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COLECCION GELMAN DE ARTE MEXICANO EN RIO DE JANEIRO
El coleccionismo y la pertenencia

La célebre colección Gelman de arte mexicano que pasó porBuenos Aires ahora se exhibe en el Palacio Imperial deRío en una versión ampliada. Claves del coleccionismo.

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“Autorretrato con monos” (1943), de Frida Kahlo (arriba).


Por Fabián Lebenglik
Desde Río de Janeiro

t.gif (862 bytes)  La colección Gelman, cuyo capítulo mexicano fue mostrado en parte recientemente en la Fundación Proa de Buenos Aires -.ver Radar del 30 de mayo pasado–, está siendo exhibida en estos días en el imponente Palacio Imperial de Río de Janeiro. Aquí se puede ver con otro montaje, y mayor espacio, todo el despliegue de las obras de Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, entre otros grandes artistas, a los que en Río se les suma unas treinta obras más, que corresponden al capítulo de arte mexicano actual.

La responsable de la organización es la Fundación Arteviva, de Río, presidida por Frances Reynolds Marinho -.que el año pasado presentó en esta ciudad la Colección Costantini en el Museo de Arte Moderno y durante abril y mayo del ‘99, la breve y potente antología retrospectiva de Guillermo Kuitca en el Centro Cultural Helio Oiticica–.

El Palacio Imperial -.restaurado durante la década del ochenta– está ubicado en la Plaza 15 de Noviembre, corazón del Río antiguo, y es un edificio por donde pasó buena parte de la historia del Brasil. Fue construido en 1743 y usado inicialmente como sede por los gobernadores de Río. Con la llegada de la corte de Joao VI y el cambio de estatuto territorial, que pasó de ser colonia a integrarse al Reino de Portugal, el Palacio se convirtió en la sede de los gobiernos del Reino y del Imperio. Después de la proclamación de la República, aquí se instalaron las oficinas de Correos y Telégrafos, hasta que en la década del treinta, en el siglo XX, pasó a formar parte del patrimonio histórico y cultural y luego de la restauración durante la década pasada, constituye un centro cultural con salas de exposiciones, biblioteca, cine, librería y disquería, cafetería, restaurante y negocios de decoración y artículos para oficina.

Jacques Gelman (1909-1986) era ruso y Natasha Zahalka (que murió el año pasado), era checoslovaca. La revolución y la guerra los fue llevando, a cada uno por su lado, hasta México, donde Jacques montó una productora cinematográfica que hizo fortunas a partir de descubrir a Cantinflas y hacer con él, en sociedad, desde 1941, un par de películas por año. La industria montada alrededor de la figura del cómico les permitió a los Gelman dedicarse por completo a su pasión coleccionista, que venía desde los tiempos en que Jacques vivía en Francia y comenzó a armar la que con los años se transformaría en una de las más grandes y completas colecciones sobre la Escuela de París. A su muerte, todo el capítulo internacional de la colección se convirtió en la más grande donación de arte del siglo XX que haya recibido el Museo Metropolitano de Nueva York, en el que el matrimonio depositó su fortuna pictórica y su confianza. El lote donado incluye más de ochenta obras -.entre pinturas, dibujos y esculturas– de Léger, Gris, Picasso, Braque, Bonnard, Cézanne, Derain, Matisse, Vlaminck, Dalí, De Chirico, Miró, Bacon, Dubuffet y Giacometti, entre otros.

