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OPINION
Viole el asilo y múdese
Por Martín Granovsky

Paraguay apoyará a Brasil para ocupar un puesto de miembro pleno en el Consejo de Seguridad, dijeron a Página/12 diplomáticos acreditados en Naciones Unidas. Por ahora solo tienen sitio permanente en el máximo organismo de la ONU Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido. Brasil aspira a ser miembro estable si el Consejo alguna vez se amplía. Carlos Menem, en cambio, prefiere hablar de un sistema de rotación para que a la Argentina alguna vez le toque.
El gesto paraguayo solo puede interpretarse como un apoyo abierto a Brasil. No es extraño: brasileños y paraguayos mantienen excelentes relaciones, y Brasil suele ejercer una especie de padrinazgo político sobre Paraguay.
En estas condiciones, además, el apoyo a Brasil funciona como una expresión de disgusto frente a la Argentina por la negativa a extraditar a Lino César Oviedo. Es un gesto que se suma a las horribles relaciones entre los dos países desde que a fines de marzo Oviedo fue recibido como un hijo pródigo, a tal punto que su primera residencia fue un haras de su amigo el menemista originario Arnaldo Martinenghi.
Las relaciones con Paraguay, uno de los cuatro socios del Mercosur, pueden empeorar todavía más porque la base de la inestabilidad es una disyuntiva:
ron2.gif (93 bytes)   Para la mayoría de los argentinos es incómodo retener a Lino César Oviedo como asilado. Recelan de su pasado golpista, lo ven demasiado parecido a un carapintada al estilo Aldo Rico o Mohamed Alí Seineldín, sienten una desconfianza automática hacia todo lo que huela a bravuconada militar, intuyen que la Argentina se gana un problema gratis.
ron2.gif (93 bytes)   Para Menem, en cambio, la incomodidad que produce Oviedo es menor que la solidez de los innumerables lazos comunes entre ambos. Por lo menos así era hasta ayer, cuando el general paraguayo violó abiertamente el equilibrio de un asilo que comenzó mal concebido.
El problema, para el Presidente, es que nunca logró convencer al resto de los argentinos de que Oviedo fue amparado aquí por el gobierno simplemente para cumplir con el derecho de asilo. Los contactos personales de Oviedo con miembros del círculo más íntimo de Menem son tan estrechos, tan cercanos, que es imposible resistir la tentación de explicar la presencia del general en Moreno apelando, por ejemplo, a sus relaciones con Andrés Antonietti.
Como jefe de la Casa Militar, Antonietti fue el brigadier que echó a Zulema Yoma de la Quinta de Olivos, en 1990, como prólogo al juicio de divorcio.
Quiso ser embajador en Paraguay y no pudo, por resistencia paraguaya.
Logró ser embajador en Uruguay, donde mantiene un discretísimo segundo nivel. Solo abandonó el anonimato en marzo último, cuando sorprendió a todos apareciéndose por Asunción justo en medio de la peor crisis política de los últimos años. Tal como dijo a este diario el senador Luis Mauro, y Antonietti no desmintió, el brigadier desayunaba con Oviedo mientras un comando mataba al entonces vicepresidente Luis María Argaña.
Si la situación ya era complicada, las declaraciones de Oviedo publicadas ayer por La Nación anunciando que planea volver a Paraguay suman una nueva dosis de locura. Una sola de sus frases basta para demostrar que violó la abstinencia política que impone el asilo. Es cuando opina sobre el presidente Luis González Macchi y dice que “nadie puede gobernar en la ilegitimidad, sin respaldo popular”. Oviedo, desde la Argentina, se metió públicamente en la política paraguaya. También lo hicieron otros asilados. Lo hacía, por caso, Juan Perón desde España. Es cierto. Pero España no discutía el asilo de Perón como la Argentina discute el de Oviedo. En España, Perón no era un tema doméstico. Y para españoles y argentinos sus movimientos eran, incluso dentro de un maravilloso dominio de la picardía, previsibles.
Al revés de otros casos, la lógica de Oviedo desconcierta. ¿Por qué aceptó hablar? Primera posibilidad: es un deslenguado que se fue de boca y se perjudicó a sí mismo. A primeras horas de la tarde de ayer, funcionarios del propio gobierno admitían que sería difícil no enviar al general a otro país, supuestamente Venezuela, quizás Alemania.
Segunda posibilidad: Oviedo buscaba provocar, y lo hizo sabiendo que goza de impunidad del lado de Menem. Calculó que éste se enojaría un rato pero terminaría superando el fastidio y, a lo sumo, lo confinaría en La Pampa. O que negociaría su mudanza a Caracas o Bonn pero nunca la devolución del general para ser juzgado en Paraguay como autor intelectual del asesinato de Argaña y trece jóvenes en la plaza próxima al Congreso.
El Presidente tiene un argumento para no despedir a Oviedo de la Argentina ni aceptar el pedido paraguayo de extradición. Puede decir que no hará nada mientras Asunción siga sin dar explicaciones sobre la calificación de “sinvergüenza” que hizo el ministro de Defensa Nelson Argaña sobre Menem. Argaña Nelson es hijo del asesinado vicepresidente Argaña Luis María. Después del magnicidio, los Argaña, que ya eran un clan, se convirtieron en una fuerza con juego propio dentro del Partido Colorado, que hegemonizan tras la huida de Oviedo, y dentro del Gobierno, donde influyen por su peso en el coloradismo y por simple portación de apellido. Otros miembros del gobierno paraguayo –algunos colorados, otros miembros del Encuentro Nacional, la mayoría integrantes del Partido Liberal Radical Auténtico– dicen estar cansados de los Argaña y les endilgan haber exagerado en el trato a la Argentina. Los más sutiles también aseguran que aquéllos, al exagerar, solo fortalecen la posición pro-oviedista de Menem. Al ser atacado, el Presidente puede esgrimir su orgullo. Más aún: el orgullo de la investidura presidencial como vértice del Estado argentino.
La democracia paraguaya es imperfecta, todavía poco confiable y con ex funcionarios de Alfredo Stroessner ocupando importantísimos cargos de gobierno. Pero al mismo tiempo la administración de Luis González Macchi marca la primera vez que exiliados u opositores de la dictadura llegan a ocupar ministerios. Nadie puede descartar que el gobierno paraguayo se desbarranque hacia un coloradismo homogéneo y arcaico. ¿Pero alguien puede descartar, en otro sentido, que no lo haga? ¿Que éste sea el comienzo de la verdadera transición hacia una democracia?
Conjeturas se pueden hacer muchas. Apuestas desde el poder, solo una. Ayer Menem comenzó a apostar. En vez de echar a Oviedo por sus declaraciones, en lugar de aceptar que el pedido de extradición de Paraguay fuese examinado por la Justicia argentina, decidió mudarlo a La Pampa. Los vecinos seguramente reciban bien la medida. Después de todo, es lo que Menem ya les había anunciado que haría, antes de ofuscarse con Nelson Argaña. Pero nada quita la sensación de que violar el asilo se castiga, aquí, con más asilo.

 

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