Por Martín Pérez
Para los de tu generación la vida es más sencilla,
le dice Sonny a Julian, el niño con el que está pasando sus días. Ahora ustedes
tienen el desayuno McDonalds. Nosotros no teníamos tantas opciones, sólo
hamburguesas. Suerte de encarnación cinematográfica del adulto adolescente
contemporáneo, Sonny es un abogado recibido de 32 años que nunca ejerció y vive como si
nunca hubiera ido a la universidad, gracias a los 200 mil dólares que recibió luego de
un accidente en el que un auto le pisó un pie. Lo único que Sonny hace mientras
todos sus amigos usan traje y corbata es dormir hasta el mediodía, poner palos en
el camino de los patinadores del Central Park para disfrutar de sus caídas y tapar con
papel de diario cualquier enchastre que suceda en su casa. Un comportamiento que, como el
papá genial que aparenta ser, le transmitirá a Julian, el hijo falso que aceptó en
nombre de su compañero de cuarto sólo para reconquistar a una novia que le reprocha su
falta de objetivos.
Amanecido al mundo del negocio del espectáculo hacia 1991, cuando pasó a integrar el
staff del programa televisivo Saturday Night Live (un clásico neoyorquino,
del que salieron Bill Murray, Steve Martin y tantos otros), Adam Sandler Sonny
es el prototipo del adulto-adolescente que hace reír con su comportamiento ciertamente
antisocial y sus chistes sólo para iniciados. Muy lejos tanto del hoy-actor-serio Jim
Carrey como del delirante Mike Myers sus dos contemporáneos en esto de llevar el
humor al cine con éxito, el camino de Sandler es el de la comedia familiar y
proto-televisiva, llena de lugares comunes y corrección cinematográfica abonada sólo
por su simpatía verbal y su agresividad cómplice. En el film del inocuo Dennis Dugan
(director de Happy Gilmore, otro de los éxitos de Sandler), Sonny es un rebelde que
a pesar de ser capaz de aconsejar legalmente a sus amigos de traje sólo se
dedica a ver televisión y a los alimentos artificiales. Al menos hasta que conoce a
Julian.
De más está decir que el plan de Sonny para reconquistar a su novia a través de Julian
no funcionará, pero que el niño más grande se encariñará igual con el pequeño,
intentando criarlo a su manera. Esta es una nueva pedagogía: en vez de ordenarle
las cosas, le doy opciones. El es el que elige, explica Sonny cuando su niño sale a
la calle con un colador en la cabeza. Con una trama poco realista desde el comienzo (en el
que Sonny recibe sin problemas a un niño sin madre) al fin (con una increíble escena en
la Corte), el gran problema de Un papá genial reside en su desarrollo, que se pretende
dramático e incluso emotivo, casi todo lo contrario que sus incongruentes premisas.
Previsible y ordinario incluso en sus gags, el film de Sandler se disfruta aquí y allá
(en la aparición, por ejemplo, de Steve Buscemi), pero termina siendo apenas una
comedieta sentimental, que no llega a la altura de cualquier serie televisiva
estadounidense actual.
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