Colección, recolección

El coleccionismo y la colección se relacionan con el traslado y la acumulación controlada; con lo disperso, lo seriado y lo reunido. A su vez, cada pieza de una colección pierde gran parte de la función que tenía para fusionarse en una nueva identidad colectiva, dada por el conjunto y por la personalidad del coleccionista o la institución. Toda colección suele ser incompleta, pero esa incompletud se completa en la cabeza del coleccionista que le da su sentido. En toda colección que se precie hay un valor agregado: precisamente el de pertenecer a la colección, a ese nuevoordenamiento de la cultura -.a esa estética por lo general caprichosa del coleccionista– que va sumando celebridades del pasado, del presente y, si acierta, también del futuro. Todas las piezas de una colección, a partir de su incorporación a la misma, nacen de nuevo, por eso las colecciones son “bautizadas” con los nombres de sus propietarios o de las instituciones a las que pertenecen. Los Gelman sostenían que una colección sólo es digna de tal nombre cuando ella misma pasa a ser una obra de la cual el coleccionista es el autor.

El lote mexicano comienza con los primeros cuadros de Diego Rivera y Frida Kahlo, que los Gelman les compraron a comienzos de la década del cuarenta y sigue hasta los artista más jóvenes, hoy menores de treinta años, que pasaron a formar parte de la colección poco tiempo antes de la muerte de Natasha Gelman, el año pasado.

Una serie aparte es la conformada por los retratos por encargo de Natasha, firmados por Rivera, Kahlo, Orozco, Siqueiros y Tamayo, entre otros. En la casa de los Gelman se organizaban maratónicas tertulias con lo mejor de la plástica mexicana: los almuerzos solían prolongarse hasta la hora de cenar, y los tés, hasta la madrugada.

na29fo03.jpg (12959 bytes)El retrato por encargo que Siqueiros hizo de la señora coleccionista constituye en sí mismo toda una paradoja, a la luz de las declaraciones estético-políticas que firmaba en su juventud: “Repudiamos la pintura llamada de caballete y todo cenáculo ultraintelectual, por aristocrático, y exaltamos las manifestaciones del arte monumental por ser de utilidad pública”. El manifiesto está fechado en 1923. Mucha agua corrió bajo el puente para llegar al aristocrático retrato por encargo de Natasha, pintado por el mismo (o tal vez por otro) Siqueiros, en 1950.

Si por una parte la colección era muy fuerte en arte internacional, por la otra crecía la incorporación de obras mexicanas. Pero incluso en este caso tenía la mirada y la venia internacional: dentro de la línea mexicana los Gelman elegían -.durante las décadas del cuarenta y el cincuenta– comprar obras de los artistas que habían sido reconocidos en Nueva York.

El clima narrativo y el apego por el realismo (aunque fuera un realismo fantástico) de toda la colección, recién se corta en la década del sesenta con la abstracción geométrica de Carlos Mérida (1891-1984), el primer artista no figurativo que ingresa al exquisito lote: “Detesto ese arte grandilocuente y teatral .-atacaba Mérida–, que fue característico de mis contemporáneos”. A partir de entonces el ojo y la colección se abre a prácticamente todos los géneros y técnicas, hasta la incorporación de obras realizadas con las últimas tecnologías.

La muestra en el Palacio Imperial de Río, montada por Robert Littman, está más iluminada que la de Buenos Aires -.lo cual en algunos casos realza y en otros aplasta la textura visual de las obras– y la última sala .-o la primera (se trata de salas contiguas) si el recorrido se comienza de izquierda a derecha– se reservó para los artistas contemporáneos y los más jóvenes: pinturas, técnicas mixtas, fotografías, collages y esculturas de Ciscu Jiménez, Rocío Maldonado, Nahum Zenil, Emilio Baz Viand, Elena Climent, Manuel y Lola Alvarez Bravo, Lucero Isaac, Gerardo Suter, Francis Alys, Sergio Hernández, Francisco Toledo, Jesús Reyes Ferreira y Marco Aldaco.

Otra de las diferencias de la muestra brasileña es la importancia que se le dio al marketing cultural y a todo el merchandising. Incluso se organizó un desfile de modelos, todas iguales a Frida Kahlo, que exhibían las ropas y adornos diseñados especialmente para la exposición, que tras su cierre en Río, seguirá su itinerario hacia Madrid.

 

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