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Por Esteban Pintos Y todo concluyó entre sonrisas. ¿O había que esperar otra cosa? Claro que no: la televisión atrae demasiado y está en todas partes. Registra robos, nacimientos de orangutanes, secuestros, partidos de fútbol, marchas de protesta, casamientos de famosos, reencuentros de gente y... casos espontáneos de fama. Así había sucedido el domingo 12, cuando uno de los sueños cumplidos previstos en Sorpresa y 1/2, derivó en una situación cuanto menos incómoda para el programa, su conductor y para la televisión misma, como medio. Un señor al que le tenían preparada la sorpresa del reencuentro con viejos amigos, parte de un equipo de fútbol de barrio -con partido incluido, en medio de la 9 de Julio, huyó en el preciso momento en que estaba previsto que se emocionara. Sueño interruptus. Lo que quedó flotando después del sprint con que dejó atrás a un Julián Weich por una vez descompuesto fue apenas su nombre, como de héroe argentino de segunda categoría: Falucho. Toda la semana, varios medios incluyeron notas, comentarios y reflexiones sobre el porqué del renunciamiento. Falucho al desairar en vivo el espíritu del ciclo había concretado un gesto sin antecedentes que, de haberse nutrido en un espíritu iconoclasta, podría haber tenido carácter histórico. Es que de repente, un ciclo que indaga en los deseos (televisables) de las personas, les produce una concreción más que satisfactoria y registra para las cámaras su emoción y la de las personas que lo rodean, había convertido en simbólico al señor que huyó en una suerte de pequeña celebridad. Era el hombre que dijo que no. La ficción electrónica ha tratado varias veces el tema de estas situaciones: Dustin Hoffman en Héroe accidental, Jim Carrey en Truman show, y el joven inocente que Matew McConaghey representa en Ed Tv, de inminente estreno, son algunos de los modelos posibles del hombre equivocado en un lugar que no eligió. Pero las hipótesis en torno de Falucho duraron una semana. Así como huyó, lo pescaron. Este domingo, Weich anunció su presencia en el estudio advirtiendo, ya no en ese tono de yerno soñado, que serviría para que se dejara de hablar de la cuestión como un corte de manga a la industria del sueño. Efectivamente, el fugitivo de la semana anterior estuvo ahí, a la hora señalada, y contó que había sospechado desde un principio que iba a ser víctima de una trampa. Y que le había huido por timidez, y por miedo a una emoción desmesurada. Weich condujo la situación con simpatía y espontaneidad, como siempre, y todo concluyó entre sonrisas, una placa dedicada al homenajeado de parte de sus amigos, una camiseta del equipo -gentileza del programa y todo bien. Es que siempre había estado todo bien, excepto en el fatal momento en que el señor salió corriendo por la vereda de Carlos Pellegrini hacia la avenida Corrientes. Porque el domingo del sprint que mosqueó a Weich igual se había reunido con sus viejos compañeros de fútbol, brindado y celebrado e incluso aceptó la presencia de las cámaras del programa. Así es que nada había pasado, salvo que alguien se había sentido superado por la situación que se le venía encima y desarmado, con eso, el momento cumbre de uno de los programas más vistos del fin de semana (este domingo promedió 22,1, una cifra altísima). La sensación que transmitía el final de la historia era un palpable deseo de presentar el caso como un exabrupto, algo que no volverá, no debería, volver a ocurrir.La peculiar situación lleva a pensar en la posibilidad de un nuevo programa o, en todo caso, de un nuevo segmento para Sorpresa y 1/2: que haya un sueño por cumplir y que el destinatario logre la manera más original de huir. En ese momento, aparecería de las palabras más caras y encantadoras para el medio: continuará.
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