te fuiste sin terminar la investigación en la que tanto esfuerzo y tiempo habías
invertido. No es un reclamo de un jefe cascarrabias que pedía, exigía, que la escribas
ya; es la bronca porque era apasionante ver cómo luchabas por conseguir el dato que te
faltaba, la fuente que iba a agregar algo más, la energía que le ponías para que sea
riguroso lo que ibas a publicar.
Te ilusionaba que podía ser nota de tapa del diario. Da
bronca que ya no la puedas escribir. Bronca porque ya no vas a poner como objetivo una
investigación que, de tan compleja, a veces no la alcanzabas a terminar porque la
coyuntura te llevaba a otros temas. Pero así mostrabas y te demostrabas que vos también
peleabas en ese narcisista mundo de periodistas, que te era ajeno hasta hace diez años, y
te sumergiste en él con una pasión que no tienen muchos de los jóvenes que aspiran a
ocupar un lugar en los medios.
No te conformabas con lo primero que encontrabas; buscabas
otra fuente, otra y otra. Era parte de tu obsesión con el trabajo, que te hacía jugar
con la hora de cierre. La misma obsesión que tenías en el seguimiento de los juicios
contra las tabacaleras en Estados Unidos, pese a estar sentado en el sector fumadores de
la sección. Te quedabas horas leyendo en la redacción cuando ya todos se habían ido.
Estudiabas, preguntabas, polemizabas, escuchabas. Soñabas
con hacer una cobertura en el exterior, donde podrías hacer esos reportajes en inglés a
algunos de esos economistas figurones. E ibas camino a hacerlo. Ya te habías ganado una
sección propia en el suplemento económico Cash, Suma
Cero, con la que te divertías y te sentías orgulloso de hacerla. Le ponías
la cuota de humor, ironía y desparpajo que el Cash antes no tenía.
Desafiabas al resto a resolver el acertijo, y nobleza obliga, Rulo lo resolvía primero.
¿Por qué carajo te fuiste? Compañero, solidario, buena persona, orgulloso de tus hijos,
siempre dispuesto a colaborar. Te vamos a extrañar.
Palabras. Son sólo palabras. Sólo una más: dolor. |