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“MADAME DE SADE”, POR EL GRUPO GRAN CIRCO TEATRO
Mishima, en una apuesta chilena


Por Cecilia Hopkins

29.gif (6627 bytes) t.gif (862 bytes) En sus primeros minutos, los paneles de papel y la discreta iluminación del escenario crearon la ilusión de que la puesta de Madame de Sade, del japonés Yukio Mishima, por parte de la Compañía chilena Gran Circo Teatro seguiría fiel a la acostumbrada solemnidad de las manifestaciones artísticas niponas. Una vez planteados los personajes, nada volvería a ser como al principio. No obstante, la vehemencia expresiva del grupo que lidera Andrés Pérez Araya se inspira en recursos del teatro japonés clásico y el butoh, sólo que aquí han variado sus proporciones o han sido directamente refuncionalizados. Curtidos en el fragor del teatro callejero, los intérpretes concretaron este espectáculo como “un laboratorio” para su propio enriquecimiento”. Con la salvedad de algunos momentos en los que ciertas ideas de puesta parecían buscar un golpe de efecto más que colaborar con el desarrollo dramático (el recurso de inundar de agua el escenario hacia el desenlace ), Madame ... sostuvo su vigor con la música interpretada en vivo, admirablemente integrada al conjunto.En su obra, Mishima reúne en una sala a seis mujeres que tienen, cada una a su modo, un vínculo con el famoso marqués, exponiendo la hipocresía de la nobleza decadente de la Francia prerrevolucionaria. Aquel hombre “obsesionado por la idea del sacrilegio” ya ha sido confinado a la cárcel a causa de sus sorprendentes vicios. Las mujeres confrontan sus pareceres acerca de los límites de la moral, celebran pactos y descubren alianzas imprevistas. Mientras tanto, el tiempo pasa y los acontecimientos políticos se convierten en una amenaza contra todos los de su clase, adivinándose el rumor de las muchedumbres hacia la Bastilla.Andrés Pérez Araya y su grupo eligieron el camino de la desmesura. Como en las comparsas de carnaval, el vestuario .-imponentes pelucas, miriñaques y vestidos recargados de brillos y plumas– determina el comportamiento desbocado de los personajes por el mismo hecho de comprometer físicamente a los actores que los interpretan. También como en el carnaval -.y como en el teatro noh japonés que tanto admiró Mishima–, las figuras femeninas son asumidas por hombres. Hábiles en el uso de sus recursos vocales, los actores resumen en un comportamiento particularizado la tosquedad de la prostituta o la delicadeza de la cortesana pudorosa o intrigante. En ese ambiente en el que la pacatería convive con las libertades menos pensadas se tolera la inmoralidad en tanto se la considera una prerrogativa más de la nobleza. Más allá de esto, otras opiniones cobran relieve. Que el vicio pertenece al dominio privado de quien lo ejerce es una cuestión que se abre paso sin esfuerzo en esta puesta de formas arriesgadas y contundentes que, por añadidura, no deja para nada al margen el tema de la homosexualidad.

 

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